Revista Cultura y Ocio

Asesinato-Capítulo 18

Por Gfg
La ceremonia se celebró en La Iglesia principal de La Ciudad, un templo regido por Los Curas más rancios de El País. Desde media hora antes, estaba llena de gente que había querido ir a despedirse del científico y a ofrecerle un último homenaje.
En un ambiente algo atosigante, apoyado en una columna, Malpartida podía vislumbrar a Mónica Barandiarán, al hermano de Mato y a algunos parientes que intercambiaban cuchicheos. Mientras se esperaba a que diera comienzo el funeral, algunas personas conocidas se acercaban hasta el primer banco a darle su pésame y a besar a la viuda.
También veía a la plana mayor de El Partido, al rector de La Universidad, al presidente de La Cámara de Comercio o de La Academia de la Ciencia, y muchos profesionales de más difícil catalogación.
Como todos los funerales, la gente se aburría mientras esperaba a que diese comienzo el mismo y se dedicaba a fisgar al vecino. A Malpartida le pasaba algo parecido. Tenía sensación de mareo provocada por el calor y el incienso que le hacía perder el interés por los acontecimientos que estaban desarrollándose en la iglesia. Era consciente de que, con toda probabilidad, el asesino estaba presente en el lugar y el detective pretendía que la intuición le permitiese destacar algún aspecto que le llevase hacia él. Pero no resultaba fácil entre tanto gentío.
En otro lateral descubrió a la inspectora Barredo. También ella se había animado a acompañar a la viuda. Seguramente pensaba como él, que el asesino no andaría muy lejos. Era atractiva la condenada, pensó Ricardo, con ese Belstaff blanco corto, esos vaqueros avejentados y esas botas de amazona. Malpartida notó que su miembro comenzaba a reaccionar lentamente y cambió de pensamientos, pues no parecían muy apropiados para el lugar. Pensó en su madre y en lo mal que se había portado con ella toda la vida. Eso le relajó un poco la tirantez testicular y le concentró en la iglesia.
La ceremonia fue como siempre un canto a la vida divina. Jesús había muerto por los hombres y resucitado al tercer día, y esa era la prueba de que volveríamos a encontrarnos en el cielo. Como fundamento del cristianismo, no era cuestión de ponerlo en duda tras dos mil años. Pero Malpartida no estaba tan convencido. Es más, sospechaba que toda esta disertación no superaría –por falta de argumentos sólidos y pruebas testificales– el interrogatorio de un tribunal de primera instancia. Sin embargo, tampoco le importaba mucho. No sentía que su existencia valiese la pena perpetuarla. Creía que con lo que estaba viviendo era suficiente. El resto se lo dejaba a los demás, a esos seres ambiciosos que se sentían tan necesarios para la historia.
Mientras su mente se había distraído con esas reflexiones de párvulos, fue cuando se dio cuenta que algo estaba alterando el orden establecido. Le costó unos segundos entender la situación y averiguar el origen del nerviosismo, hasta que se percató de que el hermano de Mato, Guillermo, estaba hablando desde el púlpito. Había sacado unas cuartillas de su chaqueta y se estaba dedicando a perorar sobre el difunto. Hasta ahí, nada anormal. Solía ocurrir en este tipo de circunstancias. Lo que había trastocado al auditorio fueron unas palabras que resonaron en la cabeza de Malpartida con insistencia: vosotros habéis matado a mi hermano.
Ese vosotros parecía ir dirigido a las primeras filas, a los políticos, a los investigadores, a los empresarios desplegados ahí bajo su mirada airada, no al conjunto de los asistentes. ¿A quién en concreto? No era capaz de adivinarlo dada la distancia y la ambigüedad de su gesto. Guillermo Mato seguía:
- Porque mi hermano, que Dios le tenga en su Gloria, siempre puso por delante de sus ambiciones el amor a esta tierra y a su pueblo. Y ese amor y esa entrega se manifestaron en múltiples avances para el bienestar de la sociedad en la que vivimos. Tantos sacrificios son propios de seres fuera de lo común. Todavía recuerdo cómo muchos de los que estáis aquí presentes le pedíais favores, le demandabais consejos, le solicitabais dinero, y él siempre respondía con su tiempo y con su generosidad. No obstante, en los últimos años mi hermano Angel ya no estaba tan bien, ya no era el hombre creativo, dinámico y ejecutivo de antaño. Tenía sus flaquezas. Y se lo hicisteis pagar caro, claro que sí. Me viene a la memoria cuando, hace unos meses, me confesó dolido que se le había dejado de lado, que ya no era interesante para nadie, que su teléfono ya no sonaba como antaño, que nadie le recibía. El, un hombre entregado donde los haya, un padre de nuestra patria.
En ese momento pareció desfallecer. Su voz se había debilitado, estaba sin saliva; las energías le abandonaban por momentos.
– Y un país que se precie no puede dejar a sus héroes que mueran en el olvido. Por eso, desde esta tribuna, desde este lugar sagrado que hoy nos reúne, quiero invocaros a todos vosotros para que rectifiquéis, para que su memoria sea recuperada, y para que sus asesinos sean capturados y castigados como se merecen.
Tras esas últimas palabras, volvió a su asiento agotado, mientras las primeras filas se revolvían incómodas por el rapapolvo.
Desde luego, esa salida de tono tenía mucha miga. No era frecuente una acusación tan directa en público, y menos en el funeral donde se guardan las formas sobre el difunto y sus peculiaridades. Guillermo Mato debía estar muy dolido para haberse comportado así con su querido hermano.
¿O acaso era una simple actuación para evitar las sospechas sobre él? Si se daba esa circunstancia, no estaba mal planteado. Salía como defensor del honor de la familia. La sociedad no lo pondría en la picota, al revés, pensaría en el amor fraternal, en su integridad y valentía al enfrentarse por su hermano con las fuerzas vivas del lugar.
O por el contrario era una venganza póstuma. ¿Sería posible que Angel Mato le hubiera encomendado a su hermano algo parecido en caso de fallecer? ¿Y cuáles eran las flaquezas? No lo sabía, pero tenía que investigar de cerca a este hermano que tanto sabía. También convenía analizar el testamento y sus derivaciones por si acaso había algo sospechoso. Por lo que parecía la vida de Mato no era tan lineal como su mujer quería hacer ver. Quizá ni ella lo sabía.
Buena presión para Barredo, se dijo Malpartida cuando la vio salir con cierta prisa.


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