Revista Política
Si hubiéramos nacido en otro tiempo, en el mismo lugar, dentro de miles de años. Si nunca hubiéramos nacido.
La voz de Aureliano es tenue y sutil. Por eso, antes de hablar busca el micrófono, temeroso, quizá, de no ser oído. Pero cuando sus palabras comienzan a conquistar el aire todos nos damos cuenta de que Aureliano va a ser atentamente escuchado. Porque sus versos, trasladados desde el papel hasta la vibración de sus cuerdas vocales, generan emoción y alteran nuestra percepción y nuestro contacto con la realidad al convertir el espacio donde, por unos minutos, compartimos residencia en un lugar ajeno al resto del mundo. Como el Nilo cuando se desbordaba en sus subidas, los poemas de Aureliano Cañadas primero arrasan con el sentimiento y luego terminan fertilizando todo aquello que tocan.
Si tus ojos me vengan de la vida, tu boca de la muerte, y tu voz del silencio de los dioses, ¿quién me venga de ti? Este tercer encuentro, realizado casi en la intimidad, fue especialmente conmovedor. La cercanía propició la complicidad y el fluido poético rápidamente nos envolvió a todos en la bóveda celeste de su obra. Aquellos que acudimos a la cita terminamos siendo unos privilegiados a quienes se regaló un paréntesis de sosiego, de lentos parpadeos provocados por la evocación y sonrisas nacidas desde la nostalgia y el verbo bello. Gracias, Aureliano. Qué ramillete llevas de vientos y zozobras. Qué ramillete dices: tu vida entre mis manos.