Es un tema recurrente en multitud de charlas, y sobre todo en eventos TEDx. La zona de confort es ese lugar al que nos aferramos inconscientemente donde no tenemos que enfrentarnos a nuestros miedos, dificultades o nuevos retos. Es ese lugar en el que todo marcha suave y fluidamente gracias a nuestros talentos naturales o las habilidades que hemos ido adquiriendo previamente, y donde sin un esfuerzo extra conseguimos lo que nos proponemos. Dicho así, ¿quién es el tonto que quiere salir de su zona de confort?
El problema es que, aunque parezca un lugar ideal, este estado mental es un obstáculo para incorporar nuevos conocimientos o encontrar nuevas maneras de abordar un problema. No me voy a extender más, basta hacer una búsqueda rápida en Google o DuckDuckGo para encontrar cientos de páginas y artículos sobre qué es la zona de confort y cómo salir de ella.
Pero no os dejéis engañar por esos sofisticados artículos. En algunos casos hasta os venderán cursos online. La verdad es que, salvo que seáis unos couch potatos, oportunidades para salir de vuestra zona de confort os llegarán casi a diario. Lo único que tenéis que hacer es saber decir que sí.
Precisamente diciendo que sí a un amigo fue como acabé metido en el chiringuito del Club Ciclista de Colloto estos últimos diez días durante las fiestas de San Mateo de Oviedo. Y que queréis que os diga, a mí que no me gusta marcharme y que no me atraen los barullos de gente, no pude salir más de mi zona de confort. A todo lo anterior habría que añadir el tener que tratar (y a veces aguantar con mucha paciencia) a personas con más gramos de alcohol por litro de sangre de los recomendables. Porque sí, queridos lectores, mientras los cuerpos de los borrachos tratan de eliminar el alcohol respirando, sudando y con el hígado trabajando a más no poder, estos tienen la mala costumbre de ir a pedir más alcohol y dar la turra al camarero de turno.
Por supuesto, además de los agobios en los días de más gente y el cansancio acumulado después de estos días con los horarios totalmente cambiados (os hablo de acostarme entre las 4 y las 5 de la mañana), también tengo que destacar las cosas buenas. El trato que recibí por parte todos los compañeros del chiringuito (olvidándome de la holi party de harina del último día jajaja) fue inmejorable. ¡Hasta me daba pena ayer despedirme de la gente! La segunda mejor cosa de estos días, y no os riáis, fue el curso intensivo de cálculo mental y memoria. Creo que no sumaba y restaba tantas cosas sin calculadora desde segundo o tercero de la ESO (y sí, acabo de terminar el Grado en Física). No os imagináis la agilidad que recuperé ya en los tres primeros días. Vamos, que vuelvo a estar listo para pasar la prueba de la calculadora humana sin problemas. Respecto a la memoria no estaba tan torpe, pero sí que es verdad que con pedidos largos (sobre todo de malditas copas) al final me acababa olvidando de lo primero que me pedían. Cierto es que el ambiente de música alta en el que trabajábamos no ayudaba, ni a entender lo que te decían, ni a recordarlo todo. Pero bueno, con un mini palacio mental (más bien una nevera en este caso), solucioné esto rápidamente. Y sí, también hubo momentos de utilizar la física, como a la hora de rellenar las neveras con botellas de cerveza utilizando una distribución similar a una red fcc (face-centered cubic) para aprovechar todo el espacio posible.Finalmente, diez días después, con el fin de las fiestas, me despido de los calamares, de los bocatas de la güela, del pachangueo que aún ensordece mis oídos, de los borrachos de Oviedo, de los conocidos y de los muchos desconocidos que estos días de San Mateo se pasaron por el chiringuito. Con vuestro permiso me vuelvo unos días a mi zona de confort a prepararme para el siguiente reto.