El 12 de febrero de 1958, el líder chino Mao Zedong firmó un histórico decreto que disponía la destrucción de todas las ratas, moscas, mosquitos y gorriones del país.
Se trataba de lanzar una campaña a gran escala que se sería parte del del programa político "El gran salto adelante", que se iniciaría el 18 de febrero de 1957 en el congreso del Partido Comunista de China. Este decreto fue ideado, por extraño que parezca, por el biólogo Zhou Jian, quien en ese momento era el viceministro de educación del país.
Estaba convencido de que la destrucción masiva de gorriones y ratas conduciría a un florecimiento de la agricultura sin precedentes. Según su teoría, los chinos no podían vencer el hambre porque los cereales eran "comidos en los campos por los voraces gorriones". Zhou Jian convenció a los miembros del partido comunista chino de su "brillante" idea aduciendo que en su época Federico el Grande había llevado a cabo una campaña similar con brillantes resultados.
No tuvo que hacer mucho esfuerzo para convencer a Mao Zedong ya que había pasado su infancia en una aldea y conocía de primera mano la antigua confrontación entre campesinos y plagas.
El decreto fue firmado felizmente por él e inmediatamente toda la nación se apresuró a destruir a los pequeños representantes de la fauna indicados en el decreto del líder.
Aplicar el decreto a las moscas, mosquitos y ratas no fue tan fácil. Las ratas, adaptadas para sobrevivir en cualquier condición, incluido el invierno nuclear, no cooperaron y quisieron ser completamente exterminadas. Las moscas y los mosquitos no parecían darse cuenta de la guerra que les habían declarado. Los gorriones pagarían por las ratas, moscas y mosquitos.
Al principio se intentó atrapar y envenenar a los pájaros, pero tales métodos demostraron ser ineficaces, por lo que se usó otro método, matarlos de agotamiento haciéndoles permanecer el mayor tiempo posible en el aire.
Ancianos, estudiantes, niños, hombres y mujeres, agitaban trapos desde la mañana hasta la noche, hacían ruido con cacerolas, gritaban o silbaban obligando a las aves revolotear frenéticamente si encontrar un lugar de descanso. El método demostró ser efectivo. Los gorriones no podían permanecer en el aire más de 15 minutos, por lo que agotados caían al suelo, dónde eran rematados y almacenados en inmensas pilas.
Con este método no solo caían los gorriones, también lo hacían pequeñas aves de todo tipo. Para animar a la población la prensa publicaba regularmente fotos de montañas de cadáveres de aves. Era una práctica común sacar a los alumnos de las escuelas, darles tirachinas y enviarlos, también, ha destruir sus nidos. Los estudiantes particularmente distinguidos recibían premios.
Tan solo en los primeros tres días de la campaña en Beijing y Shanghai murieron casi un millón de aves. Y en casi un año, esas actividades acabaron con dos mil millones de gorriones y otras aves pequeñas. Los chinos se regocijaron y celebraron la victoria. De las ratas, moscas y mosquitos ya nadie se acordaba.
Era mucho más divertido matar gorriones. Nadie se opuso a esta campaña, ni entre los científicos ni en ningún otro sector de la sociedad. Es comprensible: las protestas y objeciones, incluso las más tímidas, serían percibidas como anti patrióticas.
A fines de 1958 prácticamente no había pájaros en China. Los locutores de TV hablaban de ello como un increíble logro del país. Los chinos estaban orgullosos. Nadie dudaba de lo correcto de la medida adoptada por el Partido Comunista Chino y su líder Mao.
En 1959, en la China "sin alas", floreció una cosecha sin precedentes. Incluso los escépticos, en su caso, se vieron obligados a admitir que las medidas contra el "robo" de productos agrícolas por parte de las aves habían arrojado resultados positivos. Por supuesto también se notó que la población de todo tipo de orugas, langostas, pulgones y otras plagas creció significativamente, pero considerando el volumen de la cosecha, parecía algo insignificante.
Para estimar el daño producido por las plagas los chinos tuvieron que esperar un año. En 1960, las plagas agrícolas proliferaron de tal manera que les resultaba difícil discernir y comprender qué tipo de cultivos eran devorados en cada momento. Los chinos estaban perdidos. De nuevo se vaciaron las escuelas y los centros de producción, pero para recolectar orugas, pero todas las medidas resultaron inútiles. Al no tener ningún depredador natural, las aves, los insectos se multiplicaron horriblemente. Devoraron rápidamente toda la cosecha y se dispusieron a destruir los bosques. Las langostas y las orugas estaban de fiesta y en el país empezó a pasar hambre.
Desde la televisión estatal se intentó calmar a la población diciendo que solo se trataba de dificultades temporales y que pronto todo volvería a la normalidad, pero era mentira, claro. La hambruna era grave: la gente moría en grandes cantidades. La gente se comía los utensilios de cuero, las misma langostas, e incluso se dio algún caso de canibalismo. El país comenzó a entrar en pánico.
Según las estimaciones más conservadoras, alrededor de 30 millones de personas murieron a causa de la hambruna que asoló China. Los dirigentes del país finalmente recordaron que todos los problemas comenzaron con el exterminio de los gorriones.
China hizo un llamamiento a la Unión Soviética y Canadá, les pidieron el envío urgente de aves. Los líderes soviéticos y canadienses, por supuesto, se sorprendieron por la extraña petición, pero respondieron a la petición. Las aves empezaron a llegar por miles a China y se encontraron con un auténtico festín, en ninguna otra parte del mundo ha habido una base alimentaria tan grande como las increíbles poblaciones de insectos que literalmente cubrieron China. Desde entonces, China es particularmente amble con los gorriones.