Estas perturbadoras esculturas en blanco impoluto a través de las cuales el autor quiere conducirnos a una catarsis como la que provocaban las tragedias griegas en los espectadores, es lo que me encontré al entrar en el atelier de Bernardí Roig.
Sus esculturas solitarias e iluminadas hablan de él, de emociones, expresan sus miedos y obsesiones y giran en torno a la mirada, a como el observador es afectado por la obra, cómo interioriza lo que ve con la carga empírica que lleva e interpreta subjetivamente el lenguaje del artista, creciendo ésta con las miles de miradas que recibe.
La iluminación de los fluorescentes es un guiño al minimalismo de los años 60 de reducir todo a lo esencial, también una manera de incidir en el dolor representado, de acentuarlo con estas luces de neón. Todas sus figuras de ojos que no quieren ver la luz es análoga a la alegoría de la Caverna de Platón, donde llevados por nuestros sentidos engañosos solo vemos sombras, no alcanzamos la verdad y solo el filósofo es capaz, a través de la razón, de llegar al conocimiento, al mundo inteligible. Su obra esta cargada de mitos, metáforas, de mucha profundidad y conocimiento del ser.
Su estudio dice mucho de él, con un orden sorprendente uno se ve rodeado de blancas paredes que no nos distraen, como el cubo blanco expositivo, de sus obras esparcidas por el estudio.
Es un artista contemporáneo figurativo con mucha carga conceptual. Explora al ser humano a través de la escultura, video, dibujo o fotografía. Resultan excepcionales sus dibujos, unos más difusos que otros y con una fuerza y profundidad que no dejan indiferente. Distribuidos por suelo y paredes, se convierte en su técnica favorita para plasmar con inmediatez su pensamiento.
Destacable también, un muro revestido de fotografías, recortes y recuerdos que tuve la suerte de ver antes en la grandiosa exposición que se llevó a cabo en las salas del Museo Lázaro Galdiano, en Madrid, a principios de este año, "El coleccionista de obsesiones" título que le retrata a la perfección. Él lo describió como un monólogo íntimo.
De despedida pude descubrir en un altillo el buen gusto por el diseño de Bernardí Roig pudiéndome recostar en la famosa Lounge Chair de Charles y Ray Eames bajo la lámpara de pared orientable Potence de Jean Prouvé.