- Fuimos la escisión, de la escisión, de la escisión, de la escisión, de la escisión. ¿Cuantas van?
- Cinco
- Vale, fuimos la quinta escisión de un movimiento político que deseaba unir a todas las fuerzas de progreso para acabar con la opresión y el despotismo de los de siempre.
- Y quedamos los magufos.
- Sí, a todos nos unía el afán de justicia, pero además a nosotros, en particular, nos chiflaban los programas de misterio que veíamos clandestinamente para no asustar a nuestros camaradas.
- Y creamos la Furgo del Misterio. Porque éramos cinco y teníamos una furgoneta vieja.
- Como los de Scooby Doo pero sin perro.
- Fue entonces cuando nos enteramos de las maniobras y manipulaciones del Doctor Krapp.
- Ese ser siniestro era el responsable del clima reinante.
- Desengaño, desilusión, desgana, desconcierto, desamor y otras cientos de palabras que comienzan por "des"
- Despecho, desánimo, desesperanza...
- ¡Basta! es suficiente. La gente decía "es que estoy de bajón y ya no me importa nada". Mentira, la culpa era del virus que el malvado doctor había creado y difundido desde su castillo-madriguera.
- Entonces decididimos ir a verle y ponerle en su sitio.
- Vive en un lugar malvado. En un remoto lugar en los Alpes italianos.
- Escondido en un paisaje abrupto.
- Para llegar allí, tuvimos que bajar abismos infernales y subir por majestuosas montañas.
- Te está quedando muy heroico aunque la verdad es que la furgo no nos falló.
- No estábamos tranquilos. ¿Acaso había un diabólico laboratorio en el sótano o es todo el recinto una mansión embrujada y tramposa?
- Debíamos estar preparadas para todo.
- No desfallecer.
- Podríamos encontrar monstruos por los tenebrosos pasillos cubiertos de telas de araña.
- O incluso algún vampiro podría estar agazapado en un armario polvoriento dentro de algún dormitorio con cama gótica y pringoso dosel.
- ¿Y qué haríamos cuando nos encontrásemos con el Doctor Krapp frente a frente?
- ¿Le preguntaríamos por qué se instaló en un lugar tan apartado ¿Acaso le hacían un buen descuento en los billetes de avión?
- No digas, chorradas, haz el favor. Lo cierto es que el derrotismo es un problama serio que ha dejado a los ciudadanos indefensos.
- ¡No podíamos permitir que nos derrotase!
- Eso último está mejor. Cuando te esmeras, lo logras.
- Aquel portalón solo estaba echado y no tuvimos que tocar la enorme aldaba con forma de culo de diablo.
- Entramos y avanzamos por los pasillos del castillo iluminados por las linternas de los móviles que portábamos en nuestras manos.
- Ah las viejas antorchas tan entrañables.
- Las telarañas y el polvo se hacían cada vez más densos y los muebles y tapices que decoraban las paredes parecía que se desintegraban con nuestros propios pasos.
- ¿Alguien sabe por qué el Doctor Krapp decidió montar semejante tinglado en un lugar tan insano?- preguntó nuestra compañera ecologista.
- Probablemente porque es un lugar aislado y oscuro, perfecto para llevar a cabo sus experimentos malvados- le respondió el politólogo, siempre razonable.
- ¿Pero no podría dedicarse a la ciencia pura, sin tan malas intenciones?- repuso nuestro compañero, el sociólogo positivista.
- Quizás es un magufo como nosotros o esté ausente de cariño. Puede que haya fabricado el virus para sentirse acompañado en su desgracia -repliqué yo mismo, el Community Manager, haciendo uso de mi frivolidad habitual.
- Todos reímos nerviosos ante tu broma, pero pronto nuestro humor se tornó sombrío. Casi nos sentíamos derrotados antes de intentar acabar con el virus derrotista del Doctor Krapp.
- Entonces una puerta de madera maciza nos cerró el paso. ¿Era el laboratorio?
- Enfocamos nuestras luces, respiramos hondo y la empujamos con determinación.
- Una luz cegadora nos deslumbró.
- Cuando nuestros ojos se adaptaron, vimos al Doctor Krapp sentado en una silla giratoria, con una sonrisa malvada en su rostro.
- ¡Bienvenidos a mi refugio! -exclamó con entusiasmo-. Me alegra ver que sois unos fisgones de Champions League.
- ¡Maldito! -gritó nuestro compañero de los movimientos sociales-. Venimos a acabar con tu virus.
- ¿Acabar con mi virus? -rió el Doctor Krapp-. ¿No veis que ya está en todas partes y solo yo tengo el antídoto que lo cura?
- Debes decírnoslo o sufrirás las consecuencias -le amenacé con mi cara de mala leche y con el Smith & Weston para reforzar mis argumentos.
- ¿Pero si yo estoy dispuesto a deciroslo?-respondió con cinismo el maldito doctor-. Solo hay una fórmula: dejad de tomaros la vida tan en serio, reíros más. disfrutad de las pequeñas cosas, bailad bajo la lluvia, tomad un helado en pleno invierno. No hay nada más contagioso que la risa y la felicidad. Ahora convencer a los millones de derrotados que cambien su modo de vida. ¿A qué esperáis? -la risotada casi le hizo caerse del sillón.
- Nos miramos unos a otros, sin saber muy bien qué decir. Tras un largo silencio, el tic en el ojo del Doctor Krapp se intensificó y empezó a reírse de nuevo a carcajadas.
- ¡Jajaja! ¡Es broma, imbéciles! No hay cura para mi virus, lo he creado yo en venganza por lo que le habeis hecho a mis congéneres.
- Nos quedamos boquiabiertos, incapaces de reaccionar.
- De repente, la bata blanca se transparentó como si estuviera expuesta a una sesión de rayos X y reveló su forma interior: debajo de la fea cabeza del Doctor Krapp había un cuerpo de pulpo.
- Pero no os preocupéis -dijo con voz tétrica-. No os meteré en una olla, ni os comeré con patatas y pimentón como haceis vosotros con los de mi especie. Os dejaré vivos para que sintáis vuestra derrota y la difundáis por el mundo a través de vuestros mugrientos tentáculos de comunicación.
- Y así acabó nuestra aventura en el castillo del Doctor Krapp, derrotados y sin saber muy bien cómo logramos salir de allí. Pero al menos teníamos una buena historia que contar a nuestros amigos de Internet en las redes sociales.