Revista Cultura y Ocio
El contacto con El Grupo Terrorista fue muy dificultoso. Nadie había sabido orientar a Malpartida en esa dirección. Trajano le había indicado a una persona que se suponía mantenía algún tipo de relación privilegiada. Era una especie de enlace que la policía tenía para aquellos asuntos que se salían de lo normal. El sujeto le dijo que era necesario tener paciencia, que ellos eran siempre los que tenían la iniciativa, que no se preocupase, lo cual no era fácil.Ese día llegó sin apenas darse cuenta. Fue entre semana. Una persona se le acercó según salía de su oficina y le indicó que le acompañase. Se introdujeron en la zona vieja de la ciudad y anduvieron un rato entre calles, parando y volviendo a andar, sin rumbo fijo. En un momento determinado entraron en un bar y salieron por la parte de atrás del mismo recinto. Poco después se metieron en un portal tenebroso. Ahí fue cacheado y desarmado por un segundo hombre. Después, bajaron hasta un sótano donde les recibió un encapuchado. No hubo tiempo para muchas efusiones.– Tiene 10 minutos para estar conmigo. Después me largaré.Malpartida tuvo que hacer de tripas corazón. Su hermana pequeña había muerto tras un atentado indiscriminado con un coche bomba en la calle principal de La Ciudad. Tenía veinte años y toda una vida por delante para disfrutar. Aún con todo, no cedió a la tentación de partirle la cara. Le soltó lo que sabía y le preguntó directamente si estaban implicados en el asesinato de Mato.– Si estuviéramos, ya lo hubiéramos reivindicado –contestó despectivo–. Pero no es así. Para nosotros el científico no era más que un viejo chiflado que apenas tenía interés para la lucha armada.– Pero algún contacto hubo, ¿no?– Sí, claro. Mato intentó vendernos una idea descabellada. Nos dijo que era capaz de construir una bomba atómica. Que quien tuviese una bomba atómica conseguiría el poder y la independencia de El País. Nosotros no le creímos. Pensamos que estaba mal de la cabeza. Pero hubo alguien que si le creyó. Y por eso lo mataron.– No entiendo.– Mato nos dijo que sus conocimientos le permitían obtener una de esas bombas nucleares caseras. No tengo ni idea. Afirmaba que ya tenía muchos de los materiales y que estaba esperando una entrega de uranio enriquecido. A nosotros nos pareció un trasnochado. – ¿De quién esperaba recibirlo?– Nunca nos lo dijo, pero es fácil deducirlo. Sólo las mafias ex soviéticas o los judíos tienen acceso a esos materiales.– ¿Y no os tentó?– No. Nuestro movimiento mantiene equilibrios con otras fuerzas, incluso con la policía y con los servicios secretos, y eso traspasaba todas las líneas rojas. Le invitamos a dejar el tema o, por lo menos, a no contar con nosotros.– Pero, según eso, podíais haberle matado para que no comprometiese vuestra lucha política.– Cierto, y lo contemplamos, pero si quieres que te diga la verdad, nunca nos pareció muy serio el planteamiento. No porque no fuera capaz, sino porque se le veía que ya no estaba en sus cabales. A eso hay que sumarle, que no tenía a nadie detrás, ni siquiera a su partido. Nos pareció más oportuno dejarlo estar, de esa forma distraía a los cipayos.– ¿Quién ha podido matarle?– Pensamos que los propios servicios de inteligencia. Pero no los españoles, esos son unos incompetentes. Seguramente de la CIA o del Mossad. Desde luego, la policía no, esos no tienen huevos.Sus amigos Trajano y Barredo no salían muy bien parados.