Revista Cultura y Ocio

Asesinato-Capítulo 11

Por Gfg
Estuvo a punto de llamar a Eva para decirle que había cambiado de planes y que se pasaba por su casa. Pero entendió que no era una buena idea, que pensaría que la estaba menospreciando con ese plan alternativo, y que seguramente le rechazaría para vengarse, aunque estuviese deseando que fuese a calentarle la cama.Prefirió quedarse por los bares de la zona donde picó algo y siguió bebiendo más de la cuenta. Ya había dejado la cerveza y se había pasado al crianza. Le encantaba el rioja y era un adicto del whisky, especialmente Jack Daniels. Cada cosa tenía su momento y según pasaba la noche iba cambiando de bebida, pero sin ser demasiado afecto a otros licores que distraían su estómago y su concentración. Pero no era un alcohólico, por mucho que su mujer lo hubiera puesto como excusa para fugarse con ese maldito magrebí cuando nació su hija. Por ahí no pasaba.En ese deambular por las callejuelas de la parte vieja paró en varios tugurios y charló con camareros y parroquianos de forma distendida y absurda. Le encantaba esa conversación intrascendente en donde todo el mundo opinaba y metía baza sin saber muy bien ni qué decir, ni por qué. Era un hablar por hablar derivado de la emoción que había producido en el ser humano el nacimiento del lenguaje, y que se reproducía a todos los niveles, con especial relevancia en los medios audiovisuales como la radio y la televisión. Aprovechó su incursión para preguntar al resto de los contertulios su opinión sobre el caso y vio que interesaba vivamente, comenzando la controversia. Estaban los que decían que se había suicidado porque tenía un cáncer de próstata incurable y, como buen científico, no se resignaba al fracaso de la ciencia. Otra facción opinaba que había sido un atentado de los norteamericanos que habían desembarcado en la ciudad para matar a los más insignes estudiosos y controlar todas las fuentes del conocimiento que poseía el país. Hasta hubo uno que argumentó que era la propia policía que estaba escasa de asuntos y temía que prejubilaran a media plantilla antes de tiempo.De cualquier manera, estaba claro que a la gente de la calle le encantaban las miserias humanas y los hechos lúgubres: parejas que se matan entre sí por herencias; madres que envenenan a sus hijos y luego se tiran por la ventana; maridos asesinos de sus amantes por una indiscreción tonta. Eso les hacía vivir con cierta paz interior y un refulgor en sus ojos.Fue una noche larga, pesada, llena de humo y de falsa solidaridad, hasta que cerraron la mayoría de los antros de la zona y se retiró a su casa dando algún que otro pequeño tumbo marino.

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