Cuando se trata de una explosión nuclear bélica la mayoría de las muertes se producen por el calor y la onda expansiva; en un accidente nuclear las muertes se producen por absorción de radiaciones. Los muertos en Hiroshima por la explosión fueron 100.000, y en el accidente de Chernóbil 30 por la irradiación, teniendo en cuenta que la cantidad de material radiactivo liberado en Chernóbil fue 500 veces superior.
Las lesiones graves producidas por las radiaciones, en todo el organismo, son en primer lugar el síndrome de médula ósea, que afecta principalmente a la formación de células sanguíneas con la correspondiente supresión de defensas; se produce con cantidades de 2 a 10 Gy, y puede recuperarse en un periodo de 4 a 6 semanas, si las infecciones responden a los tratamientos.
Con dosis de entre 10-100 Gy se produce el síndrome gastro-intestinal, que añade a las lesiones anteriores la desaparición de las células intestinales, con pérdida de membranas y el correspondiente desequilibrio de electrolitos. Produce vómitos, diarreas, deshidratación y estados confusionales.
Con dosis superiores a los 100 Gy aparece el síndrome del sistema nervioso central; afecta a la bomba de potasio cerebral produciendo edema cerebral y por supuesto muerte inmediata.
Lo importante de los efectos de estos accidentes para las áreas no expuestas a esas dosis son los isotopos radiactivos que se producen, y que por el viento o por la contaminación del suelo y plantas y animales pueden llegar a zonas más lejanas.
Los isotopos más importantes dentro de estos accidentes producidos por las radiaciones son los del Xe, Cs, Cd, St y muy importante el I-131. Este isotopo del iodo en el organismo es conducido al tiroides y se sintetiza en las hormonas tiroideas por lo que se extiende a todo el organismo. Como forma preventiva se debe administrar una dosis importante de iodo no radiactivo para bloquear la glándula tiroidea y así se eliminaría el I-131.
MANUEL MARTÍNEZ MORILLO, CATEDRÁTICO DE RADIOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE MÁLAGA
Via: abc