Poema sin idea de
reglas de puntuación, salvo su cauce.
Nadie te prepara para sentir tus propias preocupaciones
Tu lados de arena y trombo abismando
Y entonces tienes que cargar de pronto con un peso sin
nombre
Con algo sobre los hombros como repleto de necesidad y
cansancio
Pero no sabes hallar el lugar preciso del desastre,
Es como si el vértigo comenzara a crecer hasta ser toda tu
angustia
Uno puede morir de esas cosas inauditas, irse a plomo sobre el
aire y llenar un ruido,
Casi siempre comienza en los rincones de la mirada donde no
te hallas
Para llegar al pasillo de las camisas de fuerza como alas desahuciadas
entonces sabemos que se necesita de un grito que se abra de boca a boca hasta el lamento,
que pronuncie la agonía.
Eso llevamos por dentro,
la prensión del desespero, la lágrima
que pretende resumir un ahogo,
El día se sumerge en la invisible cotidianidad del bullicio
casi hasta quedar de luto y dormido
Hay que sospechar, tener la posibilidad de un salto o de un
manotazo para descuidar a Dios,
A su reino de socorros, el susurro anhelante de un chasqueo
de los dedos y el milagro
Pero nada puede ocurrir para cambiarnos cuando se está tan
plenamente vivo entre el hastío
A veces no hay manera
de poder mirarse al espejo como si allí se pudiese retratar el secreto
No hay anzuelo para sacar la lengua y exhibirla con las
palabras crudas
Se queda uno impotente y se comprende que lo que más ensaña y pudre
es la indiferencia
Así es como se comienza
a vivir como si fuese siempre ineludible usar una bandana
Como si fuese inevitable la silueta del rifle para avisar de lo
impasible
Hay que llegar al rescate de estos asuntos, sostener la mirada
hacia las ventanas de la ausencia
Despedirse, sin poder, de ese cariño que no para de sangrar
desde la cuna
Y salir con la frente alta y bien vestido
A luchar la muerte
El único bien común que nos queda del desierto