Revista Cultura y Ocio

Así empiezan las novelas

Por Calvodemora
Así empiezan las novelas
Igual que uno no concibe que personajes de las novelas paseen las calles y se integren en la vida real, si es que los libros no la poseen de alguna manera, a veces tampoco alcanza que algunas personas de carne y hueso, a las que saludamos y a las que incluso se les profesa cierto afecto, se incorporen al caudal narrativo de un libro. Se le tiene a la novela la devoción de lo fantástico, no creyendo en modo alguno que transcurran sin que algo maravilloso suceda. Las que flaquean en ese aspecto, las cortas de historia, son otra cosa, pero no novela. Lo que yo amo de las novelas, al tiempo que estén bien escritas y que fluyan como deben, es la restitución esplendorosa de una historia. Las hay que no cumplen ese cometido y se adhieren sin problema a la gran Literatura, pero no se alojan en mi memoria, no se convierten en el objeto fabuloso al que mi ansia de conocer y de fantasear la encomendó la narración de un cuento. Vivimos del cuento, nos levantamos a diario deseando que alguien nos los cuente, nos dormimos y le confiamos al sueño que nos provea de la locura dulce de sus historias, que son también literatura, y nunca anodina, jamás anodina. Habla un lector de novelas. Otro diferirá, esperemos. Se trata de que cada uno busque, en las que hay, la suya, la que lo espolee y lo agite. El modo en que cada uno se deja espolear y se agita no es transferible ni tiene que ser transferible. Yo acabo de empezar Así empieza lo malo, la nueva de Javier Marías. Ah la historia, ah la escritura: qué placer ya conocido, qué manera prodigiosa de urdir y de avanzar, de hacer que el texto sea un personaje también. De alguna forma que admiro, y no sé explicar y no hace falta explicar, Marías hace que su estilo sea un ingrediente vivo, menos un instrumento que un actor más en la trama. Eso tendré que contármelo otro día. Igual hay quien le presta oídos y se deja contar. Eduardo Muriel y Beatriz Noguera no pasean las calles de mi barrio, pero están en casa, concurren conmigo en la cocina, hace poco, mientras espero a que el día me invite a cansarlo. Los días andan como suelen: persiguiéndose. Las noches invitan a perderse en un libro, en un cuerpo, en un sueño. No importa el orden. Piérdanse. 

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