Revista Arquitectura

Atmósferas

Por Marcelogardinetti @marcegardinetti

La realidad  arquitectónica sólo puede tratarse de que un edificio me conmueva o no. ¿Qué diablos me conmueve a mí de este edificio?  ¿Cómo puedo proyectar algo así? ¿Cómo puedo  proyectar algo similar al espacio de esta fotografía (que, para mi, es un ícono personal)? Nunca he visto el edificio –de hecho, creo que ya ni existe-  y, con todo, me encanta  seguir mirándolo. ¿Cómo pueden proyectarse cosas con tal presencia,  cosas bellas y naturales que me conmueven una y otra vez?

El concepto para designarlo  es el de “atmósfera”. Todos lo conocemos muy bien: vemos a una persona y tenemos una impresión de ella. He aprendido a no fiarme de esa primera impresión; tienes  que darle una oportunidad. Ahora soy  un poco más  viejo, debo decir que vuelvo a quedarme con la primera impresión. Algo parecido me ocurre con la arquitectura.

La atmósfera habla a una sensibilidad emocional, una percepción que funciona a una increíble velocidad y que los seres humanos tenemos para sobrevivir. No en todas las situaciones queremos recapacitar durante mucho tiempo sobre si aquello nos gusta o no, sobre si debemos o no salir corriendo de allí. Hay algo dentro de nosotros que nos dice enseguida un montón de cosas; un entendimiento inmediato, un contacto inmediato, un rechazo inmediato.

¿Qué me ha conmovido de allí? Todo. Todo, las cosas, la gente, el aire, los ruidos, los colores, las presencias materiales, las texturas, y también las formas.

Formas que puedo entender. Formas que puedo intentar leer: Formas que encuentro bellas. ¿Y qué más me ha conmovido? Mi propio estado  de ánimo, mis sentimientos,  mis expectativas cuando estaba sentado allí. Me viene a la cabeza esa célebre frase inglesa que remite a Platón: “Beauty is in the eye of the beholder” [“La belleza está en los ojos de quien mira”]. Es decir,  todo está solamente dentro de mí.

PETER ZUMTHOR

 La magia de lo real

Como arquitecto me pregunto: La magia de lo real de, por ejemplo, el café de la residencia de estudiantes de Hans Baumgartner, construida allá por la década de 1930.  Esos hombres  están sentados  ahí  y disfrutan.  Me  pregunto: como arquitecto, ¿puedo  proyectar algo con esa atmósfera, con esa densidad, ese tono? Y si es así, ¿cómo? Y pienso que sí, y pienso que no. Pienso que sí, pues hay cosas buenas y cosas peores.  Y ahora  de nuevo una cita. La frase la escribió un musicólogo para una enciclopedia de música.  La he ampliado y colgado luego en mi estudio, diciéndome a mí mismo: ¡así tenemos que trabajar! El musicólogo  decía sobre ese compositor, que enseguida adivinareis de quién se trata: “Diatónica radical, versificación rítmica potente y diferenciada, nitidez de la línea melódica, claridad y crudeza de las armonías, brillo cortante de los colores sonoros y, finalmente, simplicidad y transparencia de la textura musical y robustez del armazón formal” (André Boucourechliev sobre “el auténtico carácter ruso de la gramática musical de Ígor Stravinski”)

Llevar a cabo esta tarea de crear atmósferas arquitectónicas también tiene un lado artesanal. En mi  trabajo tiene  que haber un  procedimiento, unos  intereses,  unos  instrumentos,  unas herramientas.

El cuerpo de la arquitectura

La presencia  material de las cosas propias de una obra de arquitectura, de la estructura. Estamos sentados aquí, en este granero, con esta fila de vigas que, a su vez, están recubiertas por esto o lo otro… Este tipo de cosas producen  un efecto sensorial en mí. En ellas encuentro el primer y más grande secreto de la arquitectura: reunir cosas y materiales del mundo para que , unidos, creen este espacio. Para mí se trata de algo así como una anatomía. En realidad, al hablar de “cuerpo” lo hago en el sentido literal de la palabra. Como nuestro cuerpo, con su anatomía y otras cosas que no se ven, una piel, etc., así entiendo yo la arquitectura y así intento pensar en ella; como masa corpórea, como membrana, como material, como recubrimiento, tela, terciopelo, seda…, todo lo que me rodea. ¡El cuerpo! No la idea de cuerpo, ¡sino el cuerpo! Un cuerpo que me puede tocar.

La consonancia de los materiales

Los materiales concuerdan armoniosamente entre sí y producen brillo, y en esa composición  de materiales surge algo único. Los materiales no tienen límites; coged una piedra: podéis serrarla, horadarla,  hendirla y pulirla, y cada vez será  distinta.  Luego  coged esa  piedra en porciones minúsculas o en grandes proporciones, será de nuevo distinta. Ponedla luego a la luz y veréis que es otra. Un mismo material tiene miles de posibilidades.

Se pueden combinar materiales en un edificio, y llega un punto en el que se distancian demasiado unos  de otros,  no vibran conjuntamente,  y, más tarde, otro punto donde están  demasiado próximos, y luego están como muertos.

El sonido del espacio

¡Oíd! Todo espacio funciona  como un gran instrumento;  mezcla los sonidos, los amplifica,  los transmite a todas partes. Tiene que ver con la forma y con la superficie de los materiales que contiene y con cómo éstos se han aplicado.

Yo creo que todo edificio emite un sonido. Tiene sonidos que no están causados por la fricción. No sé lo que es. Quizá sea el viento o algo así. Lo cierto es que si entras en un espacio sin ruidos sientes que hay algo distinto. ¿Es hermoso! Encuentro hermoso construir un edificio e imaginarlo en su silencio. Esto es, hacer del edificio un lugar sosegado, algo bastante difícil de lograr hoy en día que nuestro mundo es tan ruidoso.

Cuesta mucho conseguir que los espacios cobren  sosiego y, desde el silencio, imaginarse cómo sonará el espacio con proporciones y materiales adecuados.

La temperatura del espacio

Creo que todo edificio tiene una determinada temperatura. Trato de explicároslo y, aunque no sea demasiado  bueno haciéndolo,   es  algo que me interesa  sobremanera.   Las cosas más  bellas constituyen una sorpresa.

Me viene a la cabeza el término “temperar”. Quizás sea un poco como “temperar” pianos –es decir, buscar la afinación  adecuada-, tanto en un sentido  propio como figurado. Esto  es, esa temperatura es tanto una física como también probablemente psíquica.  Es lo que veo, siento, toco, incluso con los pies.

Las cosas a mí alrededor

Me preguntaba si era tarea de la arquitectura crear un recipiente que contuviera todas aquellas cosas, o para acoger el mundo del trabajo, o lo que sea; en definitiva, todo aquello que le permita a uno tener consigo esas cosas.

Esa idea de que cosas que nada tienen que ver conmigo como arquitecto tengan su lugar en un edificio, su lugar justo, me ofrece una visión del futuro de mis edificios, un futuro que ocurre sin mi intervención.

 Entre el sosiego y la seducción

Tiene  que ver con el hecho de que nos movemos  dentro de la arquitectura. Sin  duda, la arquitectura es  un arte espacial,  como se  dice, pero también un arte temporal. No se  la experimenta en sólo un segundo.  En esto coincido con Wolfgang Rihm: la arquitectura, como la música, es un arte temporal.

En este sentido, en el cine nunca me canso de aprender. Las cámaras y los directores trabajan con una estructura similar de secuencias. Yo intento hacer lo mismo en mis edificios; que me gusten a mí, y a vosotros y, sobre todo, que concuerden con su uso.  Se debe acompañar hasta el final, preparar  las cosas, estimular, la sorpresa agradable o la distensión, pero siempre, debo añadir, sin ser en absoluto académico: todo debe producir una sensación de naturalidad.

La tensión entre interior y exterior

Encuentro  increíble  que con la arquitectura arranquemos  un trozo  del globo terráqueo y construyamos con él una pequeña caja. De repente, nos encontramos con un dentro y un afuera. Estar dentro, estar fuera. Fantástico. Eso significa –algo también fantástico-: umbrales, tránsitos, aquel pequeño  escondrijo,  espacios imperceptibles de transición entre interior y exterior, una inefable sensación del lugar, un sentimiento indecible que propicia la concentración al sentirnos envueltos  de repente, congregados  y sostenidos  por el espacio,  bien seamos  una o varias personas.  Y entonces tiene lugar allí un juego entre lo individual y lo público, entre las esferas de lo privado y lo público. La arquitectura trabaja con todo ello.

Grados de intimidad

Tiene que ver con la proximidad y la distancia. El arquitecto clásico lo llamaría “escala”, pero suena demasiado  académico.  Yo me refiero a algo más  corporal que la escala  y las  dimensiones. Concierne  a distintos  aspectos: tamaño, dimensión,  proporción, masa  de la construcción  en relación conmigo. Es más grande  que yo, o mucho más grande que yo; o hay cosas en un edificio que son más pequeñas que yo. Picaportes, bisagras o partes conectoras, puertas. ¿Conocéis esa puerta angosta y alta, ésa por la que la gente al pasar parece que cobra buena presencia? ¿La puerta –algo aburrida- ancha y un poco amorfa? ¿Conocéis esos grandes portales intimidatorios, ésos que confieren al encargado de abrirlos un aspecto  imponente u orgulloso? A lo que me refiero es al tamaño, la masa y el peso de las cosas. La puerta fina y la gruesa. El muro grueso y el delgado.

 La luz sobre las cosas

Al hacer un edificio, no mandamos llamar al experto electricista al final y le decimos: bueno, ¿dónde pondremos  ahora las luces y cómo lo iluminamos? Al contrario, la imagen global ya está ahí desde el principio. Una de mis ideas preferidas es primero  pensar el conjunto del edificio como una masa de sombras, para, a continuación –como en un proceso de vaciado-, hacer reservas para la instalación que permita las luces que queremos. Mi segunda idea favorita –por cierto, muy lógica, no es ningún secreto, lo hace cualquiera- consiste en poner los materiales y las superficies bajo el efecto de la luz, para ver cómo la reflejan. Es decir, elegir los materiales con la plena conciencia de cómo refleja la luz y hacer que todo concuerde.

EL ARQUITECTO SUIZO PETER ZUMTHOR GANA EL PREMIO PRITZKER DE ARQUITECTURA

Arquitectura como entorno

Me encanta la idea de hacer un edificio, sea un gran complejo o uno pequeño, que se convierta en parte de su entorno. En un sentido handkiano (Peter Handke ha descrito de distintos modos el entorno, el entorno físico, como aparece, por ejemplo, en un volumen de entrevistas titulado Pero yo vivo solamente de los intersticios) Se trata para mí –y no sólo para mí-, del entorno que pasa a ser parte de la vida de la gente, un lugar donde crecen los niños.

He aquí mi primera incursión transcendente: intentar hacer arquitectura como entorno. Quizá, en definitiva, esto tenga que ver un poco –supongo que será mejor admitirlo- con el amor. Amo la arquitectura, amo el entorno construido y creo que lo amo cuando la gente también lo ama. Tengo que admitir que me alegra hacer cosas que la gente ame.

Coherencia

Me gustaría que el uso superase todas esas cosas, las decisiones  que se toman entre miles. En resumen, que el mayor cumplido que se me puede hacer no es que alguien venga y diga sobre un edificio que he hecho: “¡ajá,  aquí  has  querido hacer una forma supercool!”,  sino  que todo encuentre su explicación en el uso. Éste sería para mí el más bello cumplido. No soy el único en el mundo de la arquitectura que lo dice; es una tradición antiquísima, también en literatura, en arte, etc. Pero creo que una expresión abtigua aún más hermosa para referirse sea que las cosas llegan entonces a ser ellas mismas; son por ellas mismas, porque entonces son lo que quieren ser.

La arquitectura se ha hecho para nuestro uso. En este sentido, no es un arte libre. Creo que la tarea más noble de la arquitectura es justamente ser un arte útil. Pero lo más hermoso es que las cosas hayan llegado  a ser ellas mismas, a ser coherentes  por sí mismas.  Entonces  todo hace referencia a ese todo y no se puede escindir el lugar, el uso y la forma. La forma hace referencia al lugar, el lugar es así y el uso refleja tal y cual cosa.

 Desde el inicio, el cuerpo de la arquitectura es  construcción,  anatomía,  lógica del construir. Nosotros trabajamos con todas esas cosas, con un ojo puesto simultáneamente en el lugar, puedo influir en él o no, y éste es el uso que se persigue.

La forma bella

Quizás la encuentre de nuevo en los iconos, a veces la encuentro en una naturaleza muerta, y todo ello me ayuda a ver cómo algo ha encontrado su forma, pero también que puedo encontrarla en utensilios de la vida cotidiana, en la literatura o en piezas musicales.


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