Maryclen Stelling.
En este mes de guarimbeo y violencia hemos asistido a la construcción de un discurso legitimador del terror, fanatismo y zozobra, en tanto recurso para el logro de objetivos políticos. Los grupos que optan por el empleo de la violencia, requieren construir un discurso que legitime sus acciones con miras a obtener el apoyo de sectores de la población: “80% del país piensa que las cosas van mal”… “el descontento social está en todo el mundo”. “El reto es traducirlo en un movimiento. Que se pase del sentimiento a la acción”.La violencia como estrategia de acción política se acompaña de un discurso justificador que se configura a partir de varias vías. Plantear la existencia de un conflicto relevante para la sociedad: violaciones de los derechos humanos, torturas, inflación, la escasez, inseguridad, fracaso del modelo político castro-comunista. “Mientras haya crisis en Venezuela, habrá protesta en las calles”. Luego, culpabilizar al adversario de todos los males y de la situación de violencia existente: “Debemos derrumbar las barreras y unirnos en un solo bloque ante un adversario común: Nicolás y su Gobierno”. Finalmente, posicionar la violencia como estrategia de acción política y ello conlleva tanto la victimización del agresor guarimbero, como la deslegitimación de las fuerzas del orden, al atribuirle la responsabilidad de la violencia generada. Se acusa al gobierno de ejecutar “una política represora” y se afirma que “el fascismo es lo que vive cada día el infeliz pueblo venezolano”
Creemos que ambos sectores -oposición y gobierno- han caído en la trampa bélica confrontacional del etiquetaje. El uso de etiquetas persigue justificar precisamente la confrontación (“la salida” vs “Chávez vive”). Pretende caracterizar negativamente al adversario (chuckys fascistas) y lograr una imagen positiva del grupo ante la opinión pública. Ofrece un sentido de sufrimiento (SOS Venezuela) y además brinda argumentos “válidos” (dictadura fascista vs fascismo neoliberal) para seguir manteniendo el conflicto. Así, a punta de etiquetas, en tanto razones ficticias y circulares, se pretende construir un discurso de atribución externa de responsabilidades y de deslegitimación mutua del adversario, que parecería justificar la creencia en la imposibilidad de alcanzar una salida al conflicto a través de vías dialogadas y pacificas.