Buenas y breves tardes. Hoy toca otro minicuento.
¡Asesinato!
Asesinato.
La palabra navegó de boca en boca. Se hinchó y se infló con la fuerza de la marea de murmullos. Se susurró, se murmuró y finalmente se gritó. ¡Asesinato!
El hombre yacía en un costado de la sala. La mesa, con la pata rota; la silla, en un rincón. Un charco corría como arroyo cobrizo.
Los vecinos clamaron justicia.
El difunto se movió.
― ¿Eh…? ―babeó rodando sobre una caja aplastada.
El vaho de su aliento acalló cualquier rumor.
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