Revista Ciencia

Aufidersen, Mr. Marshall

Por F.guiral - S.pérez

Albert Concepción*

A veces las cosas no son lo que parecen a primera vista o lo que algunos pretenden hacernos creer. Un claro ejemplo lo tenemos en el caso de la biotecnología aplicada a la agricultura, lo que conocemos popularmente como transgénicos. Cualquiera que profundice un poco al respecto podrá comprobar que no existe un solo estudio con base científica que confirme que estos alimentos no son seguros. Hagan la prueba: pídanle al  ecologista de guardia que les facilite una
prueba, una sola, que confirme científicamente los supuestos peligros de los alimentos modificados genéticamente. Le remitirá a estudios desmentidos hace décadas por los científicos  o, sencillamente, intentará confundirle alegando inexistentes contaminaciones de esos carísimos productos orgánicos que sólo los ricos pueden permitirse.

Aufidersen, Mr. Marshall
A pesar esta realidad científica, parece que la ecología activista continúa utilizando esa letanía negativa de la que hablaba Bjorn Lomborg en El Ecologista Escéptico. Los ecologistas han creído a pies juntillas en la máxima de Goebbels de que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Como consecuencia, la política europea sobre los alimentos modificados genéticamente ya no se basa en los derechos y libertades de las personas o en los análisis científicos de la EFSA, sino en el temor de los gobernantes europeos a  parecer incorrectos frente  a grupos que presumen de una representatividad que nadie les ha concedido y que, como decía el filósofo Jean-François Revel “sólo están interesados en el medio ambiente en la medida en la que puedan explotarlo como un tema con el que atacar a las sociedades libres”.

Las estudiadas y super-financiadas campañas de marketing  de los activistas, junto con el temor de las autoridades, han conseguido que Europa pierda definitivamente el tren de la investigación en un campo tan relevante como la alimentación. Desafortunadamente, hemos tenido una prueba en las últimas semanas, en las que hemos conocido que  la compañía alemana BASF cerrará su centro de investigación de nuevos cultivos en Alemania y lo llevará a los EE.UU. alegando  “la falta de aceptación de esta tecnología en algunas partes de Europa”. Esta decisión se ve agravada por la de la compañía Monsanto. Esta compañía norteamericana ha renunciado a comercializar una variedad de maíz mejorado genéticamente en Francia a pesar de que la justicia le ha dado la razón después de que hace más de tres años el Gobierno francés prohibiera sin razón alguna su cultivo.

Lo que los ecologistas, incluso los que actúan de buena fe, ven como un éxito en su lucha contra los transgénicos es en realidad una noticia muy negativa para los ciudadanos. De hecho, atesta un golpe mortal al desarrollo en Europa  de prometedores cultivos diseñados para combatir la sequía o producir más en menos espacio de tierra. Una vez más, el viejo continente deja la investigación en manos de otros países, que, en un futuro no muy lejano, van a vendernos las mismas tecnologías a las que hoy tan alegremente renunciamos. Y lo peor es que muchos de los que hoy aplauden, van a quejarse en breve con nuevas letanías sobre la pérdida de la soberanía alimentaria, la sequía, la falta de competitividad de la agricultura europea o los precios del maíz o la soja, que, como sabemos todos, constituyen la base de la alimentación mundial. Como a Boabdil, no nos quedará más que llorar por lo que hemos perdido y entonar una vez más un mensaje de despedida a los que se van a hacer las américas: Aufidersen, Mr. Marshall.

*Albert Concepción Simón (Barcelona, 1962) es periodista y asesor de comunicación en la agencia Docor Comunicación. Licenciado en Ciencias de la información por la Universidad Autónoma de Barcelona. Apasionado por la información sobre salud, ciencia y calidad de vida. Miembro del Col·legi de Periodistes de Catalunya y de la Asociación Nacional de Informadores de Salud (ANIS)


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