Revista Cultura y Ocio

Asesinato-Capítulo 25

Por Gfg
Era necesario comprobar el tipo de vida que llevaba Mato en el apartamento de La Alameda. Echó mano del listado y recordó al sociólogo Francisco Nieto. Nadie mejor que un vecino para obtener más información, se dijo. Así que tomó el teléfono y le pidió una cita. El sociólogo accedió sin demasiados problemas, sobre todo cuando se enteró de que Malpartida estaba realizando una supuesta investigación de la historia criminal de la ciudad y quería obtener sus impresiones. Quedaron para última hora de la mañana.
Hasta la hora de la reunión, el detective aprovechó para investigar la cuenta de ahorro del difunto. Llamó a Eva y le pidió un favor, necesitaba conocer los últimos movimientos de Mato. Para eso le facilitó el número de cuenta que había cogido en su casa. Ella le puso algunas pegas, ya que no lo veía claro, que si no tenía acceso a esa información, que era peligroso porque podía estar vigilada, que no era ético ni moral. Pero Ricardo fue persuasivo. Sus argumentos fueron del tono: todo el mundo lo hace en la banca, no es para tanto, piensa que es un fallecido, no me hagas cabrear, acuérdate del último polvo, y cosas así. En el último minuto Eva accedió no sin antes presionarle al máximo. La buena mujer consiguió, a través de un colega que le debía un par de favores, sacar un extracto de los movimientos del último año.
Para recogerlos, se acercó a la oficina de la caja de ahorros. Ella descendió digna y un tanto sofocada, como si hubiera acabado de saquear el Museo del Louvre. Le dio el documento y se fueron a tomar un vino. En el bar se encontraron con la mayoría de los compañeros de Eva que estaban tomando su aperitivo de media mañana mientras las colas aumentaban en las ventanillas. Apenas hablaron de los últimos acontecimientos. Ella estaba en medio del montaje de una exposición minimalista donde los espacios eran más importantes que las obras y tenía miedo de que el público se sintiese estafado, lo que para una entidad financiera no era tan anormal.
Cuando se quedó solo en el bar analizó la documentación. Los movimientos eran numerosos, aunque el saldo nunca aumentaba sustancialmente. Se veía que Mato daba buena cuenta de los ingresos cuyas partidas principales eran la pensión, las dietas por su consejo de administración en la empresa NANOTEC y por los intereses de acciones y depósitos. Nada exagerado.
En el apartado de los gastos se veía que mantener un chófer y una asistenta se llevaba gran parte de sus ingresos, junto con distintas partidas para comida o viajes. No era un millonario, ni mucho menos, pero al menos mantenía un equilibrio en su balance. Lo que no vio fue ningún pago por el apartamento de La Alameda. Seguro que lo hacía en negro y el editor catalán lo aceptaba encantado. Tendría que indagar también esa posibilidad. Pero, ¿de dónde sacaba ese dinero? ¿Quién le pagaba así? Desde luego, no las instituciones ni los organismos. Tal vez las empresas. Aunque tampoco parecía porque, a primera vista, sólo mantenía lazos con una y lo hacía legalmente. Tendría que indagar más a fondo.
Poco después se encontró con el sociólogo en El Mercado. Le había dicho que solía ir todas las mañanas, después de sus clases en La Universidad Privada, a comprar productos frescos, que por qué no le acompañaba. A Malpartida le pareció una buena idea, así aprovecharía para avituallarse también.
En el mercado le reconoció por el sombrero y la pajarita que llevaba el profesor. Era un hombre amable que tartamudeaba un poco cuando se ponía nervioso. Se presentaron y fueron paseando entre los puestos de comida. Nieto era un experto en buscar la buena mercancía y en regatear a las caseras. Buscaba tomates y algo de fruta.
Mientras pagaba su primera compra, Malpartida le interrogó sobre la geografía criminal de la ciudad. Era una forma de meterle en canción sin que se sintiera demasiado utilizado. Nieto le contó que sus estudios indicaban que el nivel de violencia estaba aumentando por la influencia de la televisión. Decía que se estaban diluyendo las barreras entre la realidad y la ficción y que muchos jóvenes carecían del sentido común para poder disociarlo sin que les causase problemas. De hecho, comentó, en los próximos años se verán muchos casos de asesinatos por jóvenes e, incluso niños, que creen que están jugando y son inconscientes de las repercusiones de sus actos.
– Viene una época difícil para la sociedad. Y, en especial, para los ancianos. Van a ser los primeros en caer.
Tras ese preámbulo que duró unos cuantos kilos de naranjas y de kiwis más, Malpartida y Nieto se acercaron al bar del lugar y se sentaron en una mesa. Ambos siguieron intercambiaron opiniones sobre el mundo político, científico o laboral. Nieto sabía de todo y, encima, parecía que lo sabía bien. Fue entonces, cuando Malpartida le interrogó sobre las actividades de Mato en su piso.
– Coincidieron en la misma casa, ¿verdad?
– Sí, claro. Eramos bastante amigos. Por generación y por educación, teníamos cosas en común. Una persona inteligente donde las haya. Ha sido una desgracia. Espero que cojan a los asesinos cuanto antes. ¡Valientes degenerados! No sé adónde vamos a parar.
Malpartida quiso implicarle en el caso, así que le puso en antecedentes de lo que estaba investigando, hasta donde era necesario para que concordase con la versión inicial y no causarle repulsa.
– Dicen que había perdido algunas facultades. ¿Es cierto?
– Hasta donde yo sé, pocas. Quizá se cansaba más y, de vez en cuando, se quejaba de su tembleque de la mano. Pero si quiere que le diga la verdad, ya me gustaría llegar a esos años con su brillantez.
Tenía razón. Mato parecía un hombre con algunos achaques, pero en plenas facultades físicas y mentales.
– ¿De qué solían hablar?
– Nos ceñíamos a temas como la vida o la salud. Pocas veces descendimos a otros asuntos como la política. Tampoco eran conversaciones largas, tenían mucho de charla de portal. De hecho, muy pocas veces pasé a su casa.
– ¿Podría indicarme qué tipo de apartamento era?
– Bastantes sobrio, apenas decorado, con sensación de provisionalidad. Como tal vez sepa, él no se solía quedar a dormir, sólo trabajaba o recibía a gente ahí.
– ¿Qué clase de gente? ¿Mujeres?–preguntó Malpartida intentando tocar el tema sin demasiada tensión–. Seguro que tenía su éxito.
Nieto reflexionó un poco. Parecía que no le gustaba el sesgo que tomaba la conversación. Quizá pensó que era un periodista. Sin embargo, no se calló, le podía la deformación profesional. Dijo que sí, que Mato era un hombre con una gran ascendencia sobre las mujeres y que él le había visto con varias en distintos momentos. A veces se quedaban en el piso mientras él volvía a su casa. Otras, se quedaban juntos.
Malpartida recordó la agenda repleta de compromisos. Ahora estaba seguro que muchos eran falsos, para engañar a su mujer y evitar sospechas. Imaginó que sería en las ocasiones en las que él anunciaba un viaje corto a Madrid o al extranjero.
– ¿Fue así desde el principio? Quiero decir, desde que alquiló la casa.
– Sí, básicamente. Al inicio pensé que tenía una especie de consultorio, que sería un médico. Poco a poco fui descubriendo que no, que era algo distinto. Pero bueno, es su vida y no somos nadie para juzgarle. Al menos, yo no lo soy. ¿No será periodista por casualidad?
Eran las ventajas de ser sociólogo. Estaba acostumbrado a analizar las conductas sociales y una conducta asocial podía tener su razón de ser.
Malpartida le tranquilizó. Todavía no había caído tan bajo. Le dijo que era detective y que no se preocupara, que mantendría la conversación en secreto. También le preguntó si la policía le había interrogado. Contestó que no, que nadie se había interesado por él.
Cuando salieron del mercado, se despidieron con un fuerte apretón de manos, estaba seguro que se volverían a ver.

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