Paro cocalero. Foto de la página http://elcomercio.pe/
Paro cocalero. Foto de la página
Conocimos a un chico al que llamábamos “amigo” que cargaba una pesada bolsa y que se veía en el mismo lío que nosotros y que se nos unió para caminar. Estuvimos buscando una moto-taxi que nos llevara hasta el siguiente pueblo tal y como nos había dicho el chofer de Pucallpa pero cuando llamábamos a alguno no se detenía por más que no llevara gente. A caminar se ha dicho…seguramente en el otro pueblo la cosa ya está mejor. Lo que no imaginábamos es que seguiríamos haciéndolo por los próximos 3 días.El mediodía selvático estaba en todo su esplendor, el calor desanimaba hasta el más fuerte y daba la sensación de duplicar el peso de nuestras mochilas y las suelas de los zapatos dejaban traspasar la calentura del asfalto. En un pequeño poblado por fin un jovenzuelo en su mototaxinos “jaló” un par de kilómetros.Más allá tres hombres, que volvían apurados a Lima por motivos de trabajo, se nos unieron y juntos llegamos a otro poblado donde un tipo gordo y desdentado quiso hacer un gran negocio con nosotros y nos propuso llevarnos por un par de kilómetros más cobrándonos sin piedad. Aducía que corría mucho riesgo si los huelguistas lo paraban… nos convenció, y así subimos 6 personas en un mototaxi que solo puede llevar 3. Desde entonces todo fue un errar sin parar, la aventura era excitante aunque las plantas de los pies no habrían opinado lo mismo. Como el caballo que es incitado a seguir su galope siguiendo una zanahoria que nunca alcanza, a nosotros nos acuciaba el hecho de imaginar que el siguiente pueblo encontraríamos por fin un coche y civilizadamente llegaríamos hasta Tingo María, pero el Perú es el país de las maravillas, y por ende aquí pasan siempre cosas maravillosas, para bien y para mal.Encontramos una pequeña casa donde una señora trataba de vender los últimos platos del menú que había preparado. Sajino, papas fritas, arroz y una coca cola para apaciguar el otorongo rugiente que llevábamos en la panza. Allí se empezaron a aclarar ciertas dudas, noticias de cocaleros que habían tomado un territorio más grande de lo que imaginábamos y del que obviamente nos demoraríamos mucho en salir; muertos en trifulcas, incluido un niño; simpatía por los huelguistas, miedo, ataques a camiones y a gente, nula presencia policial, bienvenidos a la jungla… humana.En el camino de Pucallpa hacia Aguaytía.
Ya muy tarde vimos a lo lejos una caballera rubia que brillaba mucho gracias a los reflejos rojos del sol de la selva. Más adelante alcanzamos al dueño de tan profusa cabellera: era el gringo Jim, otro de los abandonados a la buena de dios en un territorio donde no había fe sino incertidumbre. ¿Qué hace en medio de todo este caos este tipo de casi 2 metros de alto, cabello largo, flaco como un monje, con un español inentendible, que saludaba a todo el que pasase con un fuerte y amistoso hola y al que acompañaba un perro, Nico, que entendía las órdenes en español e inglés lo que lo hacía en ese lugar uno de los pocos seresde entendimiento bilingüe y que era grande como él solo? La gente lo miraba pasar como si un extraterrestre hubierasido enviado a la tierra con la misión de sonreírles.Lo bautizaron como el “gringo atrasador” (personaje de una serie televisiva peruana). Había vivido en Miami, se había ido de Estados Unidos porque allí había “demasiado loco, demasiada violencia”. ¡Y me lo decía estando como estábamos en una zona en donde hombres armados de cuchillos y palos no nos dejaban regresar a casa!Su esposa, que era peruana, se había quedado a vivir en Estados Unidos y él iba cada 7 u 8 meses a visitarla.Había encontrado su lugar en el mundo en Tingo María donde había comprado un terreno para sembrar y se sentía muy feliz y estaba seguro que no volvería a los Estados Unidos a vivir. Además de eso, tenía unas ganas terribles de tomarse una cerveza, bien preciado en medio del sopor amazónico, pero que era utopía pura: nadie quería vender nada, todos temían ser denunciados y que los huelguistas les atacaran la casa, les saqueara la tienda. El grupo de caminantes que éramos fue creciendo y moviéndose en territorios que se sabía era de los cocaleros, aquellos que trabajando en sus campos y viviendo en humildes casas de madera proveen el recurso para producir la riqueza de los capos. En un villorrio encontramos una tienda medio abierta y allí entramos solo nosotros y Jim, el resto continuó. Solo pudimos encontrar refrescos. Jim compró unos caramelos que repartió entre los niños del pueblo mientras que nosotros hablábamos con la dueña de la tienda: las mismas malas noticias aunque un poco más alarmantes: que más allá la cosa está peor, que están pinchando las llantas a los moto taxistas que llevan gente, que los cocaleros están armados para enfrentarse a la policía, que no hay ley… cosa que ya habíamos visto: árboles inmensos caídos en la carretera junto a un sinfín de piedras que servían para obstaculizar, parabrisas despedazados de los carros que estaban varados, choferes que no soportaban el calor dentro de los camiones y que por ello dormían en el asfalto mientras la mercadería que llevaban se podría, cosas que no hacían sino aumentar la certeza de que el lugar llamado la boca del lobo, sí existe.
En el camino de Pucallpa hacia Aguaytía.
La oscuridad llegó y las ampollas empezaron a cambiar el ritmo de la caminata. El grupo se adelantó demasiado y nos quedamos atrasadoslos dos junto al “gringo atrasador” y,por supuesto, el fiel Nico. En la noche desierta no nos quedaba más que el juego de las adivinanzas: ¿era eso que sonó un animal?,¿era esa inmensa silueta informe un grupo de gente que venía hacia nosotros?,¿era esa luz tímida la evidencia de que un pueblo estaba cerca? La selva me parecía una oscurísima e inmensa catedral, el vientre sin fin de un animal. El cielo parecía la extensión de la negrura selvática y eso daba la impresión de estar caminando en un espacio que había perdido sus bordes, sus límites, estar caminando dentro de una burbuja de sombras, una esfera de tiniebla. Lo único vivo allí eran los sonidos de los animales agazapados en la oscuridad, ruidos que se mezclaban a la cháchara entusiasta de Jim. Por momentos nos sentíamos afortunados, caminar en medio de ese paisaje y a esas horas sin el temor de que te atropellara un bus o un camión, era algo difícil de creer; pero después, lo que presentíamos único se convertía en una incertidumbre sin fondo al imaginar los peligros a los que estábamos expuestos, la sensación de estar siendo observados la llevábamos casi en la piel, como si fuera un sudor que no se evaporara jamás y para colmo de males Jim seguía hablando como si tal cosa y nosotros no sabíamos cómo pedirle que se callara, que en un momento donde todo es tierra de nadie éramos un punto fácil a ser atacados.Así caminamos por un par de horas hasta que vimos a lo lejos una fogata y creíamos que era una barricada llena de cocaleros. ¿Y ahora qué?Continuará…PabloDATOS UTILESEmpresa Euro Sat– Pucallpa. Calle Centenario 272, hay varios más alrededor) que tiene coches que salen hacia Tingo María por 30 soles (5 horas), horarios 07 y 30 am, 11 y 30 am, 12 y 30 y 6 pm, verificar horarios pues pueden cambiar. Reservar con anticipación. También van a Aucayacu, Tocache, Juanjui y Tarapoto.El pasaje en un auto desde Pucallpa a Tingo María puede costar 45 soles por persona. EL viaje dura 5 horas. Y hasta Aguaitia (a mitad de camino hacia Tingo María) es 25 soles y el viaje dura 2 horas y media.