
A principios de noviembre estaban ya en la isla de San Pedro, poblada solamente por los habitantes de las factorías balleneras, donde esperarían a que se resquebrajara la capa de hielo marino que cubría el mar de Weddell y poder navegar por los canales abiertos entre los témpanos hasta llegar al continente antártico, pero las condiciones del verano se presentaron especialmente desfavorables. Retrasar la expedición a la siguiente estación equivalía para Shackleton a renunciar a la misma, dadas las dificultades que había encontrado para organizarla y los problemas que le esperaban a su regreso, así que partieron el 5 de diciembre rumbo a la Antártida. Dos días mas tarde se encontraban con el borde de la placa helada, confirmándose los peores vaticinios sobre el estado del hielo; avanzaron con dificultad hasta que el 18 de enero el Endurance quedó atrapado, a menos de una semana de navegación de su destino en la costa antártica. Aunque llevaban trineos y perros resultaba imposible recorrer con ellos la accidentada superficie helada, de manera que se resignaron a pasar el invierno entre los hielos, a la espera de que el siguiente verano fuera más benévolo y les permitiera proseguir la aventura. A medida que avanzaba el invierno la presión de los témpanos sobre el casco iba aplastando al Endurance, que sucumbió en octubre. A su vez, la corriente de deriva de los hielos flotantes trasladaba el campamento hacia el noroeste, fuera del mar de Weddell, hasta que en abril pudieron abandonarlos navegando en los tres botes del Endurance. Habían pasado 497 días en el hielo y tras siete días de navegación en frágiles embarcaciones llegaron a la isla Elefante, deshabitada e inhóspita. Pronto tuvieron claro los expedicionarios que tendrían que salir de allí por sus propio medios, así que reforzaron lo mejor que pudieron uno de los botes salvavidas, el James Caird, y el 24 de abril partieron Shackleton y cinco de sus hombres rumbo a la isla de San Pedro. La hazaña del Caird es una de las más memorables de la historia de la navegación: una travesía de 1500 kilómetros en un bote de menos de siete metros de eslora, por uno de los mares más peligrosos del mundo y con un cielo permanentemente encapotado que impedía casi totalmente la orientación, para llegar a una pequeña isla perdida en el océano, era algo inimaginable. Tras diecisiete días infernales alcanzaron San Pedro, pero no su propósito de conseguir ayuda. Desembarcaron lejos de los enclaves habitados de la isla, por lo que Shacketon y los dos hombres más en forma tuvieron que atravesarla a pie, con la dificultad añadida de que la mayor parte no estaba cartografiada; solo se conocía el litoral, y el interior aún permanecía inexplorado. Shackleton y sus compañeros caminaron treinta y seis horas sin descanso hasta alcanzar la factoría de la que habían partido año y medio antes. Desde aquí rescataron a los otros tres marineros del Caird y organizaron la primera operación para salvar al resto de la expedición que quedaba en isla Elefante. Esta no tuvo éxito, y aún fueron necesarios tres intentos más hasta conseguirlo.
Shackleton justificó su fama de anteponer la vida y bienestar de sus hombres al éxito de sus proyectos: todos los expedicionarios sobrevivieron a pesar de los múltiples peligros y adversidades. Aún hoy se le considera como ejemplo de líder para trabajos en equipo.
Una conocida frase entre exploradores antárticos rezaba: “Para conductor científico, denme ustedes a Scott; para viajar veloz y eficientemente, Amundsen; pero cuando uno se encuentra en una situación desesperada, cuando parece que no hay salvación, conviene arrodillarse y pedir a Dios que le envíe a Shackleton.“
Caroline Alexander relata de manera magistral la aventura de Shackleton y sus compañeros en una obra amena y muy bien documentada. La autora maneja con soltura gran cantidad de datos sobre las vicisitudes de la expedición y detalles de la personalidad de los protagonistas. La edición de Planeta incluye una buena cantidad de fotografías de gran calidad de Frank Hurley, que ilustran la vida diaria de los tripulantes, la belleza del paisaje antártico y la agonía del barco. Shackleton se tomó gran interés en incluir en la tripulación a este experto fotógrafo, entre otras razones porque pretendía financiar en parte la expedición con el material gráfico y la producción de una película documental.
Los interesados en el tema tienen a su disposición un buen número de publicaciones sobre la Antártida, las exploraciones antárticas y sobre sus protagonistas, muchas de ellos en español. Los principales exploradores también tienen sus propios libros publicados, pero no todos tienen edición en castellano. Recientemente ha aparecido el libro Polo Sur: Relato de la expedición noruega a la Antártica del Fram, 1910-1912 de Roald Amundsen. Y para complementar la lectura de Atrapados en el hielo, es muy recomendable la película documental South! con las tomas originales de Frank Hurley.
