Revista Cine

Asesino + 30 = matachín

Publicado el 07 marzo 2011 por Josep2010

Treinta años son muchos: para algunos demasiados, para otros pocos, para todos bastantes. Por lo menos, es un tiempo que permite tomar distancia y observar con frialdad cualquier acontecimiento, incluidos los artísticos que en un momento dado se pueden admirar como resultado de circunstancias ajenas a la propia obra y a su autor.
En el cine, tres décadas son un mundo: los medios a disposición del artista han variado a velocidad constante en un avance tecnológico que en demasiadas ocasiones no va parejo a lo sustancial y de forma harto sorprendente uno, que ha visto algunas películas estrenadas entonces, se encuentra con que harto de peliculitas sosas, de repente emerge como mejor de lo que permanecía en el recuerdo una pieza añeja y, reflexionando, entiende porqué alguna película actual produce insatisfacción.
Hace más de treinta años, justo a principio de la década de los setenta del siglo pasado, se estrenó en las carteleras una película perteneciente al género de cine gangsteril que ya llevaba unos pocos años funcionando óptimamente en las salas, con antecedentes muy exitosos que ya hemos comentado: por ejemplo, The Killers (1964) y Point Blank; un tipo de cine en el que se relata una trama que transcurre en ambientes al margen de la ley donde la moralidad es escasa y la ética se rige por valores sujetos al beneficio egoísta la mayoría de las veces.
Asesino + 30 = matachínLos británicos no quisieron quedarse al margen de ese tipo de cine y se aprestaron a llevar a la pantalla una novela escrita por Ted Lewis titulada Jack's Return Home (Jack vuelve a casa) y la división británica de la Metro decidió producirla y encargar al hasta entonces televisivo Mike Hodges que se ocupara de escribir el guión y dirigir su primer largometraje, que se titularía Get Carter (Asesino Implacable) y se estrenaría en 1971 con buen resultado en taquilla.
La trama se basa en la estancia de un asesino profesional, Jack Carter, cuando desoyendo la sugerencia de sus patronos se traslada desde Londres a Newcastle con motivo de asistir a las exequias de su hermano, fallecido en extrañas circunstancias que motivarán la sospecha de Jack iniciando una espiral de violencia en busca de venganza.
No es pues una película en la que buscar grandes diálogos ni conceptos filosóficos, moviéndose en el nihilismo negativo característico de tantos personajes del cine negro, malhechores carentes de sensibilidad y emociones, si acaso un oculto y profundo sentimiento del honor como pertenencia grupal, rasgo atávico que resuelve la intromisión ajena por medio de la violencia explícita.
Para representar su historia el novato Hodges contó con la interesada presencia de Michael Caine (que ya disfrutaba de rango de estrella imparable) como productor y desde luego inolvidable protagonista, dando imagen y presencia a ese Jack Carter impávido y decidido, asesino imparable que deja tras de sí un reguero de muertes cual Atila legendario, sembrando de cadáveres el camino que ha transcurrido.
Hodges mide con presteza el tempo narrativo y sin dejarse nada en el tintero desgrana poco a poco el iter criminalis del protagonista que descubrirá tras la muerte del hermano una conspiración en la que el submundo de la pornografía de adolescentes será clave para entender lo sucedido, presentando una serie de caracteres típicos pero dotados de presencia e interés suficientes para sostener la trama y hacerla verosímil y atractiva.
La muy setentera banda sonora compuesta por Roy Budd al que vemos en plena faena, acompaña y realza las escenas de acción filmadas con nervio por Hodges sin alharacas ni descubrimientos pero sin miedo a cortar lo sobrante obteniendo una economía visual que se agradece, huérfana de rimbombantes efectos que en ocasiones similares se observan fruto del pasado televisivo del director novel, iniciándose pues Hodges con buen paso en esta su primer película de cine, consiguiendo una pieza cuyo valor, curiosamente, el paso del tiempo acrecienta.
Porque una vez más el salto del charco, el traslado de la vieja y liberal Europa a la nueva y timorata Hollywood, conlleva, como ya comentamos hace tiempo aquí, una degradación incomprensible que convierte en injustificable la decisión de rodar, treinta años más tarde, una nueva versión de la misma trama, lo que unos llamarán con el vocablo anglosajón "remake" cuando lo más apropiado sería usar refrito, que es lo que hace el supuesto autor musical con la banda sonora original, como puede comprobarse en unos títulos de crédito que no me gustan nada de nada.
Asesino + 30 = matachínEs curioso comprobar que en este refrito del año 2000, esa mala película titulada también, como no, Get Carter (no hay traducción al castellano), el número de productores aumenta de forma casi exponencial: si en la anterior estaban dos -y uno de ellos era el protagonista- en esta ocasión son nada menos que quince los que constan en el equipo de producción; presuponiendo como es lógico que todos cobran su buen salario y viendo lo que han conseguido producir, uno ya empieza a entender la quiebra de algún que otro estudio hollywoodiense.
Porque parece que ninguno de esos quince sujetos tuvo el buen sentido de elegir ni un guión bien hecho ni tampoco un director que supiera siquiera imitar el trabajo realizado treinta años antes: Stephen Kay al igual que Hodges provenía de la televisión, pero no debió aprender otra cosa más que estilos videocliperos sin sustancia, porque aunque aparenta oficio en alguna persecución automovilística, un vistazo desapasionado permite observar que hay un exceso de planos en el montaje y la acción queda congelada por el truco, máxime cuando uno sin esforzarse se da cuenta que el careto del nuevo Jack Carter al volante perseguidor no coincide mucho con el que tiene el inexpresivo Sylvester Stallone que pretende cargar sobre sus anchísimos hombros el peso de la película fracasando en el empeño, porque por mucho que lo piense el maduro Stallone (54 años contra 38 de Caine en su momento) su aspecto no da miedo y además tocarse levemente la nariz o la perilla falsa no son, ni mucho menos, ademanes que puedan salvar la nula expresividad a que nos tiene acostumbrados y que llega a cansar y adormecer al más entusiasta.
Por si fuera poco, cuando uno ya ha visto la primera versión fílmica de la novela de Lewis, espera cuando menos que en el inicio de este siglo XXI se mantengan las escenas de alto contenido sexual y violento que aderezan la trama, evidentemente destinada a un público adulto y curado de espantos: es una historia par adultos sin dudarlo un instante, pero resulta que el refrito una vez más peca de timorato y auto censurado quedando a medio camino entre lo que debería ser y no es sin la ganancia de una calificación que permita a los infantiles acceder al cine a verla, dejando al cinéfilo pasmado por el aburrimiento primero y por la endeblez de la historia presentada que se podría calificar como pánfila, acabando por enaltecer la primera versión los evidentes defectos del refrito, resultando que el curso del tiempo ha llegado a convertir a un asesino profesional desalmado y eficaz en un botarate repleto de testosterona, un feo e inexpresivo matachín de pacotilla que ni folla ni bebe y además deja de fumar para dar ejemplo a una sobrina casquivana arrepentida.
Está claro que, puestos a elegir, mejor la "vieja": mucho mejor.


Volver a la Portada de Logo Paperblog

Revista