Esta nueva crónica del Atlàntida Film Fest, cuya programación se puede ver en Filmin hasta el 26 de agosto, se centra en algunas representaciones de la juventud que podemos encontrar entre las películas y series seleccionadas. Pero se trata, en muchos casos, de una juventud disfuncional, que trata de escapar del inevitable proceso de madurez o que, simplemente, se enfrenta a una sociedad en la que no encaja. Es una juventud que lucha por la supervivencia en un entorno qhostil, y que en ocasiones encuentra en un comportamiento hedonista la única forma de resistencia.
GENERACIÓN
La novela Noget om Vitus (2015) fue el debut como escritor del danés Sigurd Hartkorn Plaetner y se convirtió en una exitosa historia juvenil que logró críticas favorables en general. Dos años después, en 2017, el escritor adaptó y dirigió el podcast Noget om Emma (2017), con un planteamiento interesante: Sigurd Hartkorn entrevistaba durante cinco episodios a su propio personaje, Vitus (interpretado por el actor Adam Ild Rohweder) y conversaban sobre Emma y la influencia que ella había ejercido en él. La serie Así es mi vida (DR, 2021), creada por Christian Bengtson y Mads Mendel, que también dirige, está más relacionada con el podcast que con el libro, teniendo en cuenta que ambos en realidad cuentan la misma historia. A pesar de su título, la serie no habla directamente sobre el personaje de Emma, sino que cuenta la historia de Vitus, desde su perspectiva y a partir de su propia experiencia. Este fue uno de los aspectos más criticados ya desde la novela, y también es un lastre en la adaptación como serie, en cuanto Emma solo existe en la forma en que afecta a la vida de Vitus, pero en realidad se profundiza poco en su personaje, sabemos pocas cosas de ella excepto aquellas que atañen directamente al personaje masculino.Vitus (Mads Reuther), por su parte, refleja bien una cierta juventud que atesora todos los complejos característicos de la inmadurez: un complejo de Peter Pan en su incapacidad para dejar de comportarse como un adolescente, e incluso un cierto complejo de Edipo reforzado por el suicidio de su madre y representado en su confrontación con su padre. Se trata de un personaje con el que resulta difícil empatizar, especialmente en la primera parte de la historia y en la relación con su novia Sara (Mette Gregersen), huyendo de ella cuando sabe que está embarazada, acusandola de haberlo hecho premeditadamente, buscando en definitiva justificaciones para no asumir el compromiso de la paternidad y, por lo tanto, del crecimiento. Emma (Kristine Kujath Thorp) se convierte así en una vía de escape, en una forma de seguir viviendo sin preocupaciones, aunque los secretos de ambos acabarán afectando a esta nueva relación.
Uno de los principales problemas de la serie, que de alguna manera se recrea en el sentimiento autocompasivo de Vitus, es que el principal punto de giro, que en la novela se produce a la mitad del trayecto, aquí se revela (aunque sembrado previamente) en el penúltimo episodio, lo que deja poco margen para que se entienda realmente el proceso de asimilación del personaje principal, su comprensión de la necesidad de asumir un papel activo en su vida. Tampoco ayuda el hecho de que, como comentábamos antes, Emma sea un personaje dependiente de Vitus, plano en su desarrollo. Hay una intencionalidad clara de "salvar" a Vitus de su propia estulticia, pero posiblemente esté mejor madurado en la novela, porque en la serie no termina de convencer.
La directora turca afincada en Berlín Hadas Ben Aroya abordó en su debut People that are not me (2017) las preocupaciones existencialistas de la juventud israelí, a través de una historia que protagonizó ella misma. Su regreso a la dirección con All eyes off me (2021) abunda en este interés por retratar una imagen desenfadada, hedonista, de las relaciones entre los integrantes de la denominada Generación Z, los que siguen a los millenials, quienes intentan evitar que el peso de la responsabilidad y el compromiso caiga sobre sus cabezas. La película estuvo presente en la sección Panorama de la Berlinale 2021 y ofrece, como elemento de mayor interés, la descripción de un Tel Aviv moderno y cosmopolita, abierto a la celebración de la juventud. La directora contrasta una realidad que a veces resulta dura con una actitud de apatía que roza la inmadurez. Como cuando, en el primer segmento, una joven describe a Danny (Hadar Katz) el suplicio que sufrió cuando le practicaron un aborto, pero al final concluye con un "pero al final se pasa".
Danny quiere contarle a Max (Leib Levin) que él es el padre de su futuro hijo, pero él ya ha iniciado una nueva relación con Avishag (Elisheva Weil), que se convertirá en el segundo segmento de la película. Su relación es básicamente sexual, como una especie de versión juvenil de El último tango en París (Bernardo Bertolucci, 1972), tratando de encontrar en sus encuentros físicos una mayor complicidad, lo que lleva a Avishag a querer flirtear con la violencia, con el sentimiento de ser sometida. Ella será el nexo de unión con el tercer y último segmento, cuando se queda en casa de un hombre maduro cuidando de su perro en su ausencia, pero cuando Dror (Yoav Hayt) llega finalmente, encuentra a la joven durmiendo en su cama. La película contrasta el comienzo ruidoso en una fiesta con un final silencioso, meditativo, que encuentra paz en los cuerpos compartidos.
Esta descripción de una juventud que solo piensa en el presente, en el disfrute concreto de un momento determinado, sin casi pensar en posibles consecuencias, está mostrada con algunos aciertos, pero alejada de los logros que consiguió en su anterior película. Hay, de nuevo, una visión naturalista, pero en esta ocasión se siente demasiado artificial, estableciendo con dificultad la empatía necesaria con unos personajes que se sienten tan apáticos y tan desinteresados que solo transmiten frialdad. Hay un cierto espíritu de Eric Rohmer en las largas conversaciones entre los protagonistas, pero su contenido es poco seductor. Al final, el espectador adopta la misma posición de indiferencia que la que parecen tener los jóvenes retratados.
Ganadora de una Mención Especial a la Mejor Ópera Prima en la sección Encounters de la Berlinale 2020 y del Premio de la Asociación de Críticos de Alemania al Mejor Debut, Naked animals (Melanie Waelde, 2020) aborda también una juventud que huye precisamente de aquello a lo que se tiene que enfrentar. El grupo de adolescentes que encabeza Katja (Marie Tragousti) se desentienden de los adultos, a los que dejan atrás para iniciar una vida en común que, sin embargo, les llevará indefectiblemente a convertirse ellos mismos en adultos. Son jóvenes desarraigados, que arrastran algún tipo de disfuncionalidad afectiva, pero por otro lado son tan cool que no pueden abandonar las clases de kárate. En cierta manera, esta práctica deportiva, el único reglamento que Katja acepta cumplir, es un reflejo de su propia relación con Sascha (Sammy Scheuritzel), que está basada en cierto grado de violencia. Cuando Katja visita a la doctora para curarse una cicatriz en la cabeza producida por un mal golpe de Sascha, ésta le da un folleto informativo sobre violencia doméstica, pero la única reacción de Katja es esbozar una sonrisa.
La directora utiliza un formato casi cuadrado, que comprime la imagen y obliga a utilizar planos muy cortos, casi nunca abiertos, casi siempre cercanos en una experiencia que transmite cierta claustrofobia. Esta sensación también está en el entorno, en un espacio reducido en el que, aunque los jóvenes viven por su cuenta y no está definido exactamente el lugar en el que se encuentran, se intuye que se trata de un lugar pequeño, en el que cualquier acontecimiento especial es conocido por todos. Melanie Waelde, que refleja parte de su experiencia juvenil (se emancipó cuando tenía 17 años) en esta crónica de la búsqueda de libertad, camina por terrenos ya conocidos, utilizando un estilo visual convencional (cámara en mano, primeros planos...) que no puede evitar una sensación de repetición de fórmulas comunes. A pesar de su corta duración se produce un sentimiento de frustración en el que los personajes finalmente no consiguen salir de un bucle estático.
También utiliza el formato cerrado, en este caso 1:1, completamente cuadrado, la película española Los inocentes (Guillermo Benet, 2020) con la intención de transmitir una cierta sensación de claustrofobia, que refuerza la tensión a la que son sometidos los protagonistas. La película es la traslación literal del cortometraje Los inocentes (Guillermo Benet, 2018), que contaba la misma historia y de la misma forma, pero en 20 minutos en vez de en casi dos horas. Aunque no queda claro qué aporta esta ampliación del relato de un grupo de jóvenes que se ven envueltos, desde diferentes perspectivas, en la muerte de un policía a causa de una pedrada, tras el desalojo de un concierto en un centro social.
El director propone una mirada que es cercana, incluso se podría decir que sofocante, enmarcando el punto de vista de cada uno de los jóvenes implicados en ese formato cuadrado, pero también acercando la cámara hasta primeros planos a veces rotos por el encuadre tan estrecho. La historia se cuenta desde la perspectiva de cada uno de los personajes, y asistimos por tanto a diálogos en los que no se establece un plano-contraplano, sino que el único que permanece en pantalla es el protagonista de su propio segmento, estableciendo el fuera de foco como un elemento que también es usado como refuerzo de la tensión.
Los jóvenes protagonistas de Los inocentes también tienen un elemento de desarraigo, en su condición de okupas de espacios deshabitados, en su enfrentamiento con una sociedad contra la que se rebelan, y que está representada por la violencia que despliegan las fuerzas del orden, aquí en su faceta de atacantes en vez de defensores de los ciudadanos. Guillermo Benet explora el sentimiento de culpa y las consecuencias de un acto que traspasa la línea de una cierta rebeldía naïf, y que adquiere tintes dramáticos. Pero el formato y la puesta en escena elegidos juegan en contra del propio interés de la propuesta, estancan la acción hasta hacerla excesivamente esquemática, en su narrativa previsible. Y elimina la sensación de asombro del espectador cuando estamos viendo una conversación que sabemos que minutos después vamos a volver a ver desde el punto de vista del interlocutor, lo que provoca una sensación de hastío que lastra el desarrollo de los personajes.
DOMESTIK
El planteamiento de In the mirror (Laila Pakalnina, 2020) es interesante en su condición de comedia negra sobre la obsesión por la imagen en la sociedad moderna. De alguna forma, todos nos hemos convertido en la madrastra del cuento de Blancanieves, los móviles son nuestros espejos y los selfies son las respuestas a la conocida pregunta: "Mirror, mirror, here I stand. Who is the fairest in the land?" ("Espejito, espejito, aquí estoy. ¿Quién es la más hermosa del lugar?", que escribían los hermanos Grimm en 1812. De esta forma, los protagonistas de la película siempre están sosteniendo un móvil en una actitud narcisista, mientras la acción se centra en ellos o en lo que ocurre de fondo. Esta representación de los defectos de la sociedad actual en el entorno de un cuento de hadas del siglo XIX se convierte en un elemento de interés que sostiene buena parte de la película.
Y, a pesar de tratarse de una adaptación de ficción, el enfoque del plano selfie conecta directamente con los trabajos documentales de la directora letona Laila Pakalnina, que es una reconocida realizadora en este género. De alguna forma, hay un paralelismo entre el plano selfie y los documentales de "cabezas parlantes" que se basan principalmente en la intervención de los entrevistados. En este juego de ficción-documental, la directora convierte a los enanitos del cuento en un grupo de culturistas y a Blancanieves en una practicante de CrossFit. Por lo tanto, el culto a la imagen no solo es una obsesión de la madrastra, que en este caso no se ve amenazada por la belleza y la juventud de Blancanieves, sino por su capacidad para hacer más burpees que ella.
El cine documental de Laila Pakalnina, a la que DocumentaMadrid dedicó una retrospectiva en 2018, se basa en la observación de lo ordinario desde una perspectiva extra-ordinaria, y suele estar impregnado de un sentido del humor que expone a veces situaciones absurdas. Por tanto, In the mirror, que es una de las pocas incursiones de la directora en la ficción, encuentra un nexo de unión con su habitual estilo cinematográfico en los documentales. Pero, mientras en muchos de ellos consigue mantener la atención incluso en temas de proyección aparentemente limitada, In the mirror agota pronto su propuesta, y solo encuentra pequeños destellos de brillantez en un conjunto que finalmente acaba siendo irregular, convirtiéndose en una rareza personal más que en una acertada representación formal.
Parte de la programación del Atlàntida Film Fest se puede ver en Filmin hasta el 26 de agosto.
Los inocentes está disponible hasta el 15 de agosto.
People that are not me se puede ver en Filmin.El último tango en París se puede ver en Movistar+ y en Filmin.