Revista Cine

Asalto al poder

Publicado el 16 noviembre 2011 por Cineinvisible @cineinvisib

El cine invisible más actual, reflejo inmediato de las preocupaciones de la sociedad, no ha dejado de analizar a la clase política, y con mayor intensidad el último año, como si hubiese una necesidad acuciante de intentar comprender los mecanismos del poder, los intereses que lo mueven y, finalmente, a las personas que se sienten atraídos hacia él, como abejas a un panal. El resultado es un retrato, que lejos de ennoblecer el viejo ideal del servicio al ciudadano, muestra más bien los defectos y ausencia de capacidades de unos políticos superados por las circunstancias y centrados en sus ambiciones personales.

En algunos casos, películas como Slovenka o Libre échange, fueron la primicia de lo que meses después ocuparía las portadas de todos los periódicos. Políticos obsesionados por el sexo o recurriendo a los servicios de profesionales, como las famosas veladas Bunga-Bunga de Berlusconi o el “ataque en el hotel central” del antiguo director del FMI, no han sorprendido a ninguno de los espectadores de estas películas.

Asalto al poder
Los trapicheos inmobiliarios de los gobiernos, con la arraigada y profunda corrupción que implica el sector de la construcción, las promiscuas y peligrosas relaciones entre el terrorismo internacional y los representantes de muchos Estados o la aceptación del mayor robo del nuevo siglo (el anterior ya tuvo sus pertinentes atracos en 1907, 1929 y 1973, todos originados por unos políticos en perpetuo conflicto de intereses) han sido mejor analizados en Draquila, Carlos, Mr. Nice e Inside Job, que en toda la literatura publicada posteriormente.

Asalto al poder
En 2008 los planes para salvar al sistema financiero internacional se supone que estaban supeditados a una reforma y a un control de las prácticas bancarias. Años después no se ha salvado nada, sin embargo, ningún político se atreve a establecer un impuesto sobre las transacciones financieras y, por si fuera poco, en 2010 los directivos de todos los bancos europeos se han aumentado el salario (Gran Bretaña 8,3%, España 4,8% -los terceros mejor remunerados de Europa tras Gran Bretaña y Suiza- y Francia 45,8%, que se dice pronto). Según un estudio de Alpha Value, sólo un país ha disminuido sus remuneraciones, a saber, al que menos falta le hacía, Alemania (menos 7%). Como consuelo queda que el presidente francés, Nicolas Sarkozy, se ha congelado el suyo hasta 2016, eso sí, después de habérselo aumentado hace unos añitos en un goloso 172%.

Tal panorama no despierta una masiva adhesión a las actuales formaciones políticas que ven desertar de sus filas hasta a sus más antiguos afiliados. Por eso es loable que haya sido el cine invisible, en la exuberante y magnífica Le nom des gens, el que conciba la forma más original para captar nuevos simpatizantes. Método: un buen revolcón y si no funciona, como dice su protagonista, por lo menos conoces gente. Pequeño problema: me temo que todos los candidatos no disponen del físico necesario para tal campaña.

Asalto al poder
Tras un Festival de Cannes repleto de películas sobre políticos, La conquista, un excelentísimo Pater de Alain Cavalier, en que el director y su actor fetiche interpretaban al presidente y al primer ministro francés (como si en España, Alex de la Iglesia y Carlos Areces lo hiciesen con nuestras figuras locales), y la apabullante L’Exercice de l’Etat, la respuesta americana ha llegado con una bomba de relojería titulada, Los idus de marzo. Pero quizás la imagen más fuerte de este asalto al poder sea el documental El presidente. Al recordarlo, y fíjate que han pasado meses, se me siguen poniendo los pelos como escarpias.

Asalto al poder
Un panorama que incita a la reflexión y a utilizar, al máximo, los pocos mecanismos que los políticos dejan al pueblo como medio de expresión. Es curioso constatar como hoy, que se ha establecido todo lo necesario para controlar, comunicar y fiscalizar al ciudadano cada día y, si es necesario, cada minuto, sin embargo sólo se le consulta directamente cada cuatro o cinco años en el mundo occidental. Otra razón más para hacerlo.


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