Revista Educación

¡¡¡Atención, Peligro!!!

Por Siempreenmedio @Siempreblog
¡¡¡Atención, Peligro!!!

Yo al peligro siempre lo veo venir. Es como cuando reconoces a un viejo amigo por sus andares aunque todavía esté muy lejos. Otra cosa es que cuando era un pibe fuera listo y supiera apartarme a tiempo o, como casi siempre, pecara de incauto y decidiera quedarme a saludar. (Ojito que en este caso me refiero al peligro, que no al amigo, porque a los amigos hay que saludarlos siempre -con situaciones de pandemia incluidas- a pesar de que ahora solo se pueda hacerlo sin besos ni abrazos).

Vamos a ver, tampoco se crean ustedes que yo era una especie de Chuck Norris o Jean Claude Van Damme, que encaraba el riesgo con extrema frialdad y la misma cotidianeidad que el que va a comprar todos los días dos barritas de pan a la tienda de la esquina.

Nada más lejos de la realidad porque, de hecho, mientras la mayoría va de valentón y saca pecho de sus proezas y heroicidades, yo siempre he presumido de cobardica, incluso en aquel entonces. Lo que ocurre, eso sí te digo, es que mi curiosidad era mucho más fuerte que mi miedo y por eso me gustaba estar lo más cerquita posible de la primera línea de fuego. (pero solo como oyente y, aún así, alcancé más perdigonazos de la cuenta).

Como digo, tanto aprendí de aquella época que ahora al peligro lo huelo a kilómetros, con o sin mascarilla, como si tuviera una bolsa llena de pescado podrido delante de la nariz. Así que cuando lo detecto no es cosa de clarividencia ni de una especie de sentido arácnido como Spiderman, sino pura experiencia, un par de huesos rotos, una ristra de puntos de sutura salpicados por mi cuerpo, alguna que otra quemadura, un amplio inventario de desvanecimientos y unos cuantos catarritos.

Esto me ha servido para que, desde que soy padre, viva de forma permanente en modo alerta. Algunos todavía me critican por eso y dicen que pasé de simple cobardica a cagueta total por la vía directa y yo no puedo más que darles la razón. No en vano, yo, que antes presumía de la cicatriz que dejó un culo de botella en mi pie por andar todo el día descalzo, ahora uso escarpines en las playas de callaos, nunca juego a las ahogadillas, ni voy nadando hasta el rompeolas y en las ferias no me subo ni a la noria, al menos sin haberme tomado antes una biodramina.

Sí, me he vuelto excesivamente precavido y estoy obsesionado por minimizar el riesgo a toda costa de tal manera que, además del DNI, unas moneditas sueltas y la tarjeta del tranvía con saldo suficiente para al menos un par de trayectos, en la cartera siempre llevo tiritas, dos o tres paracetamoles y, por si fuera poco, en mi bolsillo nunca falta mi kit de supervivencia compuesto, entre otras cosas, por un cargador de batería para el móvil, un boli, un imperdible, un clip y un palillo para tocar madera por si la cosa se pone fea.

Igualmente, en el maletero del coche tengo una manta y mudita de ropa limpia por lo que pudiera pasar.

En lo que respecta a mis hijos, me he convertido en un auténtico pejiguera y he desarrollado un instinto protector tal que los torturo a diario reproduciendo hasta la saciedad frases viejunas de advertencia con demostrado fundamento científico o no, como: "Después de almorzar no te metas en el agua hasta que pasen dos horas porque se te corta la digestión", "no te tires de cabeza, que te vas a dar un planchazo", "no te subas ahí, que te vas a caer", "ponte las cholas, que te vas a poner malo", "¿a dónde vas con ese suéter, que te va a dar la Rosita?", "no comas tanto chocolate, que luego te duele la barriga", "tápate la boca antes de salir, que te va a dar aire", "cuidado al cruzar y mira bien a los dos lados, que hoy los coches van como locos", "si tu amigo se tira por un puente, tú también te tiras?" o, mi preferida de toda la vida, "mejor llévate una rebequita, que seguro que a la tarde refresca".


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