El cine griego de los últimos años ha pasado, directamente y por la puerta principal, de ser un eterno desconocido al palmarés de todos los festivales internacionales. Reciente ejemplo es el Festival de San Sebastián y los dos flamantes galardones, director y actor, que obtuvo Filippos Tsitos por su excelente Adikos Kosmos (Mundo injusto). Personalmente pensaba que se llevaría la Concha de Oro de la reciente edición (que dicho sea de paso, fue una clara y merecida defensa del cine de autor europeo).
Enfrentados a una crisis sin fin, cuyo origen se esconde en la noche de los tiempos, un mercado local muy limitado y una lengua minoritaria, que implica subtítulos o doblaje y eleva los costes de una producción cinematográfica de “guerrilla”, los directos griegos de la última generación ha sabido integrar el suave ritmo y la composición de los planos de Theo Angelopoulos con su particular visión del mundo. Los resultados de esta nueva hornada de creadores son espectaculares, premios en Cannes, Venecia, San Sebastián o conseguir ser nominados a los Oscars, con un reducido número de películas.
Bella y Marina son dos amigas, de 23 y 20 años, que viven en Aspra Spitia, una ciudad obrera de casas blancas alejada de la imagen típica de la carta postal griega. Si juntamos los sus nombres, bella marina, el resultado resulta bastante poético pero la realidad es que las protagonistas poseen dos personalidades tan diferentes que impiden esta unión. Bella usa y abusa de los hombres, dado que al fin y al cabo las alternativas del lugar que, según el padre de su amiga, ha pasado de cuadra de granja a complejo industrial, saltándose todos las fases intermedias, son inexistentes. Marina se ocupa de su progenitor, enfermo y centrado en preparar su inminente incineración (práctica prohibida en el país dado su tradición ortodoxa). La complicidad entre ambos se muestra en su pasión común por los documentales del zoólogo David Attenborough (el título es un deformación de este apellido) y la repetición de los gestos (¿solamente?) de los mamíferos filmados para la televisión. Marina tiene mucho que aprender y, por suerte, Bella, en la primera escena que abre el film, le ayuda con una clase gratuita de beso apasionado. Tan práctica como el corte del jamón y tan fría como limarse la uñas. Por suerte Marina, interpretada por una resplandeciente Ariane Labed (que obtuvo el premio a la mejor interpretación femenina en Venecia 2010), podrá llevarlo a la práctica con la ayuda de un representante comercial que visita la zona, Yorgos Lanthimos (el director de la aclamada Canino). La realizadora de este film, Athina Rachel Tsangari es, además, la productora de las tres primeras de este director. Tanto su fondo, los meandros de esta singular historia se cruzan, se estrechan y derivan hasta inesperadas situaciones, como su formalismo estético, el gusto por el encuadre simétrico o los intermedios coreografiados de las dos amigas que, por momentos, recuerdan pasos de la danza de Pina Bausch, crean un resultado final que hipnotiza, sorprende y puede que desagrade a algunos. En todo caso, es muy raro ver un cine tan libre y arriesgado. Por fin Grecia se encuentra del otro lado de la barrera, en esta ocasión, es el resto de cinematografías las que tienen una deuda con este país.