Revista Diario

Aunque todo salga mal ellos siguen ahí reclamando tu atención

Por Sandra @sandraferrerv
Conseguir una buena rutina cuando tienes niños pequeños te das cuenta de que todo puede ir miel sobre ojuelas. Otro día os hablaré de las rutinas pero hoy quiero hablar de cuando estas desaparecen en contra de tu voluntad.
Hace unos días vivimos en casa una semana para olvidar: la mitad de la familia contagiada con un virus intestinal cuyo origen era, asumámoslo, uno de los pequeños inocentes niños de la casa. Yo me tapé con todas las capas que pude y tomé todas las medidas higiénicas que pude para evitar contagiarme. Pensar estar en cama con mis dos niños reclamando mi atención era eso, impensable.
Iba resistiendo, no así los electrodomésticos de mi casa que se infectaron de una especie de mal de ojo o vaya usted a saber.
Primero cayó la caldera. Empezaba a hacer frío y yo pensé, bueno, ya es momento de encender la calefacción para estar agustito cual ositos en la cueva. “Click”. Enciendo el termostato. Pasó un rato y de agustito nada, el frío era cada vez peor. “Click”. Vuelvo a encender el termostato. A veces el reiniciar los aparatos funciona. No esta vez. Bueno, no pasa nada, el frío no era aún demasiado infoportable, con un cuello cisne de más la cosa de podía soportar. Llamé a mi proveedor del gas y al día siguiente llegó a ver qué pasaba. "Ui, esto va a ser el termostato, 90 euros. Ya se lo traeremos mañana o pasao, mientras tanto enciende la caldera por aquí y ya está. Tarda un poco más pero se encenderá". Pos vale. Aun estoy esperando que la caldera se encienda. Tenía los dedos gangrenados y ya llevaba más pisos que una de mis perchas de mi estrecho armario abarrotado. La pequeña aun no puede quejarse pero el mayor me decía: “mamá, ase un poquito de frío ¿no?”. Pues sí.
Pasaron dos días y vino otro señor. Menos mal que era otro porque si es el mismo, me lo cargo. "Ui, es que a parte del termostato no va el filtro". Claro, es que no me entero. Cambia el filtro y la caldera chuta. ¡Yupi yupi! Pero ¡ay!, a la hora de poner el termostato, que el muchacho no se aclara. Finalmente, después de casi una hora consigue instalarlo. "El termostato es mas barato, 75€". Uy qué bien, lo que sobra que he sacado del cajero pá mí, pá pipas, pensaba yo. Pero ¡norrrr! "Como también he cambiao el filtro, en total son... a ver... ¡tiene una calculadora?" Si hombre, tenga. "143 euros". Bueno. Al menos ahora estamos calentitos. En medio de todo este percal, mi pobre hija pequeña esperando para comer y poder hacer la siesta antes de que fuera la hora de ir a buscar a su hermano. El nivel de aguante fue menguando a medida que pasaban los minutos, como os podéis imaginar.
Después vino el teléfono. Cada vez que tenía que colgar una llamada se me quedaba la uña clavada en el botón y después de limarla bién se colgaba. Y me tuve que dar cuenta justo en una de esas llamadas anónimas que encima te contesta una máquina en el preciso momento que estaba intentando dormir a mis dos niños. Total, 75 eurazos más. Venga, ¡¡que la casa es grande!!!Finalmente, la lavadora. ¡Ja, ja! esto sí que es de risa. La última vez que la puse tuve que pararlar a la mitad y salir corriendo del lavadero porque pensaba que el bombo salía en mi búsqueda atacándome por detrás. No sé qué cojinetes gastados. Total, al centro comercial el sábado por la mañana que no tenemos otra cosa que hacer que comprar una lavadora. “Esta misma, pá que mirar más. Sólo quiero saber cuándo me la traen”. “El martes”. “Uf”. Suerte que en villa arriba o sea, en casa de mis padres, me pudieron lavar la ropa de los niños porque, aunque pequeños, ensucian más ropa que un minero.
Llega el martes. Llego del cole de dejar al niño y suena el teléfono "¡rin, rin!", el teléfono nuevo en el que no tengo que clavar la uña. En 10 minuts me traen la lavadora. ¡Yupi yupi! Tengo que hacer por lo menos tres, así que ¡guai!. Pasan 15 minutos y llaman al timbre. Allá que voy corriendo como en mis tiempos de juventud cuando llamaba el novio para ir de juerga. "¡Ahora bajo!". "Espere espere, es que verá, la hemos desembalao aquí abajo y tiene unos golpecillos delante. Vamos al almacén a ver si hay otra". Los improperios que no llegan a salir por mi boca ni os los imaginais. Bueno, pasiensia. Pasan 20 minuts y llaman por teléfono. Una chica muy agradable. "Verá, es que no nos quedan más y tendrá que esperar 3 semanas, un mes". La lagrimilla empieza a brotar. Y las palabras poco agradables también. "Bueno, si se queda la de exposición, se la traemos ahora". Total, que me he quedao una lavadora de exposición. Lo bueno es que me he ahorrado 30 euros. Total, 400 eurazos. Y por fin, cuando todo había pasado, el virus intestinal se apoderó de mí y tuve que pasar el siguiente domingo en cama oyendo como mis niños me llamaban desde el comedor y yo sin poderme mover de la cama, como si el camión que me trajo la lavadora antes me hubiera pasado por encima. Entró mi hijo mayor en la habitación y me preguntó: “mamá, ¿por qué estás en la cama?”. No le di ninguna respuesta. Sólo le intenté sonreir porque creí que no iba a entender que su mamá no estuviera a su lado. Se marchó a pasear con sus abuelos y al volver me trajo una hoja seca preciosa y me dijo: “toma mamá, para que te cures”. Y la tuve a mi lado todo el tiempo que estuve en la cama para recordarme que debía ponerme buena para poder cuidar de él y de su pequeña hermana.

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