Así nos va

La democracia española cada día avanza más coja, como una vieja dama enferma, que se atrinchera en su torre de marfil, atesorando añoranzas y acumulando telarañas, en lugar de abrir las ventanas, dejar entrar el aire fresco de la calle y regenerarse, de una vez por todas, escuchando nuevas voces y discursos alternativos, que le ayuden a ser, sino más joven, al menos sí más sana y más fuerte.

Sin embargo, lejos de mirar hacia adelante para tomar impulso, la democracia española languidece, incapaz de cumplir los sueños de justicia social, reparto equitatitvo de la riqueza, sostenibilidad e igualdad. De los nuevos derechos de ciudadanía, eutanasia, por ejemplo, o legalización de las drogas, mejor ni hablamos. Y en la república, por supuesto, ni pensar. No vaya a ser que los poderes fácticos se enfaden.

Somos muchas las personas que no nos sentimos cómodas con un modelo que consagra el capitalismo, la monarquía y ahora el bipartidismo. Tal vez por ello nos quieran fuera de las instituciones, amordazados y mirando a la pared por rojos, revolucionarios y utópicos. La verdad es que estoy indignado. Los medios de comunicación, salvo honrosas excepciones, no se han hecho eco de una noticia que, en mi opinión, socava aún más, si cabe, la credibilidad de la democracia (¿?) española.

El Congreso de los Diputados ha cerrado la puerta definitivamente a la reforma de la Ley Electoral, de 1985, perpetuando, de este modo, el castigo, tan arbitrario como ilegítimo, contra Izquierda Unida, que con prácticamente un millón de votos sólo tiene dos escaños. Lógicamente, PSOE, PP y las formaciones nacionalistas se han opuesto a corregir la desproporcionalidad que genera este sistema, demostrando, como siempre, que priman su poder sobre el valor y la esencia de la democracia. Así nos va.