

Aston Martin se pone deportivo, un poco más de lo habitual, y también un tanto descarado, casi vanguardista, cosa que hace sin perder un ápice de su británica elegancia.
Uno, enamorado de la marca inglesa, mira con sana envidia el automóvil que no conducirá nunca, en su versión más moderna, con 517 caballos de potencia que propulsan al deportivo hasta los trescientos veinte kilómetros por hora, alcanzando los cien en apenas cuatro segundos.
Para sentirse Bond, James Bond, existen dos posibilidades: Conducir un vehículo como el que ilustran las fotografías de nuestra entrada de hoy, o disfrutar un Marini seco en la terraza de un bar de verano; es fácil entender que lo segundo resulta infinitamente más sencillo -y desde luego más barato- que lo primero, con la ventaja añadida de que con tres o cuatro termina volando sola la imaginación hasta hacernos conducir en sueños el extraordinario deportivo.
