Hace unos días saltó a los medios la noticia del hackeo de la página de citas Ashley Madison. Dependiendo de la catadura moral de cada rotativo, la noticia se dirigió hacía un aspecto u otro. Y los comentarios de los lectores se radicalizaban aún más. Nosotros nos olvidamos de los valores éticos de los usuarios y nos quedamos con los aspectos técnicos. Una empresa digital, que cobra a sus usuarios, permite que sus bases de datos sean violentadas por terceros. O si no lo permite, al menos no ha sido capaz de guardar con seguridad las identidades de sus clientes: más de 37 millones en todo en el mundo.
Evidentemente, este tipo de acciones no son vulgares ataques de phising, como hemos hablado en los últimos post, sino que se requiere una técnica avanzada. Ante la falta de reivindicaciones, podremos especular sobre la autoría de los hechos: un grupo religioso conservador, un grupo de ladrones en busca de tarjetas de créditos, una astada con ganas de revancha... Sea como fuere, las aventuras discretas que la web ofrecía han quedado aireadas y un fichero que recogía los datos de millones de usuarios ha sido divulgado impunemente. Como poco, la empresa debería replantearse su responsabilidad en el asunto, por los daños causados a sus clientes.
El circo mediático tampoco ha dejado pasar la oportunidad de sacar tajada, y alguna emisoras no han dudado en sacar testimonios de los afectados, así como descubrir en directo a una oyente la infidelidad de su pareja. Sin duda, por su alcance, por el número de afectados y por la divulgación mediática, es una noticia que muestra por una parte como la red se convierte en una extensión del mundo físico y por otra parte como la seguridad es un problema al que nadie es ajeno y que sin embargo ni usuarios ni grandes empresas son capaces de controlar.alfonsovazquez.comciberantropólogo