Me gustan las películas al filo del abismo, las que ponen toda la carne en el asador y se mojan hasta la coronilla. Las que aceptan que puedan molestar pero no lo hacen intencionadamente, las que asumen sus fallos y admiten sus aciertos sin falsas molestias. Las que piensan en un futuro pero no olvidan su pasado.Por contradictorio que parezca, el hecho de que el director de la película y el que escribe (otra versión de Asier y yo, también) compartamos lugar de origen, aunque estemos muy lejos de él, parece que nos acerca más que separarnos y, sin conocerle en persona, me resulta más cercano que muchos de los conocidos que frecuento. Y es que la tierra, tira mucho.Compartimos un pasado y eso une a cualquiera. Con una diferencia, Pamplona no es Bilbao, aunque en la misma época no se trataban ciertos temas en cualquier lugar porque, al fin y al cabo, no sabías a ciencia cierta lo que pensaba tu interlocutor de enfrente, y mucho menos, quién podía ser la persona que estaba detrás de ti.Años después cuando Bilbao se convirtió en una tarjeta postal y, en lugar de los trabajadores de Euskalduna bloqueando el puente de Deusto para salvar sus empleos, transitaban los camiones que transportaban obras de arte de una fundación, con un nombre que era más fácil de pronunciar que un discurso en lengua extranjera frente al COI, seguíamos sin tocar ciertos temas porque, aunque conocíamos las posiciones políticas de nuestros amigos extranjeros (que habíamos convencido para visitar el País Vasco), seguíamos sin saber, a ciencia cierta, lo que pensaba ese grupo del final de la barra, si bien ahora ya no hablaban vasco sino francés o alemán.Pero, en ciertas ocasiones, la vida te obliga a tratar ciertos temas, lanzándotelos a la cara, sin dejarte escapatoria. Aitor Merino pensaba que, por mucho que amase su lugar de nacimiento, había un más allá de sus fronteras y que incluso podía ofrecerle algo distinto. Dejó la capital, que Hemingway hizo famosa por sus encierros, y en ella tuvo que abandonar familia y a su mejor amigo, Asier.Las separaciones son dolorosas pero en el caso de Aitor es el reencuentro, lo que será más complicado. Su energía, simpatía, talento y trabajo le llevan a tener su momento de gloria (en todo caso, el primero y seguro que no será el último) protagonizando Historias del Kronen (1995), agarrado a una barandilla y suspendido sobre el vacío… (premonitorio, su gusto por el riesgo). Y en ese instante dulce de la atención del público y la prensa, descubre que su amigo de infancia está acusado de pertenecer a la organización terrorista ETA.
Una de las características que nos distingue de los animales es nuestro deseo de comprender lo que nos sucede. Todo mamífero ante un fuego sale corriendo en dirección contraria. Muchos de nosotros también escaparíamos, otros intentarían apagarlo y algunos se preguntarían cuál es su origen y hasta quién o qué lo ha provocado. Asier Merino pertenece al último grupo: al porcentaje de los que se preguntan, lo que no implica que obtenga las respuestas que desearía.
Este apasionante viaje que nos proponen Aitor, y su hermana, Amaia Merino es una de las propuestas más interesantes de Zinemira. El documental se estrenará en la 61ª edición del Festival de San Sebastián y promete convertirse en uno de sus platos fuertes. A veces, bien picante, sabroso por momentos, intenso siempre y, sobre todo, necesario.