Aurora retrata una localidad chilena fría, gris y rodeada de despojos, tal como puede ser cualquier ciudad en el mundo por efecto de quienes la habitan. Por el lente de Sepúlveda se refleja la indiferencia de una sociedad y el dolor y la angustia de una mujer incapaz de alcanzar lo que más anhela.
Amparo Noguera entrega una actuación magistral, difícil saber si su personaje está al borde de la locura o sólo tiene una férrea convicción. El complemento que hace Luis Gnecco se mueve entre la abnegación y un amor incondicional.
Los planos en que está filmada son simples y muy cuidados. Hay mucho detalle en el montaje, cosas que van de una simple taza bien puesta en una cocina a medio desordenar, hasta un basurero gigantesco arreglado para la ocasión. Los responsables de estos detalles son la cinematografía de Enrique Stindt y el montaje de José Luis Torres Leiva.
El director alterna los silencios con un mar de fondo, la sonorización puede romper con esa sensación de monotonía que de repente asalta a la película. Y no es que la música de Carlos Cabezas sea poca cosa, al contrario, digamos que tiene una belleza minimalista.Aurora es simple, limpia y fuerte, más no por eso pierde su dignidad o está despojada de sentimientos. Aurora, como película, es igual a Noguera interpretando a Sofía. En cualquier lugar el mundo podemos leer en los titulares de los diarios infinitas muestras de la deshumanización que nos aqueja como raza. Hay por ahí una persona que no deja de repetirme que “la realidad siempre supera a la ficción”. No sé hasta dónde llega la realidad detrás de la historia, pero, al menos a mí, Aurora me trae el consuelo de saber que existe alguien que está dispuesta a buscar entre la basura a los hijos que no pudo tener, para darles, al menos, la dignidad en la muerte.