Miami Beach, 8 de la tarde. Tres amigas llegan a un restaurante, morena, rubia y castaña. Se han puesto guapas, se han puesto más guapas. Se sientan en una mesa en la terraza, rodeadas de plantas y de gente guapa, no tanto como ellas, pero hacen un buen decorado. Las tres piden una cerveza y encienden un Camel Crush. A la cuarta calada o tal vez a la quinta aprietan el filtro para que el sabor del cigarro se convierta en mentolado. Charlan animadamente y se ponen al día mientras calman la sed con la cerveza y terminan sus cigarros.
El camarero trae las cartas y aunque ninguna la mira se animan con un vino blanco de California que les ofrecen. En seguida traen la botella junto a tres copas bien frías. Saben que mañana morirán de resaca pero en ese momento nada les importa. Solo importa estar juntas, solo importa escucharse y sentirse afortunadas.Confesiones, complicidad, cuentan sus mayores pecados y saben que no van a ser juzgadas. Planean juergas, viajes, libros, restaurantes, tardes de compras o una copa en cualquier terraza de la playa. Ríen, lloran, se emocionan y se agarran a ese momento como si no se fuese a repetir más. Porque las tres sienten que el olor a mar se confunde con el de la despedida.
Encienden otro cigarro, parece que se sigan el ritmo fumando. Hablan, fuman y beben. Y de repente el mundo se para y solo quedan ellas. El decorado de plantas y gente guapa las contempla inmóvil. La playa, las palmeras, todo Miami Beach las contempla a través del humo del tabaco. Las envidia por haberse encontrado, por haberse conocido, por haber tenido tanta suerte. Y en medio de toda la frivolidad que desprende una ciudad como Miami Beach, rompen el molde declarándose amor incondicional. Así, sin más.
Y aunque la vida las separe, siempre se volverán a encontrar. Tal vez en Miami, tal vez en Madrid o en cualquier parte del mundo, porque el decorado es lo de menos, porque cada una lleva dentro un trocito de la otra, y eso será así para siempre. Mierda de despedidas...