HASTA entonces no había servido más que para juntar polvo y ocupar un espacio infértil. A partir de ese día, su vida se transformó en algo necesario y profundamente mío.
"Cuando uno habla solo, al final contesta alguien" (Andrés Neuman)Siempre me ha obsesionado la vida de los objetos. De niña me gustaba imaginar qué cosas tenían lugar en el fondo del escritorio mientras yo dormía. Concentraba todas mis energías en ese viejo cuaderno de tapas oscuras, que cobijaba mis secretos más viles y profundos, e intentaba sentirlo con todos mis músculos. Por todo esto, cuando mi padre me dijo que podía quedarme con aquel viejo estuche, una rotunda felicidad me embargó. Hasta entonces no había servido más que para juntar polvo y ocupar un espacio infértil. A partir de ese día, su vida se transformó en algo necesario y profundamente mío. Durante un tiempo estuve desmenuzándolo con la mirada, imaginando historias y convirtiéndolo en un objeto preciado. Lo toqueteaba cada día, con el deseo de toparme con un pasado asombroso, e imaginaba cientos de historias alucinantes. Pero nunca creí que mi curiosidad me llevaría a un límite entre razón y fantasía del que ya no podría regresar. El día en que descubrí ese doble fondo, minúsculo e imperceptible, disimulado con una almohadilla roja, lo comprendí. Un arrugadísimo papelito amarillento se descubrió ante mis ojos anonadados. Y lo desdoblé sin pensarlo, con esa asombrosa fascinación de los primeros años… o de todos. "En la guerra maté a un hombre. No sé quién era, pero no era de los nuestros". Un escalofrío de espanto recorrió mi espina dorsal de un extremo al otro. Me quedé en silencio releyendo aquella frase y la firma de mi abuelo. No sabía qué hacer con aquello, presa del pánico más atroz.Siempre pensé que la guerra es una cosa prehistórica, innecesaria y triste. Ese día supe que, incluso quienes no la habíamos sufrido, la llevábamos en la sangre. Mi abuelo había matado a un hombre a quien no conocía, solamente porque llevaba otro escudo, porque luchaba en otro equipo. Le había asesinado, porque esas eran las reglas del juego. Sin ponerse a pensar, posiblemente, que detrás de ese hombre había un corazón latiendo, suspirando por una vida mejor. Puede que incluso hubiera un hombre o una mujer esperando en otro puerto para llenarlo de besos y recuperar el tiempo perdido; tiempo que mi abuelo le había arrebatado.Detrás de los cristales, escondido en los universos de los mínimos objetos que nos rodean, existen secretos terribles que, de ser descubiertos pueden cambiarnos la vida para siempre. La muerte vigila. Y los que somos demasiado curiosos, no podemos evitar el encuentro fatal con esta presencia inaudita y cruel, que transmuta en actos como guerras, malos tratos y asesinatos. Mi abuelo mató a un hombre hace décadas. Ahora, yo hablo de la guerra como una cosa terrible. Pero en realidad, lo que intenta mi alma, es comprender por qué tuvo que escribirlo. ¿Será que en el fondo, todos somos conscientes de lo que no es ético? En ese último minuto, en el que mi abuelo se enfrentaba a la muerte, supo que esa era la única forma de expiarse. Hoy su memoria me duele y ya no es ese ser intachable de la infancia.
Cuando uno habla solo, siempre contesta alguien. Cuando uno busca en el pasado de los otros, siempre descubre lo que no desea averiguar.