Aún te quedan ratones por cazar de Blanca Álvarez. Ilustraciones de
Laura Catalán. Editorial Anaya, 2012. 128 pp., 9.50 €.
Por José R. Cortés
Criado.
Con este título consiguió Blanca Álvarez el IX Premio Anaya de Literatura Infantil y Juvenil.
Se trata de las vivencias de un adolescente en Nagasaki que finalizan el fatídico
nueve de agosto de 1945, a las once horas dos minutos cuando un avión dejó caer
la segunda bomba nuclear sobre Japón.
Ryo es un joven que no comprende la sinrazón de la guerra;
para su abuela paterna, Saya, es un orgullo luchar contra los enemigos de
Japón, también lo es para su maestra, para muchos jóvenes, para casi todos
vecinos…, menos para él, que solo quiere que Nakamura, su padre, vuelva a casa,
ni para su madre, Izumi, que no puede vivir sin aquel.
El chico echa de menos a su padre, recuerda los muchos
consejos que le dio, algunos momentos felices y sobre todo el dolor al recibir
la noticia de su fallecimiento en el frente. El consejo más repetido fue “Aún
te quedan ratones por cazar”, que si bien no entendió en un primer momento,
conforme avanza el relato va comprendiendo su sentido.
Ryo, a pesar de su juventud, decide sobreponerse e intentar
ser feliz junto a su abuela y su madre, pero sobre todo junto a la niña que le
gusta, Reiko, todo esto se lo cuenta el protagonista a su gato Wara, su
confesor, haciendo así cómplice al lector de todos sus secretos.
Es una historia cotidiana del Japón de la época, mientras
avanza la trama, el lector va adquiriendo conocimientos de las costumbres
familiares, del tipo de vivienda, de ritos religiosas, de la filosofía de vida
que impera en una familia corriente, acercándonos, de este modo, a la cultura
nipona. Así sabremos que las grullas son portadoras de buena suerte y felicidad
y que los zorros son los mensajeros entre los hombres y los dioses; o que su
abuela reza ante el altar lacado en negro de los dioses budistas, donde se
guardan los recuerdos de los antepasados muertos, y que su madre prefiere
hacerlo en altar de madera clara dedicado a los dioses shinto, los dioses de la
vida.
El relato se interrumpe cuando el joven se siente maduro
como para demostrarle a su amada Reiko cuanto la quiere, sin saber qué fue esa
luz blanca y ese calor sin llamas que lo abrasaba desde dentro.
Es un canto a la paz que los jóvenes lectores sabrán
disfrutar y comprender; se sentirán partícipes de la historia, reconocerán los
deseos del protagonista en los suyos y sabrán valorar los sabios consejos que
cualquier padre da a sus hijos. Espero que el triste desenlace los haga
reflexionar sobre la barbarie humana.