Así te conocí, con la C de Camaleónica soldada en la frente. Haciendo tuyos labios mudados que buscaban, como tú, la caridad y el consuelo en salivas extrañas. Tuyos, sí, pero nunca por más de lo que dura un beso frío.
Te conocí traidora, desnuda de cuerpo y opaca de alma; dipsómana sin causa y con mil excusas, todas aceptables coartadas para ocultar la matanza que llevabas al pecho y, de paso, al hígado.
Atada a la que era de todo menos íntima, sujetas ambas al auxilio de la otra, cada cual más desdeñada y rota. Aquella peliazul con complejo de loca era y no era, todo al mismo tiempo, tu símbolo de redención. En síntesis, te descubrí recién repuesta de las peores caídas de tus teorías absurdas; dispuesta a ser la víbora más execrable.
Te distingues hoy acuosa, más azul que el infinito.
Voy a contar la corta historia de cómo te conocí: con C, de Camaleónica. Ahora eres como aquel camaleón daltónico que confundió el verde con el azul. Se lo comieron los más listos.