Revista Cultura y Ocio

Asesinato-Capítulo 12

Por Gfg
Cuando llegó a su domicilio, a eso de las dos de la madrugada, no andaba muy fino y tuvo que tomar aliento en la escalera. El apartamento se ubicaba en un primer piso sin ascensor y constaba de un par de habitaciones y un salón. Compartía cuarto de baño con su hija. O, mejor dicho, su hija compartía cuarto de baño con él. Lo único bueno de su hogar era que tenía luz exterior, pues daba a una callejuela donde se podía ver a gente paseando y comprando mercancías durante la jornada.
Le costó un poco abrir la puerta, no porque estuviese borracho, sino porque la cerradura se abría en el mismo sentido que las agujas del reloj y la inercia le hacían intentarlo en la dirección contraria, aunque supiese de memoria que funcionaba al revés. Es cierto que la cabeza le daba vueltas en aquellos momentos y no estaba para demasiadas complicaciones.
Una cerradura mal diseñada simboliza la estupidez humana y su capacidad de repetir los errores de manera constante en el tiempo, pensó entre nieblas. También es la manera de mostrar las consecuencias de una vida torcida. 

Nunca se ha sabido muy bien por qué, pero si una persona comienza mal, es difícil que pueda enderezarse con el paso del tiempo; más bien tiende a desnucarse más. Quizá la vida de Malpartida había comenzado erróneamente un día cualquiera y todo lo que le había pasado desde entonces era una consecuencia de ese fallo iniciático, en sus orígenes nunca detectado. Lo mismo sucedía con las cosas: el clavo mal remachado con el que se engancha la ropa siempre; la cortina desajustada en la bañera que cala todo el suelo; la persiana torcida que deja entrar la luz todas las mañanas antes de que suene el despertador; esa fluorescente en intermitente parpadeo que rompe la vista y los nervios. Sin duda, supone un gran esfuerzo volver a colocar las cosas en su sitio, en un orden armónico y definitivo.
Se sentó en la cocina, encendió un par de pequeñas luces halógenas y cerró la puerta tras empujarla con fuerza, ya que tampoco encajaba bien. No quería despertar a su hija por nada del mundo para no escuchar quejas, dar explicaciones y tener que mantener una conversación intrascendente; y tampoco quería que le oyese hacerse un sandwich de jamón y queso mientras releía lo que le había dejado en el aparador y tomaba su último chupito en paz.
Abrió la carpeta y vio un tocho de hojas. Al menos había cuarenta, cada una con una estructura específica, una tipografía distinta, y varias clases de colores. Bastante caótico para su ebria cabeza, pero parecía que en la época de internet nada cuadraba, todo era como a borbotones, una especie de sumatorio sin fondo; y así debía ser.
Su hija tampoco había hecho demasiado esfuerzo en ordenar el contenido. Lo había grapado en bloques por el origen de la información, pero sin priorizar. Dudaba que en el colegio les estuviesen enseñando algo de sistemática o de estructuración. Es más, dudaba de que les estuviesen enseñando algo, excepto cumplir el expediente. Pero no iba él a cambiar el sistema educativo, ni a los malditos profesores de marras con sus dolencias congénitas y depresiones típicas. No, que lo modificase el ministro de educación si tenía agallas. Ya le gustaría verlos a todos ellos sin sueldo fijo ni vacaciones, conduciendo un taxi o haciendo la calle como en su profesión. Muchas cosas iban a cambiar entonces. El se contentaba con sobrevivir.

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