Revista Cultura y Ocio

Asesinos

Publicado el 23 abril 2022 por Aurisecular
ASESINOS

Leer Asesinos supone realizar un recorrido por los crímenes más diabólicos y las causas que llevan a cometerlos. Esta colección de horrores está formada por cuentos, de los más prestigiosos del Realismo y Romanticismo. Como muy bien señala el compilador, Álvaro Abós, el crimen ha estado siempre presente en la literatura. Está claro que Dante tuvo mucho que ver, probablemente haya sido fuente de inspiración para torturas y sufrimientos variados, pero no debemos olvidar que asesinos ha habido desde el principio de la humanidad y, por lo tanto, podemos encontrar diversos ejemplos en libros de todas las lenguas y todos los tiempos. El hecho de que los hombres se maten entre sí ha sido narrado de mil maneras.

En cuanto a los autores de Asesinos no cabe duda de que estamos ante un elenco de maestros, casi todos del XIX, si bien de narración diferente. He de destacar la descripción llena de imágenes gráficas del argentino Ricardo Güiraldes, algunas de ellas con tendencia poética "Siguieron el camino, que serpenteaba sumiso como un lazo tirado a descuido" aunque esto no sea obstáculo para sacar a la luz en De mala bebida lo más sádico de un hombre ebrio que, sin embargo, no pierde su perspectiva de poder sobre los demás. Los lectores acompañamos al cochero del patrón Venancio Gómez mientras reflexionamos con horror hasta dónde seríamos capaces de llegar para conservar nuestra vida.

No podía faltar en esta antología el gran Conan Doyle que, aunque en Perdimos el tren expreso prescinde de Sherlock Holmes, no abandona la observación sistemática para contarnos un crimen, la desaparición de un tren y la de quien no se ha avenido a guardar el silencio necesario para que nadie pueda relacionar a los implicados. Las motivaciones quedan a la vista del lector, quien puede atar todos los cabos sueltos hasta que no quede ninguno, "no podemos correr el riesgo de que un hombre de semejante condición hable con su mujer [...] Perdimos la confianza en él [...] Debimos haberle informado a ella que podía volver a casarse cuando se le ocurriera".

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Sir Arthur supo imprimir tensión en lo que escribía, así como dejó traslucir en sus personajes la perseverancia que él tuvo en su trabajo.

La fantasía de Thomas de Quincey subvierte la lógica hasta que, en Asesinato en la taberna de Williamson, nos surge la pregunta de si se puede tratar el crimen como otra obra de arte, ¿prevalece en algunos la ética o la estética? Está claro que cuando en doce días hay un saldo de siete muertos en dos familias diferentes, nos enfrentamos a alguien inteligente que debe haber actuado con precisión matemática y, como si se tratase de una obra maestra, el narrador expone cómo debió ocurrir basándose en apreciaciones científicas, aunque luego dé rienda suelta a las suposiciones "Del cuadrante de los noventa grados que la puerta describiría para hallarse en ángulo recto con la antecámara, quedaban expuestos por lo menos cincuenta y cinco [...] a juzgar por el terrible grito invocando a Dios que oyó el obrero [...] si una de las víctimas recobrase el conocimiento y prestase declaración (diría que), se puso inmediatamente a degollarlas".

Pero además de la lógica, de Quincey asombra por la multitud de recursos que pone en marcha, calificativos en aumento para reforzar la impresión negativa "un extranjero de apariencia siniestra [...] este extranjero repugnante"; alusiones que nos retrotraen al famoso bardo "con ese efecto glacial que producen los dos asesinos en Macbeth cuando se presentan a Banquo..."; menciones de la mitología griega para aclarar las descripciones "¡Qué cabeza de Medusa se oculta bajo esos rasgos exangües..." y aumento del realismo al emplear dudas en las impresiones narradas "Podrían ser las doce menos veintiocho o menos veinticinco".

Las interrogaciones retóricas expresadas mediante una epanadiplosis refuerzan la relación con el lector "¿Dónde estaba el tercero? ¿Y el tercero dónde estaba?". El caso es que mantenemos la atención hasta el final, con el alma en vilo, para llegar, de manera sarcástica, a confirmar hasta donde pueden llevar las especulaciones.

El maestro del cuento latinoamericano redacta, con grandes dosis de humor basado en tópicos, El mono que asesinó "Podría tratarse de un loco, pero ni el estilo ni la letra son de loco"; Horacio Quiroga no escatima en malentendidos gestuales, en penosas circunstancias familiares, en la ignorancia de quienes se consideran competentes y llegan a conclusiones inventadas, en suposiciones inauditas, en comportamientos inconscientes, para establecer, con grandes destellos hiperbólicohumorísticos el tema de la reencarnación, el traspaso del alma de un humano a un mono, y viceversa.

En Asesinos encontramos relatos, como el de León Treich, que comienzan in medias res, para aportar fechas detalladas sobre la desaparición de mujeres a manos de un metódico asesino en serie. A pesar de los informes policiales detallados no pueden probar la implicación de Landrú, quien es ajusticiado mientras deja con la incertidumbre a la policía, "En todas las batallas hay muertos".

Cualquier tipo de psicópata imaginable tiene cabida entre estos autores que indagan en la atracción y el terror que produce el hecho de observar cómo la vida de un hombre, por más desaprensivo que sea, pende de un hilo.

Hay veces en que algo parece más complejo que la esquizofrenia, si esto es posible. León Tolstoi lo demuestra en La muñeca de porcelana cuando su mujer, delicada, sumisa, se convierte para él en un objeto que puede manipular a su antojo hasta que ella se rompe; interesante metáfora del lugar que ocupaba la mujer en el matrimonio, "me la pasé de una mano a otra para abrigarla bajo mi cabeza. Le gustó. Nos dormimos. Por la mañana me levanté y salí sin mirarla [...] Creí que todo había pasado. Pero cada día al quedarnos solos ocurre lo mismo".

Al hablar de locura no podemos olvidar al maestro de maestros; Allan Poe consigue que su protagonista se sienta tan orgulloso de su crimen, y a la vez tan culpable, que no parará hasta que en su monólogo atribulado de El gato negro se delate ante la policía como asesino. También en este caso la narración del feminicidio es la base de la locura del protagonista, que aunque venga disfrazada por celos y abuso del alcohol, lo cierto es que no tolera que nadie, ni un gato, le demuestre algo de afecto a su mujer.

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Italo Svevo, otro pionero de la novela psicológica, usó, como Poe, algunas teorías de Freud y, con un estilo informal a veces, casi siempre irónico, describe a sus protagonistas recomidos por la culpa. Solo así es posible entender que El asesino de la calle Bellpoggio mate casi por accidente a alguien, tras quedarse con su dinero y luego, al ser consciente de que será capaz de huir sin ser visto, dé marcha atrás en sus planes. En realidad, el remordimiento no lo deja en paz y, haciendo gala de una estupidez fuera de lo común, se delata.

Asimismo Gaston Leroux, precursor de la literatura de misterio en Francia, hace de El hacha de oro un cuento para no dormir, en donde la lógica queda encerrada en la tensión de la incertidumbre que la propia protagonista intenta aclarar. El determinismo que subyace en el tema consigue arrastrar al lector a una profunda desolación cuando es consciente de que nada puede cambiar. Son las propias circunstancias las que impiden ser feliz "El único crimen que he cometido en mi vida es haberte ocultado todo".

En esta antología no falta el crimen organizado, tanto que, a finales del siglo XIX y utilizando un estilo totalmente naturalista, Jack London aporta, con Los sicarios de Midas, cierto horror filosófico al demostrar cómo la sociedad puede moldear a los ciudadanos consiguiendo que la culpa se instale en ellos, cuando ellos mismos ponen en marcha técnicas psicológicas torturadoras. "Somos los fracasos triunfantes, los azotes de una sociedad degradada. Somos las criaturas de una perfecta selección social [...] Nosotros, los guardianes del progreso humano, somos elegidos y golpeados".

Merece la pena reseñar al marqués de Sade, quien, fiel a su fama y haciendo gala de un humor corrosivo y desestabilizador, nos recuerda tanto a los cuentos de Bocaccio como al más sádico Castigo sin venganza del Fénix aurisecular. En La castellana de Longeville o La mujer vengada, Sade expone la felicidad que vive un matrimonio gracias a las infidelidades cometidas por ambos; sus vidas van de gozo en alegría hasta que él es consciente de que ella lo engaña; de inmediato pone en marcha un plan, que finalmente le dará justo lo que deseaba para su mujer. Haciendo uso de la función apelativa y fática, expresa la desfachatez y el cinismo machistas y la inteligencia femenina para destacar el espíritu libre del escritor frente al despotismo aristocrático. "No te rías lector [...] el vicio decente y secreto puede servir de modelo, ¿hay algo más feliz que pecar sin escandalizar al prójimo?".

A Ivan Turgueniev le interesa destacar la falta de moralidad y ética de la sociedad del siglo XIX en La ejecución de Troppmann donde, con cierto humor negro, expone la parafernalia cruel e innecesaria que rodeaba a los ajusticiamientos en la guillotina, "un océano entero de seres humanos, hombres, mujeres y niños movía sus olas desagradables y sucias".

Asimismo Victor Hugo, en Guillotina, declara que el hombre es mucho peor que el propio patíbulo, porque es quien lo construye. Y no cabe duda de que si hay algún relato en el que la neurosis y la locura se alían perfectamente, a pesar de dejar una sensación oscura e intrigante de terror, es La casa del juez; Bram Stoker traspasa los umbrales de la vida para advertir, a través de su juez, que estamos indefensos ante las maldades de los poderosos. Todo se confabula para protegerlos. El relato contiene condensados el total de los elementos de la novela gótica: La casa abandonada llena de ruidos a la que nadie quiere ir, la soledad oscura reavivada por la tormenta, los chillidos de animales diabólicos, como las ratas, la incompatibilidad con la religión, la repetición de escenas de horror, la conjunción de características morales y físicas, situaciones macabras hiperbólicas acentuadas por la concatenación de expresiones que llevan a lo sobrenatural...

Todo hace que, en medio de la tensión, descubramos el poder implacable de la mente "Allí, en la silla del juez, con la cuerda colgando de ella, se había instalado aquella enorme rata que tenía la misma fúnebre mirada que este, ahora diabólicamente intensa".

El primer antecedente del relato policíaco en España lo tenemos también en Asesinos, se trata de El clavo, escrito en 1853 por el granadino Pedro Antonio de Alarcón quien con bastantes recursos realistas, repeticiones y una ágil narrativa nos adentra en la falsa identidad y el peso irremediable de la justicia, siempre por encima de sentimientos personales "¿Por qué iba sola? ¿Era casada? ¿Era viuda? ¿Era...? ¿Y su tristeza? ¿Qué la causa? [...] Ahora bien esta acusada, esta sentenciada ¿sería inocente? ¿Lograría sincerarse? ¿Se vería absuelta?".

Resulta curioso; en unos cuentos la mujer no es indultada a pesar de tener sus razones para el asesinato, sin embargo, en El indulto de doña Emilia Pardo Bazán, sí hay liberación para el marido de Antonia, un asesino que la amenazó con matarla cuando saliera de la cárcel. Y sale, y no la mata con sus propias manos. Pero Antonia encontrará igualmente la muerte tras una de las escenas más tremendas y turbadoras de maltrato psicológico "Incorpórase el marido y, extendiendo las manos, mostró querer saltar de la cama al suelo. Mas ya, Antonia, con la docilidad fatalista de la esclava, empezaba a desnudarse".

Gracias a Álvaro Abós por ser el compilador de los mejores relatos de terror escritos, sin duda, hasta ahora.

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