Al encuentro en el tren le siguió un flirteo durante algún tiempo. Tuvo sus cotas de romanticismo, pero en esos momentos ninguno de los dos estaba dispuesto a asumir las renuncias que un mayor compromiso les exigía. Sus vidas profesionales transcurrían en paralelo y tenían que hacer encajes de bolillos para que coincidieran sus respectivas agendas. Los encuentros esporádicos siempre fueron en su casa de soltero ambientada con un aire de transitoriedad propio del que está de paso. Decía, medio en broma, que si una vez entraba en la de ella no iba a poder escapar. Para ella siempre fue “su chico del tren”.Tras las últimas decepciones intentaba no comprometerse para no sufrir cuando llegara el relevo. Si una casualidad había hecho posible el encuentro otra podría provocar el distanciamiento. No había lugar a preguntas, la vida real de cada cual se quedaba esperando como un despojo con la ropa que se quitaban y al vestirse la volvían a recuperar. Lo que hubo en ese paréntesis, que fue intenso y maravilloso, sólo entre ellos quedó. Nadie dejó a nadie, la situación tan provisional fue languideciendo hasta que acabó en un “hasta pronto”. Nunca más se volvieron a ver.
Un día, al abrir las páginas de un periódico, ella se lo encontró. La foto era de archivo – del carné de identidad o de alguna otra documentación- y pertenecía a la época en que lo conoció. No pudo dejarse llevar por los recuerdos que le traía porque las letras del titular se interponían a sus pensamientos: Importante investigador atracado y acuchillado en un cajero de la ciudad.
Era un largo fin de semana primaveral. La operación salida, con su correspondiente atasco, había tenido lugar el día anterior. El sábado se respiraba tranquilidad y hasta el sol colaboraba deshaciendo la capa de contaminación que como una lapa se posa por encima de la ciudad. Él decidió que saldría el sábado.Despojándose de su piel de trabajo - traje, corbata y zapatos de vestir – se puso ropa deportiva con la que se sentía más cómodo a la vez que le daba un aspecto más joven y atlético. Se acercó al cajero más cercano para llevar algo de dinero en efectivo, acostumbraba a hacer sus pagos con tarjeta. En el cajero creía estar solo hasta que una voz insolente le habló pegada a su espalda.
Un día, al abrir las páginas de un periódico, ella se lo encontró. La foto era de archivo – del carné de identidad o de alguna otra documentación- y pertenecía a la época en que lo conoció. No pudo dejarse llevar por los recuerdos que le traía porque las letras del titular se interponían a sus pensamientos: Importante investigador atracado y acuchillado en un cajero de la ciudad.
Era un largo fin de semana primaveral. La operación salida, con su correspondiente atasco, había tenido lugar el día anterior. El sábado se respiraba tranquilidad y hasta el sol colaboraba deshaciendo la capa de contaminación que como una lapa se posa por encima de la ciudad. Él decidió que saldría el sábado.Despojándose de su piel de trabajo - traje, corbata y zapatos de vestir – se puso ropa deportiva con la que se sentía más cómodo a la vez que le daba un aspecto más joven y atlético. Se acercó al cajero más cercano para llevar algo de dinero en efectivo, acostumbraba a hacer sus pagos con tarjeta. En el cajero creía estar solo hasta que una voz insolente le habló pegada a su espalda.
- Pero ¡Qué pasa! ¡No funciona o qué!
- Sí, sí. Ya está. - Le contestó.