Revista Cultura y Ocio

Ataduras - Domenico Starnorne

Publicado el 10 junio 2019 por Elpajaroverde
«La casa así destrozada era como un estímulo para lanzarlo todo por los aires todavía más».
Destrozado. Así se encuentran su piso Aldo y Vanda cuando regresan de una semana de vacaciones. La primera palabra que se me ocurre para describir su estado, sin embargo, es desvalijado. Pero no, desvalijar implica un vacío, un despojamiento, y en esa casa hay desorden, hay destrozo pero, a excepción del gato de nombre Labes, al que Vanda adora, no parece haber desaparecido nada más.
Labes es un vocablo latino que significa ««caída», «derrumbamiento», «hundimiento», «ruina»». Eso Vanda no lo sabe; solo lo conoce Aldo, quien le puso el nombre al minino hace años. Porque sí, cualquier mínimo estímulo es suficiente para lanzar por los aires lo que ya había saltado tiempo atrás, lo que después se recogió y se intentó recomponer. Así que sí, tal vez lo del desvalijamiento no sea una idea tan errónea por mi parte; tal vez todos los enseres que ahora no son más que un magma de caos tuviesen antes por función tapar y enterrar el gran vacío que se revela ahora como un mar de escombros.
«Se han ocultado el uno del otro, no sin antes dejar caer la amenaza de descubrirse en cualquier momento».
Ataduras - Domenico StarnorneAldo y Vanda son un matrimonio de septuagenarios. Llevan juntos más de cincuenta años. Qué bonito, exclamaréis algunos; qué condena, pensaréis otros. Esta novela podría haber comenzado con ese regreso de vacaciones con el que yo he comenzado esta entrada. También podría haberlo hecho con los momentos inminentes a la partida, tan significativos entonces y tan reveladores después para Aldo. Comienza sin embargo en un punto temporal muy anterior, con la primera de las cartas que Vanda le escribiera a su marido cuando este la abandonó por una mujer más joven, cuando Aldo se enamoró de otra mujer.
Aldo se gusta más a sí mismo al lado de esa mujer. Es como si se hubiera ido diluyendo en la rutina del matrimonio y los hijos y ya no se reconociera a sí mismo. Se casó con Vanda en unos años en los que los papeles de hombres y mujeres estaban bien delimitados y sigue viviendo en un país, Italia, en el que la tradición pesa y mucho.
Vanda no asimila el abandono. Con todo lo que ha sacrificado por esa familia, por su matrimonio y la casa, no concibe el abismo al que se siente lanzada. No son celos lo que siente; es despecho. No es dolor por pensar que el amor que su marido sentía por ella lo ha trasladado a otra persona; es la escisión de sentir que ha hipotecado su vida y se ha quedado arruinada y fracasada.
«A la menor oportunidad -me decía- podría tener un amor: es como la lluvia, una gota choca al azar contra otra gota, se forma un regato. Bastaría con insistir en la intriga inicial, y la curiosidad se convertiría en atracción, la atracción crecería hasta llevar al sexo, el sexo impondría la repetición, la repetición crearía una necesidad y una costumbre. Pero creía que debía amarte para siempre solo a ti, así que miraba para otro lado, me ocupaba de los caprichos de los niños. Qué tontería. Suponiendo que alguna vez te haya querido -y hoy no estoy segura: el amor es un contenedor en el que metemos de todo-, la cosa duró poco».
Vanda, además, considera el abandono de Aldo extensible a sus hijos y juega esta carta injustamente para uno y otros, pero tiene también su punto de razón al considerar a Aldo un padre negligente.
«A los hijos siempre acabas haciéndoles daño, por lo tanto, debes esperar que te lo devuelvan con creces».
Aldo pertenece a esa generación de padres presentes a la vez que ausentes, que delegaban en las madres la educación y el cuidado de los hijos y que, por tanto, cuando tenían que ejercer como único progenitor se sentían perdidos. Sin embargo, no es capaz de cortar el lazo, de abandonar a sus hijos completamente. Como dirá su hija años después: «Su verdadero error fue no conseguir rechazarnos hasta el fondo. Su error fue que una vez que has actuado para herir profundamente, para matar o marcar para siempre a otros seres humanos, no debes retroceder, debes asumir la responsabilidad del crimen hasta el fondo, un crimen que no se comete a medias».
Aldo no consigue borrar las huellas del crimen, así que vuelve al lugar del mismo para intentar resucitar el cadáver de lo que ha matado. Años después, cuando intente poner orden en el desbaratado salón de su casa ultrajada, abrirá libros leídos tiempo atrás y se sorprenderá al releer frases que un día subrayó y que hoy no le dicen nada, como si fuera incapaz de reconocer en ellas al hombre que un día fue. Su identidad de antaño es tan irrecuperable como lo son los primeros años de su matrimonio.
«¿Qué les pasa a las frases hermosas que nos entran en la cabeza, cómo nos conmueven, cómo se vuelven carentes de sentido o irreconocibles o incómodas o ridículas?»
Domenico Starnone es un escritor reconocido en Italia. Con Ataduras ha tenido la primera (y espero que no la última) oportunidad de ser conocido en España. Con ella nos encierra en ese piso de Roma y también en la mente de sus habitantes. Reconozco que las partes, sin desmerecer a las otras, en las que el autor italiano da voz a Aldo, son las que más me han gustado y en mi opinión alcanzan cotas de ejercicio literario soberbio y magistral. «A mi edad es fácil transformar una sospecha en hipótesis fundada, una hipótesis fundada en certeza absoluta, una certeza absoluta en obsesión», nos confiesa el septuagenario que solo aspira ya a «protege[r] los días, los meses, los años que [l]e quedan». Su obsesión juega al thriller psicológico y su brillante análisis de lo que ha sido su vida familiar deshilvana un sutil terror doméstico.
«-Cuánta violencia hay por ahí.
-Siempre la ha habido.
-Pero nunca había llegado a nuestra casa.
-¿Te parece?»
Cuando Aldo vuelve a la casa que abandonó, que no es el piso de Roma, pues en esta novela hay dos casas al igual que hay un antes y un después, sella con su regreso las ataduras que regirán el nuevo orden familiar. Unas ataduras que, imperceptiblemente, irán apretando más y más a medida que pasan los años. Unas ataduras que solo se pueden soltar a riesgo de que los fragmentos que mantienen pegados se desmoronen dejando expuestas las ruinas de unas vidas desvalijadas.
«Esta historia del lazo nos implicó a todos».

Ataduras - Domenico Starnorne

Golden cat surveys the scene. Fotografía de Kandukuru Nagarjun


Ficha del libro:
Título: Ataduras
Autor: Domenico Starnone
Traductora: Celia Filipetto
Editorial: Lumen
Año de publicación: 2018
Nº de páginas: 179
ISBN: 978-84-264-0525-8
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