Leo, en las páginas del vertedero, que en Madrid, por ejemplo, un 60% de los ciudadanos convocados para la inyección de AstraZeneca han decidido "quedarse en casa" y no correr los riesgos que, al parecer, entraña la vacuna. Una vacuna que desde sus inicios no ha tenido buena prensa. Y no la ha tenido, como saben, por "el mareo de la perdiz" que hay en torno a ella. Un mareo que alerta a la población, desacredita a la comunidad farmacéutica y pone patas arriba a la Unión Europea. El miedo ante los posibles efectos adversos, entre ellos la supuesta probabilidad de trombos, sitúa a los ciudadanos ante un dilema moral. Dilema entre si hacen bien, o mal, con la inyección - o no - de la vacuna. Y sentimientos de culpa por si, por azares de la vida, contraen el coronavirus por dejar pasar el tren de AstraZeneca. Estas dudas agravan la social al Covid-19 y ralentizan, de alguna manera, la llegada a la inmunidad de rebaño.
El rifirrafe en torno a los criterios de vacunación ha sacado los colores a la Unión Europea. Una Unión que, desde la crisis del 2008, demostró que no era tan eficaz como parecía. Y no lo era porque en su interior conviven países de primera con países de segunda. Existe, como todos sabemos, una Europa rica - que se corresponde con la franja norte - y una Europa pobre - que se relaciona con los países del sur, entre ellos Portugal, Grecia y España -. Esta dicotomía deja en paños menores a esa idea de cohesión que todos teníamos en torno a la UE. Hoy, la UE ha demostrado que lo que impera en su interior es el "sálvese quien pueda" o el "cada uno a la suya". En tiempos de pandemia, se echa en falta una Directiva europea que unifique los criterios en torno a la aplicación de AstraZeneca. No es ético, porque atenta contra el sentir de Europa, que la vacuna sea vetada por unos países y aplicada por otros. Y no lo es porque las contradicciones intracomunitarias derivan en descontento político y social. Un descontento que suscita corrientes euroescépticas y oportunidades populistas.
Otra grieta abierta, en torno a esta vacuna, es qué pasará con los colectivos pendientes de la segunda dosis. Colectivos como docentes que dentro de un par de meses no saben, a ciencia cierta, si le inyectarán AstraZeneca, Jansen, Sputnik, por ejemplo. Así las cosas, existe una percepción social de que desde las élites políticas y sanitarias se está dando palos de ciego. Y estos "palos de ciego", y disculpen por mi enfado, supone jugar con riesgos graves e inminentes que afectan a la salud de las personas. Por ello, aunque no lo comparto, resulta comprensible que existan altos porcentajes de personas que prefieran correr el riesgo a contraer el coronavirus y no el riesgo de padecer trombos tras el pinchazo de la vacuna. Esta preferencia en la medición de los peligros, nos sitúa ante un terreno pantanoso. Y ese terreno no es otro que la ventaja de la inmovilidad. Dicho de otra manera, dejar que unos edifiquen la muralla mientras otros aguardan encerrados en los intramuros del castillo. Esta actitud pasiva sería muy perjudicial para el avance en la batalla. Y lo sería porque si todos hiciéramos lo mismo - si todos decidiéramos no correr los riesgos de la vacuna - es muy probable que el enemigo nos haga "jaque mate".
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