El pueblo que da título a la entrada de hoy forma parte de un cojunto de cinco, relacionados con el Cid Campeador y cuya visita puede realizarse prácticamente en el mismo día, dada la escasa distancia que los separa.
No es esa, sin embargo, la razón de publicar la imagen superior, se trata de la vista desde el castillo que muestra ¡una plaza de toros!, hecho insólito en el ambiente de lo políticamente correcto que impera actualmente en nuestro país. Sorprende que sea noticia, y lo es. Las corridas forman parte de la idiosincrasia popular, como la Semana Santa sevillana, la paella en Valencia o la liga de las estrellas. El mundo del toro es el más débil. Basta que media docena de pseudoprogresistas se vean escandalizados por el sufrimiento del animal, para que se inste la correspondiente prohibición en nombre de la libertad. Amigos de todo lo que sea vetar algo, se intentó con la celebración sevillana de la pasión y muerte de Cristo, y la respuesta popular obligó a plegar velas con rapidez a los ediles correspondientes. Por supuesto, podemos vivir en un país en el que el salario mínimo interprofesional sea reducido, pero en donde se dilapiden más de cien millones de euros en el fichaje de un sujeto cuyo mérito único es atizar patadas a un balón de cuero, haciendo, con excesiva frecuencia, trampas al fisco en este tipo de operaciones; por supuesto, a nadie se le ocurrirá cuestionar el deporte rey, y no por la corrección política, sino por el miedo a la reacción popular. Ya existía en la antigua Roma, y se llamaba pan y circo.
De todas maneras, quiero expresar mi alegría por ver la plaza de toros en la fotografía adjunta. En un pueblo. Con ese paisaje castellano -y español- de fondo. Una plaza portátil que sobrevive sin agresiones de quienes pretenden imponer sus ideas mediante la prohibición y el veto. Una razón para el júbilo.