A lo largo de esta semana ofrecemos la crónica de algunas de las películas que forman parte de la programación de Atlàntida. Festival de Mallorca 2022, que cada año amplía su oferta presencial mientras que algunos títulos de su programación ocupa durante un mes la plataforma Filmin. Este concepto de festival de cine híbrido, que se ha ido consolidando especialmente a raíz de la pandemia del coronavirus y la necesidad de las muestras cinematográficas de adaptarse a las circunstancias, ha venido siendo una característica esencial de Atlàntida Film Fest, que se ha transformado en un festival de mayor envergadura. Mientras que su versión presencial se celebra en Mallorca entre el 24 y el 31 de julio, el formato online irá desplegando un centenar de películas, una especie de compendio de películas que han pasado por otros festivales de cine españoles, en la plataforma Filmin entre el 24 de julio y el 25 de agosto. A la presencia en Mallorca como Masters of Cinema de Isabelle Huppert, Neil Jordan y Sergei Loznitsa, a los que se dedica una retrospectiva, hay que añadir también la incorporación de una sección dedicada a la Identidad LGBTIQ+. Durante esta semana hablaremos de algunas de las películas que forman parte del Atlàntida. Festival de Mallorca.
Quiero hablar sobre Duras
Claire Simon, 2021 | Atlàntida Literary | ★★★☆☆
La amistad que unió a la escritora Marguerite Duras y la periodista Michèle Manceaux duró treinta años, alimentada por su vocación literaria pero también por su condición de vecinas en el pueblo de Neauphle-le-Château, y fue descrita por la segunda en su libro L'amie (1997, Ed. Robert Laffont). Años antes, en 1982, había entrevistado a Yann Andréa, quien mantuvo una relación amorosa con Marguerite Duras, que fue primero de admiración literaria, amistad epistolar y finalmente de convivencia. Pero el contenido de esta conversación que tuvo lugar durante dos días, no fue publicado hasta un año después de la muerte de Michèle Manceaux, en el libro Je voudrais parler de Duras (2016, Ed. Point). Por tanto, no se trata de un texto corregido por la autora, sino de una transcripción literal de los cassettes en los que se grabó la entrevista, lo que refleja la actitud generalmente callada de la periodista y la necesidad de Yann Andréa de confesarse en cierta manera. Para colocar en el contexto adecuado, hay que señalar que la entrevista se produjo un año antes de que el propio Andréa escribiera su primera novela, M.D. (1983, Ed. Minuit), basada en la etapa de hospitalización de la escritora debido a su alcoholismo, y dos años antes de que Marguerite Duras publicara El amante (1984, Ed. Tusquets Editores). Tras su muerte, y empujado por la editora Maren Sell, con la que inició una nueva relación, Yann Andréa escribió Ese amor (1999, Ed. Tusquets Editores), la historia de su convivencia, que fue llevada al cine en la película Ese amor (Josée Dayan, 2001). Por su parte, Vous ne désirez que moi (Claire Simon, 2021), que compitió en la sección oficial del pasado Festival de San Sebastián, es la transcripción, llevada a imágenes, de la entrevista entre Michèle Manceaux y Yann Andréa, con sorprendente fidelidad a las palabras reflejadas en el libro.
Cuando Yann Andréa habla, adopta la posición del amante doliente, el joven fascinado por la figura de la escritora y que acabó en una relación en la que ella ejerce un papel controlador, manifestado en la transcripción literaria de la entrevista y en la película por las llamadas telefónicas que una invisible pero muy presente Marguerite Duras realiza desde la planta de abajo, como marcando una cierta estructura temporal. Yann Andréa menciona cómo él se acercó tímidamente para hablar con la escritora tras una proyección de la película India Song (Marguerite Duras, 1975) y cuando ella le invitó a que le escribiera dándole su dirección, comenzó una larga relación epistolar de seis años hasta que Andréa consiguió el teléfono de Duras y ésta le manifestó el placer que le producía recibir sus cartas. Si el actor Swann Arlaud construye un Yann Andréa de ficción que utiliza las palabras para describir su pasión admirativa por Marguerite Duras, Emmanuelle Devos tiene el difícil cometido de interpretar los silencios de la periodista Michèle Manceaux y ambos, en sus diferentes interpretaciones, logran dar corporeidad a los textos y a las miradas. La directora Claire Simon (1955, Inglaterra) construye una ficción documental, una realidad trasladada a imágenes en una puesta en escena que utiliza los colores para establecer los diferentes espacios de los dos protagonistas.
En este sentido, pueden ser algo discutibles las aportaciones propias de la directora, como la introducción de algunas escenas de India Song o grabaciones de archivo de otras entrevistas a Marguerite Duras, lo que rompe con esa ausencia presente que tan adecuadamente es utilizada durante la entrevista, y también introduce intermedio en el que la cámara sigue a la periodista hasta su propio espacio personal. La grabación de la entrevista, efectivamente, se realizó entre el 2 y el 3 de octubre, de forma que Claire Simon decide acompañar a Michèle Manceaux en el regreso a su casa, un paseo nocturno y silencioso que casi es un reverso del paseo previo por la playa de Yann Andréa, y que acaba en el hogar y en el despertar del día siguiente. En cierta manera, se podría decir que las escenas aisladas de la propia entrevista, como los encuentros en una zona de cruising de Yann Andréa con otros hombres, o su visita a un bar, son reflejos de los pensamientos de Michèle Manceaux, las escenas que se manifiestan en su silencio. Curiosamente, los momentos en los que la periodista interviene con mayor intención son aquellos en los que Andréa se refiere a su homosexualidad, que también relaciona con la forma en que Marguerite Duras a veces le desprecia. La homosexualidad que ella misma describía como la "muerte del hombre", y que para Andréa es sobre todo una manifestación carnal: "Yo nunca podría enamorarme de un hombre", le dice a la periodista. Aunque con una puesta en escena que a veces perjudica el ritmo, Vous ne désirez que moi construye un diálogo reflexivo sobre una relación que ahora se denominaría como tóxica, en una película que resulta tan ambivalente como la propia obra de Marguerite Duras, entre la belleza y la arrogancia.
Varsovia 83: Un asunto de Estado
Jan P. Matuszyński, 2021 | Atlàntida Premiere | ★★★☆☆
Hace unas semanas comentamos en nuestro repaso a las series más interesantes del mes la francesa El caso Oussekine (Disney+, 2022), un relato sobre la brutalidad policial basado en un hecho real ocurrido en Francia en 1986, cuando un joven fue asesinado por miembros de la policía durante unas manifestaciones estudiantiles. Zeby nie bylo sladów (Jan P. Matuszyński, 2021), como una historia paralela a la de la miniserie francesa, porque también se basa en la muerte de un joven a manos de la policía, ocurrida el 12 de mayo de 1983 cuando Grzegorz Przemyk, que solo tenía diecinueve años, fue arrestado por la policía polaca y conducido a una comisaría donde recibió una paliza. El título original y el internacional, Leave no traces, mucho más adecuado que el aséptico título español, hace referencia a la intención de los tres policías implicados de golpear al joven tratando de no dejar huellas ni cicatrices en su cuerpo que pudieran incriminarles, pero el brutal apaleamiento tuvo como testigo a un amigo de Grzegorz que también fue arrestado. Poco después de los hechos, Grzegorz Przemyk sintió graves dolores abdominales y falleció dos días más tarde en un hospital. Como en Oussekine, la gravedad del asunto provocó una conspiración entre el Ministerio del Interior y los servicios secretos para iniciar una campaña de desinformación en torno a las actividades subversivas del joven y culpando a los dos paramédicos que trasladaron al joven hasta el hospital de las lesiones que sufrió.
El director Jan P. Matuszyński (1984, Polonia), conocido por su acercamiento a la biografía del artista polaco Zdzisław Beksiński y su familia en The last family (2016) y por la miniserie El rey de Varsovia (Filmin, 2020), reproduce estos hechos con un acercamiento claustrofóbico, eligiendo el formato granulado, cercano a las grabaciones en 16 mm., que también aporta intencionalidad respecto a la opresión de un estado liderado por el presidente Wojciech Jaruzelski (Tomasz Dedek), quien estableció la ley marcial que permitiría este tipo de detenciones. Grzegorz Przemyk era hijo de la activista Barbara Sadowska (Sandra Korzeniak) y se considera ésta como la causa principal de la paliza a la que fue sometido. La película se detiene de manera pormenorizada en el largo proceso de investigación y el posterior juicio que tiene como principal testigo a Jurak Popiel (Tomasz Ziętek), un personaje ficticio que sirve al director para construir la presión a la que es sometido incluso dentro de su propia familia para no declarar en contra de la policía, una representación del estado de opresión y miedo en la Polonia de los años ochenta.
Varsovia 83: Un asunto de Estado compitió en la Mostra de Venecia 2021, fue seleccionada por Polonia para los Oscar sin conseguir pasar el primer corte y ha tenido trece nominaciones para los Premios Eagle de la Academia de Cine de Polonia 2022, aunque solo obtuvo el premio al Mejor Actor de Reparto para Jacek Braciak, que interpreta al padre de Jurak Popiel. Lo más interesante de la película es esa reconstrucción de un thriller político a la manera de Constantin Costa-Gavras, incluso en la propia textura visual, con una espléndida puesta en escena que nos sitúa en la Varsovia de los años ochenta con eficacia. Pero hay un empeño tan claro en hacer justicia a Grzegorz Przemyk desentrañando las cloacas del Estado y su conspirativa deformación de la realidad, que a veces la historia se enreda en cuestiones secundarias, y es tanta la intención de componer una mirada más amplia a partir de un hecho concreto que el resultado termina siendo excesivamente largo, perjudicando a un tercer acto que, en su perspectiva melancólica y desesperanzada, acaba siendo lo mejor de la historia. También es necesario destacar la banda sonora compuesta por el trompetista francés Ibrahim Maalouf, que crea una música oscura y repetitiva, atonal y asfixiante que recuerda a las bandas sonoras de John Carpenter de los años ochenta, igual que la película a veces tiene la tonalidad de thrillers como Zodiac (David Fincher, 2007) en su narrativa temporal y el desasosiego que transmite.
Animals
Nabil Ben Yadir, 2021 | Atlàntida Premiere | Identidad LGBTIQ+ | ★★★★★
El título de la película Animals (Nabil Ben Yadir, 2021), estrenada en el Festival de Gante 2021 y producida por los hermanos Dardenne, es una definición y una declaración de principios. La deshumanización a la que el espectador asiste es brutal y explícita, y adopta la palabra realismo para construir una descripción del nacimiento de unos monstruos, aquellos que el 22 de abril de 2012 mataron al joven Ihsane Jarfi en la ciudad belga de Lieja, en lo que fue catalogado como un crimen homófobo. Pero el director Nabil Ben Yadir (1979, Bélgica) se pregunta en algunas entrevistas por qué fue considerado solamente como un asesinato homófobo pero no como un crimen racista. La película describe una noche de infierno que llega a resultar insoportable en la representación de la violencia, pero que llega a ser más rotunda en las vejaciones verbales que en la propia agresión física. La estructura narrativa de la historia se divide en tres partes: la primera transcurre durante la fiesta de cumpleaños de la madre de Brahim (Soufiane Chilah), un joven de padre inmigrante y madre belga que está decidido a presentar por primera vez a su familia al novio con el que ha convivido durante cinco años. El formato 4:3 y la cámara siempre cerca del protagonista, en planos secuencia en los que se mueve por la casa esperando con ansiedad la llegada de su novio, marcan el tono opresivo de la película, que ya está presente en la propia vida de Brahim, incapaz de tener una vida normal en la que su pareja forme parte de la familia. Este formato continuará en el segundo acto, cuando Brahim se sube a un coche con cuatro jóvenes para mostrarles una zona de bares de la ciudad, sin saber que esa decisión le acabará llevando a un auténtico infierno. Las escenas que se desarrollan dentro del vehículo, en primeros planos que a veces cortan la imagen, es claustrofóbica, y poco a poco la incomunicación va derivando hacia la violencia verbal y los insultos homofóbicos, el momento en el que la deshumanización comienza a producirse.La secuencia en la que se producen las agresiones físicas y las vejaciones es especialmente dura y sobrecogedora, no solo por la explicitud de las acciones, sino sobre todo por el realismo de éstas, lo que se refuerza con la decisión de Nabil Ben Yadir de sustituir el formato cuadrado para mostrarnos la secuencia a través de los móviles de los agresores. Ya no es el director quien filma, sino los propios actores, otorgando una verosimilitud que intensifica la transformación de estos monstruos, que convierte a los hombres en animales, que elimina todo tipo de humanidad en los atacantes, cada vez más embrutecidos, y en la propia víctima, convertida en un desecho, un objeto inanimado. El acto de filmación es incluso más terrible que la propia agresión, porque muestra el sentimiento de impunidad de los agresores. Uno de ellos se convierte en protagonista del tercer acto, que vuelve al formato 4:3 del principio, y que se convierte en una especie de espejo de las primeras escenas con Brahim. Este monstruo cuyas manos están aún ensangrentadas por los golpes, vuelve a su realidad, que también está marcada por la violencia, en una de las escenas más controvertidas de la película, porque parece dar una cierta justificación a su deshumanización, convirtiéndose él mismo en una especie de víctima dentro de su entorno familiar. Pero el resultado final es una película opresiva, descarnada y llena de rabia, explícita en su representación de la bestia que se oculta bajo una apariencia humana.