Revista Cultura y Ocio

Asesinato-Capítulo 16

Por Gfg
La despedida fue cálida, pero protocolaria, agradeciendo la amabilidad e intercambiando pequeñas informaciones innecesarias. Era la hora de comer y no debía molestar más de la cuenta. Así que salió a la calle y anduvo un rato hasta llegar a La Taberna donde pidió un bocadillo de tortilla de patata. Mientras se lo terminaba en unos pocos bocados, sentado en el único banco corrido, abrió las fotocopias de la agenda y comenzó a leer. Maldita letra, pensó. Era imposible comprender lo que decía. Parecía de médico de pueblo.
Tal vez hubiera sido más inteligente pedirle a su viuda que le hubiera descifrado la compota de palos y rayas que tenía enfrente. De cualquier manera no quiso desesperarse. Decidió tomárselo con calma y mirar primero la parte de teléfonos y después la de anotaciones con comentarios. Había muchas tachaduras, como recogiendo distintos estratos temporales que habían ido superponiéndose. Parecía que conocía a toda la ciudad. En orden alfabético estaba la plana mayor de la política y de las instituciones, con sus jefes de gabinete y sus teléfonos móviles. También había nombres de las familias más acaudaladas de la ciudad. Por último, un montón de personas sin posible identificación rápida. Estaba convencido de que sería una de las agendas más cotizadas de la zona. Se le encendió una luz. Intentaría sacar partido de la misma una vez hubiera terminado el caso.
En cuanto a las citas, no pudo parar de asombrarse de la cantidad de compromisos que tenía. No había día que comiese en casa o que tuviera una tarde libre. La mayoría eran reuniones de trabajo identificadas con dificultad con fecha, lugar y siglas. Daba la impresión de que utilizara claves, que supiera que su agenda era leída y quisiera guardar algún tipo de intimidad.
Fue entonces cuando sospechó que su mujer le fiscalizaba de forma regular sus papeles, y Mato era consciente de ello. Así que habría inventado su propio código que no sería tan complicado para un científico acostumbrado a las fórmulas y a los símbolos. Parecía conveniente intentar descubrir su significado. Pensó en pasarle la agenda a Trajano para que se entretuviese mientras vagueaba por el sindicato.
Al mismo tiempo, aprovechó que estaba cerca de la oficina de su amigo grafólogo para dejarle las notas que había tomado prestado en la casa del difunto. Estaba ocupado, así que le entregó a su asistente las hojas en un sobre y le dijo que le llamaría para comentar. Tras eso se dirigió a su oficina. Cuando llegó eran las seis de la tarde y el portero estaba a punto de sacar la basura.
– ¿Cómo va todo?, le preguntó mientras levantaba cinco bolsas cochambrosas en cada mano y se caían algunas peladuras al suelo.
– Va, que no es poco –contestó Malpartida sin darle demasiada precisión–. En cualquier caso, necesito un favor. Quiero que indagues al chófer de la señora Barandiarán. Creo que puede tener información relevante y me gustaría saber más sobre él. Eso sí, de forma discreta, la sorpresa se la quiero dar yo.
Desconocía cuánto podía sacar del chofer, pero estaba seguro de que tenía mucho que decir. Los conductores escaseaban en la ciudad y los que ejercían esa profesión poseían un estatus muy superior a épocas pasadas. Tenían mucho contacto y, con toda seguridad, influencia en sus conducidos, aunque sólo fuese por lo que costaban mantener y por el tiempo que compartían, aparte de por las conversaciones que escuchaban y porque ahora todos tendían a ser más charlatanes que antes.
De eso era de lo que quería aprovecharse, de esa proximidad física y mental que habría mantenido con Mato que seguro le daría muchos réditos. Por otra parte, había algo interesante. Que Mato compartiese móvil con su mujer o con su chofer significaba que habría dejado muchas huellas que podían ser seguidas por otras personas cuando lo estimasen oportuno.
Después se encerró en la oficina un rato moviendo papeles y leyendo revistas viejas, y quedó con Eva para tomar algo antes de irse a casa.

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