Sea como fuere, el caso es el Camino de Santiago, lo echan cuesta arriba, camino de Colombres, y nuestro sendero (E-9) arranca desde otras latitudes exactamente desde Bustio y parte hacia la atalaya del Pico Cañón.
Concretamente el trazado comienza en el Parque de la Remansona (Bustio), y continúa, una vez cruzada la carretera Nª-634, por debajo de un paso inferior, y desfila por pista de zahorra, hormigonada en algunos tramos, y va recorriendo los barrios de la Texera y Salcea, hasta enlazar con el camino real que nos lleva hacia el citado picoCañón
A lo largo del sendero existe toda una variada señalización de GR, colocada en cruces y desviaciones. La cual nos acompañará en todo el trazado, aunque hay que ir precavidos pues el vandalismo es moneda corriente por estos predios y las señales siempre se llevan la peor parte.
Antes de subir a coronar el pico, encontramos a nuestra derecha los viejos restos de una casamata o nido de ametralladoras restos antiguos de nuestra incivil Guerra del 36. Desde dicha posición cubrían a toque de metralla todo el paso de la amplia vega; cuestión que el general Ballesteros allá en las guerra francesas debió desechar tal posición, por otra mas altozana y dominante, y de vientos más frescos pues no era cuestión de observar paseantes sino de cortarle el paso al presumible enemigo, aunque en éste en algunas ocasiones fuera de la propia casa.
El Picu Cañón" se llama así desde el año 1810, antes era el" Pico de la Garita " ya que es un buen punto para otear la amplia ría de Tina y sus aledaños, y contemplar los cercanos Mons Vindius (Picos de Europa), tan famosos como majestuosos. Aunque un poco más cercano a nosotros veremos resplandecer el color azulón de la Quinta Guadalupe donde hoy está emplazado el Archivo de Indianos, ubicado en el vecino núcleo de Colombres, y que guarda añgún que otro tesoro masónico.
El cambio en la denominación de la citada atalaya, se debió a que en él emplazó el General Ballesteros, un cañón que sacó del fuerte de Llanes, con el cual defendió durante varios meses la entrada de las tropas francesas, hasta que el 22 de mayo de 1809 una flotilla desembarcó en la Cueva de El Pindal procedente de San Vicente de la Barquera. Estos subieron por sorpresa y se desplegaron por el "Coterón de las Liebres" y se acabó la dominancia.
Dicen las leyendas que estos franceses pretendían conseguir la custodia de la iglesia, [para una vez que parece que se presentan como civilizados defensores de lo patrio, pues les atizamos de lo lindo] al final terminaron por abandonar el suelo patrio expulsados de la heroica y vetusta España por ensalzados prebostes de la rancia derecha asturiana reconvertida al liberalismo.
¿Qué tiene esto de mágico,? Pues más bien poco, pero el camino es conocimiento y entretenimiento y no deja de ser paradójico una invasión francesa para proteger una iglesia. ¿Tan importante era? Cosas así también lo hacían otros famosos franceses, los míticos Templarios, que luchaban años y años por determinadas posiciones que no parecían tener valor estratégico alguno. Símil difícil pero edificante cuando menos.
Como todas las grandes epopeyas, éstas casi siempre concluyen en cuestiones crematísticas o pragmáticas, y el citado cañón que mantuvo al rojerío del momento a raya terminó siendo desmontado por un gallego que se casó en Pimiango, [siempre hay un gallego por medio, pues ya lo dice la canción de Zapato Veloz: hay un gallego en la luna…]; que lo llevó rodando hasta el Haidin" y más tarde lo espitó en Bustio para amarrar los barcos, hasta que en 1936 se lo llevaron para hacer las famosas pesetas. Al menos eso es lo que dicen…y no seré yo quien desmienta las crónicas.
Por debajo del pico Cañón o de la Garita, está la Ería Nueva, y ya debajo de ésta Transboscantos, lugar en el que se juntaban los peregrinos que cruzaban o bien la ría en barca o los que bordeaban ésta hasta su cruce por el paso de Unquera-Bustio; en todos casos, ambos entraban por entre el encinar (fuerza y duración) que se envuelve en mágica y espesa atmósfera esotérica, en la que se embosca este complejo ternario que forman el monasterio cisterciense de Tina, la ermita de Santo Medero y la Cueva del Pindal.
Es un espacio increíble en todos los sentidos, pues es patente la soledad que transmite por todos los rincones el lugar, y personalmente me recuerda a los desiertos de la Cartuja.
Las pozas donde fluye de manera imaginable el agua marina, los vericuetos perdidos entre el antropogónico encinar, los innumerables senderos…,todo desprende un sabor de antiguas estancias y quehaceres. Es un extraño vergel sumido en una curiosa penumbra que a cada metro deja transpirar magia y esoterismo, sin que se pueda precisar o definir el modo y la forma, tal y como nos comentaba Juan G. Atienza.
Es además un lugar de fábulas, según nos cuenta Juan Luis Rodríguez Vigil, en su Geografía Sagrada de Asturias- en cuyo libro nos transcribe la leyenda “de tres hermanos Tina, Marina y Medé (Emeterio) que fueron perseguidos por unos piratas cuando viajaban en barco. Aunque llegaron a la costa, sanos y salvos gracias a la protección de la Virgen, juraron que nunca volverían a poner los pies en una embarcación, pero tomaron posturas diferentes con respecto al mar.
Marina, decidió que no quería ni verlo ni oírlo, por lo que buscó refugio en Llanes. Tal vez la huella de esa hermana la podemos encontrar en la Iglesia de Santa María en la capital llanisca. ¿Ver veremos?
La otra hermana– Tina, a la que le gustaba escucharlo, pero no quería volver a contemplarlo, se fue a vivir al monasterio de medieval posiblemente al que luego dio lugar al actual de Tina, cuyo emplazamiento recoge el cantar de esta manera :
Dichoso del peregrino
que cruza en Bustio la ría
y que llega a descansar
junto a la Virgen de Tina.
Que bien duerme el peregrino
cuando la Virgen le mece
!ay, quien fuera peregrino en Tina
cuando amanece!
Desde el desvencijado monasterio “ se oyen los bufidos del oleaje aunque no se alcance a ver el agua”. Si ya el entorno es de una belleza singular, más puede serlo al escuchar esos extraños ruidos marinos provenientes de los bufones, que más bien parecen bramadorios en los cuales los misteriosos atlantes hacen llegar sus faunos lamentos.
Por otro lado la leyenda de los tres hermanos y su viaje escabroso por mar, del cual llegan sanos y salvos bajo la protección de la Virgen, tiene como resultado que en vez de poner tierra de por medio con la mar océana se quedan todos ellos a vivir al rumor de las olas. Lo cual nos indica la posibilidad de una lectura hermética, que nos sugiere un viaje iniciático mediante el cual los hermanos recobran su cuna, la vuelta a un lugar querido, a sus ancestros, en el cual todos ellos se establecen, y cada uno de ellos se dedica a trabajar su piedra bruta en una especie de vida contemplativa.
Esa travesía de los hermanos recuerda a los viajes iniciáticos, donde todo es tormenta y caos, la búsqueda, y como no, un ir al centro de la tierra, una travesía siempre en la que siempre hay una mano protectora que te asegura en el caos y que desde la inquietud (lo tenebroso) te ayuda a caminar hacia esa quietud que parecen recobrar los hermanos al rumor de la mar cántabra, al lado de la cual se supone han encontrado la Luz, o simplemente, están al lado de algún punto del camino.
Del monacato de Tina y sus dependencias apenas si quedan en pie algún que otro resto como la iglesia, en cuya entrada se aprecia un destruido horno de pan y los pedazos de lo que creo que fue un pozo agua, hoy totalmente anegado, y un poco más allá los desvencijados restos de otras construcciones anejas, que se supone era las dependencias monacales.
En cuanto a la iglesia esto es lo que nos dicen Mari Cruz Morales y Emilio Casares “Las tres destruidas naves están unidas en una sola, estaba constituida por una estructura espacial arquitectónica de una gran sobriedad y armonía que indudablemente hay que enlazar con las aspiraciones del monasterio y su tradición de monjes arquitectos con un conocimiento y búsqueda consciente de los espacios arquitectónicos propicios a la nueva reforma de la Orden Benedictina”.[1]
No parece que dicho monasterio contara con mucha ornamentación simbólica, más bien hay que pensar que se insertaba en la idea cisterciense de que los ojos y la razón no necesitan de la imperiosa simbología que existe en otros monacatos, puesto que estamos en los más sincrético del camino, aquí el desarrollo espiritual no transcurre en un museo de alegorías representadas en capiteles, metopas o canecillos, sino en uno mismo, y más intenso es cuando se realiza esa especie de Transmutación, que se magnifica cuando se recorre la Vereda de los Salvadores.
Quien lleve en sus venas la permanente búsqueda de lo iniciático, el grial de la existencia, encontrará en éste sagrado lugar que los pelillos se le erizan sin saber que está sucediendo a su alrededor, pues el lugar transmite singulares vibraciones y algo parece flotar en el ambiente, el cual terminará por seducirnos como lo hizo con el tercer hermano: Emeterio que “tomó la decisión de no embarcarse, no quería dejar de ver y oír el mar, y se instaló al otro lado de la cueva, desde donde pudo mirar y escuchar las aguas” Un lugar que también embrujó al masón y erudito Fermín Canella, que lo llegó a contemplar en pleno esplendor, o sea sin derruir.
Salimos de los ruinas cistercienses de Tina, que muchos nos dice de aquellos tiempos, pues la piedra habla siempre, puesto que acompaña al canto litúrgico y lo prolonga a modo de eco por la bóveda del monacato, pero los mirmullos del canto se hoyen también por el denso encinar, por el cual el ritmo y la melodía gregoriana se debía esparcir en una extraña y singular prolongación del monacato.. Imaginaos por un momento la escena. Aunque la piedra también tiene un aspecto muy importante, su expresivo silencio.
Dejamos Tina y varias lápidas sepulcrales sin inscripción, una rota, y otra que anda rodando por la zona, y tras ellos nos disponemos a cruzar la profunda huella que deja la Riega Bartolo (Bartolomé, era un apóstol de Jesús, que corresponde a un sobrenombre, que le fue añadido a su antiguo nombre que era Natanael (que significa "regalo de Dios").
Tal vez ese sea el símbolo de la riega pura y cristalina que fluye tan cerca del monasterio, y que en un lugar tan bravío no deja de ser un regalo del Gran Arquitecto, pues aportaba una cristalina agua al monacato y un encanto muy especial.
No deja cuando menos, curioso un nombre para una riega que desemboca en uno de esos bramadorios ya citados, y más cuando Bartolo parece que fue uno de los pastores que estaba acompañado de un ermitaño y ayudado por San Miguel en su encuentro con Luzbel, cuando iba camino de Belén.
Este entorno sin saber porqué me recuerda a San Bartolomé de Ucero en Soria donde también hay una cueva, un gran santuario, un río y los templarios circulando por allí.
Llegamos de forma cómoda entre el eucaliptal y el encinar al singular entorno de la ermita de Santo Medé, que proviene de genitivo Sancti Emeterii. Extraño es éste San Emeterio, que pulula por nuestras tierras asturianas, pese a su posible origen burgalés o leonés.
Parece ser a la vista de las leyendas patrísticas, que le tal Emeterio era hijo del centurión y mártir Marcelo. El poeta hispano Prudencio recogió en verso los relatos de la muerte de Emeterio y Celedonio, éste último era hermano de Emeterio. Estos hermanos formaron parte de las legiones romanas hasta que se decretó la persecución de los cristianos. Por lo que decidieron entonces entregarse al procónsul de Calahorra, declarando su fe, y aunque fueron encarcelados y torturados nunca renunciaron a su religión, por lo que fueron condenados a morir decapitados a las orillas del río Arrendó, el 13 de marzo del año 300. Se cuenta que antes de morir, Emeterio lanzó al aire su anillo, y Celedonio su pañuelo que ascendieron hacia el cielo a la vista de todos.
La leyenda también dice que sus cabezas decapitadas llegaron hasta Santander a bordo de una nave de piedra, que atravesaron la roca conocida como la Horadada de los Mártires y encallaron en la costa. Cuestión que parece enlazar con parte de la leyenda asturiana, lo que no deja de ser paradigmático, pues también en la parte alta de Calahorra se ubica la iglesia del Salvador, probablemente en testimonio perpetuante del hecho martirial. De nuevo El Salvador.
Santo Medé tiene bajo su advocación una impresionante ermita, con lugar anexionado para el alojar al ermitaño. En el pórtico de esta enorme capilla se rodó la película El Abuelo (1998), y en una capillita estival aledaña podemos ver que el citado santo está representado en una pintura mural tocado con una extraña indumentaria y chistera, de claro sabor bizantino.
Como todo santo que se precie, éste ha de tener al menos una leyenda cuasi mágica, y alrededor de Santu Medé hay más de una, y la que sigue ya es un poco de travestidos, pues parece que la idea no era dedicarle la ermita a tal santo, sino a la misma Virgen, pero según narran las leyendas, al escultor que talló la imagen en lugar de la Virgen, le salió un santo, y por aquello de ahorrar en costes pues todo quedó bajo la advocación de San Emeterio de ahí que se cante:
San Emeterio glorioso
eso bien lo sabéis vos
de que fuisteis elegido
para ser madre de Dios.
En esta ocasión estamos ante la clásica situación, pero con variante, de la construcción de una ermita que se desea ponerse bajo la advocación de un determinado santo o deidad, y ésta o éste escurre el bulto para irse un poco más allá. En la presente situación Santo Medé se queda pegado a las viejas tradiciones antropocéntricas de las cuevas, y es la Virgen la que opta por subirse hasta Piminago.
Tal santo da pábulo a otras leyendas sobre poderes curativos, que parece ser, transmutan las aguas del lugar, cuestión muy propicia para los senderistas, pues están tales aguas indicadas para los problemas de pies, de ahí que todo “quisqui” opte por lavarse los pies en la zona y mirar de paso si se le curan los juanetes, pues parece que el santo tiene predicamento y poder en tal cuestión, como asi lo expresa n el pericote:
Valamé, valamé
mi tiu el coxu rompió un pié
y después que lu rompió
lu llevó a Santu Medé
“Los núcleos mágicos y su relación con los manantiales son fenómenos que singularmente siempre van unidos, encontrando casi siempre al lado del agua el santuario, cuya relación “vendría referida a la virtud física o metafísica del manantial y al simbolismo que lo gobierna y lo define, que tiende siempre a identificarlo como su significación griálica de continente y transportador del conocimiento supremo”[2]
[1] El Románico en Asturias (zona Oriental). Ayalga Ediciones 19977
[2] Juan G. Atienza: pag. 37.
Este texto es propiedad de Víctor Guerra, que se puede tomar a condición de la obligada cita de procedencia y autor