Revista Cine

Aséptica

Publicado el 22 octubre 2012 por Josep2010

Neutral, fría, sin pasión.
Ése es el significado que nos da el diccionario de la lengua española de la palabra aséptica que podría aplicarse para definir con una sola palabra la última película de David Frankel basada en un guión original de Vanessa Taylor.
La brevedad constreñida a la mínima expresión no es una situación que me encante particularmente del mismo modo que no me acabo de sentir cómodo otorgando una puntuación numérica: puntuar del cero al diez ya me parece difícil, así que definir en una palabra no es más que un ejercicio de imaginación forzada para resumir muy estrictamente la sensación que sentí al salir del cine el sábado pasado después de ver la película titulada originalmente como Hope Springs que quizás para evitar coincidencias molestas se presenta en España con el dudoso título Si de verdad quieres... que cambia el sentido original trasladando la atención de un lugar geográfico a la expresión de una voluntad incierta.
AsépticaEsta película tiene a su favor dos puntos: primero, la decidida voluntad de las muchas compañías intervinientes en la promoción en todos los ámbitos posibles y, segundo, un trío de intérpretes que se toman muy en serio su trabajo: sin la presencia de Tommy Lee Jones, Meryl Streep y Steve Carell el producto resultaría adormecedor y cansino.
La idea básica es buena pero está mal desarrollada y dialogada y lo peor es que resulta previsible y dotada de un final ñoño en la tradición del cine estadounidense más blandengue, políticamente correcto, almibarado y cómodo para la gran mayoría, esa que acude al cine a consumir palomitas de maíz azucaradas y beber litros de pepsi-cola mientras sus ojitos se achican y vierten lágrimas sensibles a dramones circunstanciales huérfanos de personalidad y carácter.
Kay (Meryl Streep) lleva casada con Arnold (Tommy Lee Jones) treinta y un años y desde hace poco más de cinco duermen en habitaciones separadas y el roce entre ellos es mínimo: ella no está satisfecha con la situación y consigue arrastrar a Arnold desde su ciudad (supongo que del centro del país: no recuerdo el dato) hasta Hope Springs, pueblo costero de Maine donde tiene su consulta el Dr. Feld (Steve Carell) especialista en terapia de parejas en problemas. Ella, Kay, ha pagado el viaje y la estancia de una semana en Maine con los ocho mil dólares de sus ahorros para la vejez.
La trama, en manos de un guionista de fuste y raza, de esos que ya no hay, de los que leían libros en sus ratos de asueto, podría ser un vehículo de lucimiento para una pareja de actores y un tercero que ayuda a construir la estancia, un tercero que, en buenas piezas, es adoptado rápidamente por el espectador como puente de conexión subjetiva: sus ojos son los nuestros, sus preguntas son las nuestras, sus oídos son los nuestros y miramos, interpelamos y escuchamos a la pareja en problemas a través de él y en un paso adelante empatizamos con los personajes, al comprenderlos mejor.
No hay caso. Ni el guión de la Taylor ni la forma de dirigir de Frankel nos dan carnaza y tenemos que conformarnos con las palomitas que caen del anfiteatro, con la contemplación de un trío de intérpretes que intentan resultar atractivos, que recrean unos personajes inexistentes en unos diálogos sosos y aburridos que no perfilan ni psicología ni carácter de una pareja con un montón de años de convivencia a cuestas, un matrimonio que ha criado dos hijos que ya alzaron el vuelo.
Es cierto que tanto Meryl Streep como Tommy Lee Jones realizan un buen trabajo y resultan muy creíbles como esa pareja con tantos años a cuestas pero para unos intérpretes como ellos debió resultar un cómodo paseo ya que la ligereza aséptica de los caracteres y la falta de fuerza de los diálogos no les exige ningún esfuerzo más allá de aparentar una realidad ficticia, una normalidad que no les puede resultar ardua.
Si esperan ver en pantalla la recreación de duelos memorables como los de Richard Burton y Liz Taylor o Jack Lemmon y Lee Remick o, remontándonos más aún, Bette Davis y Herbert Marshall, les saldrá más a cuenta buscar en su estantería el preciado devedé.
Con películas como ésta, hay una prueba del algodón que no falla: si uno se la puede imaginar representada en un escenario de un teatro, aplaudiendo a rabiar, la cosa funciona. Si no, no. Es el poder del texto que desde que el cine es sonoro -y ya han pasado años- es un complemento imprescindible para películas en las que la acción pasa a un segundo plano porque los personajes son importantes por lo que son y como se comportan y no por lo que hacen.
Hay un detalle que me llamó la atención: en el salón de Kay y Arnold, tan sólo hay un sillón (y un diván) frente al televisor, en el que Arnold se queda dormido viendo programas de golf. ¿Será posible que se haya ejercido una brutal autocensura eliminando cualquier rastro de crítica al machismo y haya quedado ese detalle olvidado? No creo...
En definitiva, una película que no sorprende nada y mantiene una lógica: si ahora las películas estadounidenses de acción se reducen a trompazos y apenas hay intriga inteligente, es consecuente que una comedia dramática sea ñoña y acabe resultando neutral, fría, sin pasión: aséptica.

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