«Una exploración poética del mundo de la mano de los grandes exploradores de la Antigüedad y del siglo XVI y de los poetas, polígrafos y eruditos de todos los tiempos.»
Cubierta de: ‘Atlas de los lugares soñados’
Si hacer algunas fechas escribía sobre el Atlas de las ciudades perdidas, de Aude de Tocqueville publicado por Geoplaneta, en el cual descubrimos el destino inesperado pero real de 40 ciudades actualmente desaparecidas o abandonadas, hoy escribo sobre otro libro también de lo más interesante, el Atlas de los lugares soñados de Dominique Lanni.
País de las Amazonas, reino del Preste Juan, tierra de Berbería… desde la noche de los tiempos, los lugares soñados han poblado los sueños y los relatos de los grandes descubridores. A lo largo de los siglos, ha habido marineros, exploradores y aventureros que han explicado el mundo y sus tierras lejanas poblándolas de seres míticos y legendarios.
Islas maravillosas como Citerea, la patria de Afrodita, países de Jauja como Cölquide, donde reposa el vellocino de oro, reinos salvajes habitados por monstruos como el país de los magbetus, imperios tenebrosos como el de los cimerios donde se exilian los muertos…
Este Atlas de los lugares soñados invita a una exploración poética del mundo de la mano de los grandes exploradores de la Antigüedad y del siglo XVI y de los poetas, polígrafos y eruditos de todos los tiempos.
Taprobana
La historia de los mapas traduce con notable precisión la evolución del saber geográfico. En su misma concepción material, con sus oportunos desgarrones y sus leyendas, también dejan leer las lagunas, las dudas, los interrogantes y las certezas de los hombres. Al delimitar los territorios, indicar los mares, los ríos y, a veces, los habitantes de cada lugar, los mapas ganan en precisión gracias a los informes, las memorias y las relaciones de los exploradores. «De luengas tierras, luengas mentiras», enseña el refrán. En el mismo seno o junto a los países reales, surgidos del océano o fruto de la imaginación, aparecieron en diferentes puntos del globo o en épocas más o menos remotas, regiones, tierras, islas, continentes o reinos nimbados con un aura misteriosa, rodeados de leyendas o totalmente soñados.
«Las Hespérides eran jóvenes vírgenes que custodiaban las manzanas de oro, que iban a despertar tanta codicia y provocar la guerra de Troya.»
¿Es finito el mundo? ¿Dónde se sitúan sus márgenes? Estas preguntas animaron a los pensadores de la Antigüedad, cuyo ecúmene –el mundo conocido– tenía como límites Berbería, Libia y Etiopía al sur, la Cólquide, el Ponto Euxino, el jardín de las Hespérides en Oriente, y la isla de Tule al norte.
Tule
En Occidente, lugares como las islas de Citerea, Ogigia y Candía o la ciudad de Troya accedieron muy pronto y de forma duradera a la condición de lugares soñados. Teatro de una guerra que tal vez no sucedió, Troya fascinó a los poetas de la Antigüedad antes de estimular con fuerza el imaginario de los mitólogos, los dramaturgos y los arqueólogos. Citerea, isla bendecida por los dioses, fue considerada durante mucho tiempo como la isla del amor; Candía, como la de los héroes y el enfrentamiento entre Teseo y el Minotauro. En cuanto a Ogigia, la isla de la ninfa Calipso, su búsqueda y localización ha promovido hermosos viajes a muchos helenistas que han surcado el Mediterráneo con la Odisea en la mano.
«Para convencer a los incrédulos, retiraron el dobladillo de sus ropajes joyas, perlas y diamantes que habían traído como preciosas reliquias de aquellas tierras del fin del mundo.»
En Oriente se ubicó la Cólquide, el país del vellocino de oro, el tenebroso territorio de los cimerios, habitantes de las galerías subterráneas. Siguiendo el testimonio de Marco Polo, consignado en El libro de las maravillas, que menciona cuantiosos portentos, riquezas infinitas y palacios de oro macizo, Catay, Cipango y las Indias hicieron soñar a más de un viajero; el sueño de uno de ellos, aliado a una enorme intuición, motivó uno de los errores más formidables y fecundos de la historia de la navegación y de los grandes descubrimientos. Sin Marco Polo, Cristóbal Colón nunca habría soñado con las Indias y nunca hubiera abierto la ruta a aquellas tierras que, para que no se desvaneciera el sueño colombino, fueron bautizadas como las «Indias Occidentales». Por último, hasta el s. XVII, Taprobana pasó por ser el lugar donde Adán y Eva vivieron y cayeron en la tentación; actualmente, la huella del pie de Adán es visible todavía en uno de los montes de la isla y aporta la irrefutable prueba al actual peregrino escéptico…
«Entre el Nilo Azul y el Atbara, el reino de Meroe fue durante siete siglos, una de las civilizaciones más brillantes de la Antigüedad.»
“Semper aliquid novi est in Africa…” dice el aforismo. Si Berbería es un espacio fantasmagórico del imaginario antiguo y medieval es porque reflejaba un África tal como ya no se volverá a imaginar a partir del siglo XVIII: un África rica, radiante y feliz. Más allá, el continente siguió siendo desconocido hasta que fue doblado el cabo Bojador, el «cabo del miedo», a iniciativa de Enrique el Navegante. Entonces reveló una tierra cristiana –el reino del Preste Juan–, un deslumbrante imperio –Meroe–, gigantescos territorios poblados por salvajes y monstruos –el Congo, el Monomotapa, el país de los mangbetus– y un reino con el suelo trufado de minas de oro –el reino de Saba–. Las tierras del continente negro no son las únicas que fascinaron a los viajeros, los cosmógrafos y los utopistas. Si las fuentes del Nilo fueron objeto de erráticas localizaciones durante siglos es porque durante mucho tiempo se consideró uno de sus afluentes, el Gihón, como un río que llevaba al paraíso…
Sin duda, el Nuevo Mundo, más que África, ha sido fértil en lugares legendarios, ya sea el país de las amazonas, El Dorado o las siete ciudades de oro de Cíbola. La irrefrenable fiebre del oro… ¡cuántas locuras y desmanes se han cometido en su nombre! Pizarro, Orellana, Olid… Nombres de solo algunos de los conquistadores que, para apoderarse de ciudades de oro que no existieron más que en la imaginación de quienes las inventaron, arrasaron a sangre y fuego aquel cuarto mundo del que Occidente tantas cosas hubiera podido aprender en materia de astronomía, de matemáticas o de botánica.
Por su lejanía extrema o relativa, los límites han sido adornados también con una función mítica y poética: en el «Extremo Occidente», en el monte Atlas, fue ubicado el jardín de las Hespérides, en los confines del mundo habitado, las islas Afortunadas; al norte, Tule, y en los márgenes de los mares del Sur, el continente Austral, que supuestamente hacía contrapeso a la masa de los continentes situados al norte del ecuador, y la Nueva Citerea, la isla hechicera en la que Bouganville y sus hombres quisieron reconocer el paraíso terrenal.
Este Atlas de los lugares soñados es una invitación a explorar estos lugares y otros, en compañía de historiadores como Heródoto, Estrabón, Diodoro de Sicilia; de viajeros como Marco Polo o Cristóbal Colón; de conquistadores como Pizarro y Orellana; pero también de novelistas, polígrafos y eruditos, como Heinrich Schliemann, Victor Bérard o Jules Hermann, lo que lo convierte en la llamada de un viajero a un periplo por lugares soñados, a veces imaginados e imaginarios, pero todos, como decía el poeta-viajero Henri Michaux en Ici, Poddema, Voyage en Grande Garabagne (Viaje a la Gran Carabaña) , Au pays de la magie o Ailleurs (En otros lugares), tan «perfectamente reales».
Lee y disfruta de un fragmento del libro.
Los autores:
Dominique Lanni es etnólogo, antropólogo y doctor en lengua y literatura francesas por la Universidad de París-IV Sorbonne. Catedrático en la Universidad de Mata, es especialista en modos de representación de la alteridad en la era clásica.
Karin Doering-Froger, ilustradora del Atlas de las ciudades perdidas (geoPlaneta, 2015), plasma su pasión por el arte participando en la eclosión de jóvenes talentos.
El libro:
Atlas de los lugares soñados (título original: Atlas des contrées rêvées, 2015) ha sido publicado por el Sello Geoplaneta en su Colección Atlas. Traducido del francés por Albert Ollé. Encuadernado en tapa dura, tiene 144 páginas.
Cómpralo a través de este enlace con Casa del Libro.
Como complemento pongo un vídeo con el booktrailer de Atlas de los lugares soñados realizado por el editor.
Catay