Revista Gente

Atardecer

Publicado el 28 mayo 2013 por Moradadelbuho @moradadelbuho

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Atardecer

Weque

El atardecer era mío. El silencio de una habitación que parecía estar vacía, se rompía lentamente en mi cabeza con el suave y permanente rozar de nuestros labios. Esa fue la tarde en la que aprendí a vivir…

Abrazados, besándonos encima de la cama y solo vistos por un dulce atardecer rojo que filtrado por una gran cristalera, nos iluminaba. Permanecimos lo que pareció solo un pequeño instante de mi vida.

Los botones de mi camisa parecían desaparecer uno a uno a causa de tus suaves manos que lentamente bailaban a lo largo de mi cuerpo desprendiéndome de cada una de mis prendas. Instintivamente, comencé a hacer lo mismo mientras me seguías inocentemente con la mirada.

Como llevado por el viento, me llevé de tu pecho ese bonito sujetador blanco que con un simple pellizcar en su broche, dejaba a la vista esos grandes y dulces pechos que solo vi en ti.

Tú fuiste la que con delicadeza hiciste desaparecer ese precioso tanga blanco que cubría lo que parecía ser la parte más atrayente de tu cuerpo, exceptuando esos bonitos ojos marrones que mirándome, invitaban a hacer lo que uno quisiera.

Movido por el inmenso deseo de darte lo que nunca sentiste y sin dejar de mirarte, acariciaba primero lentamente esta parte tan íntima. A lo que tú me respondiste con una pequeña sonrisa malévola que sin duda daba a entender lo que tú querías. Momento en el que acerqué mi lengua rozando suave en círculos una pequeña zona que sin duda te volverá loca. Al primer contacto reaccionaste en tensión al igual que hiciste algo más tarde cuando cambiando el movimiento de arriba a abajo rápidamente una y otra vez noté como inspirabas presa de la sorpresa.

Permanecí un largo tiempo masajeándote, llegué a notar como casi se me agarrotaba la lengua, pero todo valía, tú lo valías…

Tocaste mi cara ordenándome con un gesto ponerme a tu altura. Cosa que hice sin dudarlo, me sentía tu esclavo. Saboreándote, me besaste cuando con tu mano derecha me colocaste a las puertas de tu cuerpo. Sólo con un movimiento mío podrías haberme sentido dentro de ti. Lo sabía, y por eso seguía besándote, haciéndote esperar. Sonreías, y fuiste tú la que moviendo rápidamente la cadera, de abajo hacía arriba, por fin me sentiste dentro.

Fue una sensación tan atrayente, aquella que sin duda empecé lo que tú querías. Moviéndome de adentro hacia afuera, suave y lento, te miraba a la cara sin descanso. Ansiaba entenderte, darte lo que sólo tú quisieras. Cerrabas los ojos con una expresión de placer que me hacía sentirme suavemente excitado a cada espiración que dabas.

La tarde se convertía en noche; y así, al mismo tiempo, pasamos de la luz suave que nos daba aquel atardecer, a la visibilidad ardiente que nos proporcionaba unos candiles ya preparados para ello…

De repente, y poniendo las manos sobre mis apretados glúteos me ayudabas e incitabas a agilizar el ritmo. Poco aguanté en esa posición por lo que exploté vertiéndome encima de aquello que se ponía por delante. Te miré con cara de preocupación, pero por poco tiempo. Sabía exactamente lo que querías, y yo estaba ahí.

Después de limpiarme un poco, me coloqué justo detrás tuya, los dos permanecimos tumbados en la cama, yo te abrazaba mientras que, besándote el cuello, palpaba rápidamente tus ahora durísimos pezones. Así, introduje de nuevo mi aún erecto falo en tu húmero aparato que siempre me atraía. Con movimientos fuertes y rápidos decidí ayudarme de mi mano que pasó del duro pezón al pequeño botón que tan alto placer te causaba.

Masajeando mientras te penetraba, cada vez me costaba más mantenerme así. Tus pequeños gemidos rompían en la habitación dándome más y más ganas. No tardaste mucho en explotar de placer mientras respirabas fuertemente. Todavía exhausto te besé tiernamente un momento, y pasé a acurrucarte bajo mi hombro. Permanecí besándote la frente hasta darme cuenta de que te quedaste dormida.

En ese momento, sentía muy dentro de mi que me pertenecías y, satisfecho, cerré los ojos para amanecer teniéndote a tu lado.

Autor | Sergio C.P

Bruno Fernández (@BrunoFdz)


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