Hace unos meses, Ali Smith hizo esta reflexión en una conferencia: «Un libro no existe hasta que no se ha traducido a otra lengua». Pensé en aquellos escritores que son eminencias en sus países, pero grandes desconocidos más allá de sus fronteras, tal vez por cultivar una narrativa arraigada a su cultura, a una forma de usar el idioma, que los editores extranjeros no se atreven a proponer a sus lectores. Quizá este sea el caso de Domenico Starnone (Nápoles, 1943), autor de larga trayectoria, ganador del Premio Strega, el más prestigioso de Italia, por Via Gemito (2000), que aun así permanecía inédito en castellano y otras lenguas hasta hace muy poco. La novela elegida para darlo a conocer ha sido Ataduras (2014), una de las más recientes, de la mano de una traductora de calidad contrastada como es Celia Filipetto, responsable de traducciones de Natalia Ginzburg, Elena Ferrante, Milena Agus y Stefano Benni, entre otros.«En las casas hay un orden aparente y un desorden real.» Estas palabras condensan el espíritu del libro, una exploración lúcida de un matrimonio napolitano a lo largo de la vida y desde diversos ángulos. En la primera parte nos habla Vanda, una treintañera que se dirige a su marido, Aldo, que acaba de marcharse a Roma con otra mujer. La voz de Vanda rebosa dolor, rabia, desesperación, aunque conserva la inteligencia necesaria para analizar lo sucedido. Ella y Aldo se casaron a principios de los años sesenta, se asentaron en su Nápoles natal, tuvieron dos hijos y siguieron, en definitiva, el camino de sus progenitores: ella en casa, él en el trabajo. Parecía que ese iba a ser el orden de las cosas para siempre, pero cada uno evolucionó de manera distinta: Aldo ha prosperado en su carrera, se relaciona con personas influyentes, mientras que Vanda se siente estancada en la rutina doméstica. Además, esto ocurre en un contexto de transformaciones sociales y liberalización de las costumbres, después del Mayo del 68, cuando el divorcio ya no se ve como un escándalo y las nuevas generaciones rechazan los modos convencionales de estar en el mundo. Aun así, Vanda no asume la separación; no asume que Aldo los haya abandonado, a ella y a los niños.En la segunda parte, la más extensa, el propio Aldo toma el relevo de la narración. Han pasado décadas, estamos ya en el siglo XXI y, contra todo pronóstico, Aldo y Vanda, ahora jubilados, siguen juntos. Después de sus escarceos, él regresó a casa, si bien las reglas no escritas de su vida en común cambiaron: la familia al completo se instaló en Roma y Vanda adquirió independencia. No obstante, esos son tan solo los cambios aparentes: detrás de la fachada, ambos aprendieron a comportarse de forma distinta. A ejercer, por un lado, de cónyuge y padre (o madre) y, por el otro, a escondidas, de sí mismos a secas, sin las obligaciones familiares. Dicho de otro modo: aprenden a callar, a guardar secretos, pequeñas traiciones. Han descubierto que un matrimonio solo se sostiene gracias a los silencios, al respeto de la privacidad del otro, a la entereza de saber callar antes del estallido. Es algo que va más allá de tener una aventura o no; se trata de espacio, de aceptar la imposibilidad de dominar toda la existencia del otro, aceptar que nunca se termina de conocer a la persona con quien se comparte cama.En el momento de afrontar la vejez, necesitan soltar lastres. El quid de la novela gira alrededor de ese «desorden» subyacente a la vida en común: de forma cómica, los protagonistas se ven forzados a revisitar su pasado, sus ocultaciones mutuas, todo aquello que han querido arrinconar, en ocasiones literalmente. En esto tienen mucha importancia el narrador de la tercera parte y algunos objetos (metáforas vivísimas) que es mejor no adelantar. Basta con saber que Domenico Starnone no escribe un tratado sobre el matrimonio, sino una historia con enredos y sentido del humor, en la que integra con perspicacia estas reflexiones. Demuestra tener ojo clínico para analizar las relaciones afectivas: cómo se siente cada miembro de la pareja en cada etapa; las contradicciones que plantea la infidelidad del marido (la imagen de histérica de ella en las primeras páginas frente a las risitas cómplices de los otros hombres, las bromas sobre el sexo y el adulterio que se suelen hacer desde fuera, a pesar del dolor de los involucrados); el contraste entre la apariencia y el carácter real de los miembros de la pareja; el papel de los hijos, de la amante; las reformas vitales después de la crisis. Escribe todo eso con nervio, con un estilo vigoroso y limpio que concentra situaciones complejas en pocas frases y distingue a la perfección las voces de los narradores.De algún modo, Ataduras puede leerse como una respuesta desde el punto de vista masculino a Los días del abandono (2002), de Elena Ferrante –a propósito, durante un tiempo se señaló a Domenico Starnone como el autor detrás del seudónimo y, en efecto, tienen semejanzas en su comprensión del hecho literario–. En dicha novela, Elena Ferrante narra la degradación de una mujer después de que su esposo la abandone por otra más joven. La parte central de Ataduras constituye su contrapunto: el marido a la fuga que da sus explicaciones, su perspectiva de lo ocurrido. Tanto un libro como el otro huyen de los tópicos en el tratamiento de la ruptura: ni víctimas ni verdugos, sino personajes imperfectos que toman conciencia de que cada uno ha entendido el deterioro de su matrimonio de una manera diferente. Cada autor incorpora la especificidad del género: mientras que la mujer de Los días del abandono siente sobre todo el desamparo al quedarse sola, la amenaza del trastorno mental, la pérdida de control, los celos, la inseguridad, el hombre de Ataduras explora los mecanismos de huida, el miedo a afrontar los daños, la búsqueda de una nueva pertenencia al mundo, de una autoafirmación, cuando le parece que su matrimonio se ha agotado.
Domenico Starnone
El título original, Lacci, también puede traducirse como «lazos» o «cordones» de los zapatos. En una de sus maravillosas metáforas, plantea una peculiar herencia: tanto el padre como el hijo de esta historia se atan los cordones mal, o, cuando menos, de un modo singular. Lo mismo que las relaciones del núcleo familiar, que en cada casa se enredan de una forma muy suya. Esta idea entronca con la cita de antes sobre el desorden: parafraseando a Tolstói, las familias se asemejan en su apariencia ordenada, pero cada una es única en su desorden. Desde fuera, uno ve a un matrimonio de clase media, con hijos emancipados, una familia como tantas otras; por dentro, el recuerdo del adulterio y otras sombras ensucian la cotidianeidad. En cierto sentido, Ataduras es una novela «antinostalgia», porque pone de relieve que en ocasiones vale más no recordar si se quiere avanzar, y por cómo los personajes (unos más que otros) tratan de deshacerse del pasado, de destruirlo. Así, derribando clichés con ingenio y una honestidad abrumadora, Domenico Starnone ha escrito un libro breve pero intenso sobre los nudos del matrimonio; literatura de alto voltaje que mira de frente al lector y lo interpela desde la primera hasta la última página.