Revista Cultura y Ocio

Auschwitz

Por Ilusionrecuerdo @ilusionrecuerdo

Cientos, miles, millones… números… solo números es lo que a veces se recuerda al hablar, escribir o leer sobre los campos de exterminio polacos de Auschwitz y Birkenau. Y las cifras bailan en una danza macabra que llega a marear cuando la vas escuchando, como un letanía, al pisar con tus propios pies el mismo suelo por el que se arrastraban todos esos números. Y sí, te mareas, sientes nauseas y hasta tienes que salir para respirar aire fresco. Miento. Ese aire no podía ser fresco. E incluso decir “salir a respirar” te provoca una cierta vergüenza. Tú pensando en respirar para no vomitar, para evitar una indisposición “momentánea”, mientras que para ellos respirar era la lucha diaria, eterna, no una torpe y absurda indisposición “momentánea”. Puñetazo de ironía en la cara.

Auschwitz Polonia

Prepárate, solo será el primero de unos cuantos que te irán golpeando mientras visitas los campos de la mano de un guía, en este caso judía (ahí tienes otro golpe), que te explica al detalle una historia que nadie debería olvidar. ¿O sí? “Áquel que no recuerda la historia está condenado a repetirla“, aseguraba George Santayana. Cada cual que infiera su posición.

George Santayana

¿La mía? Una vez que has pisado Auschwitz, es imposible que se aletarguen en la memoria las matanzas, las aberraciones, la crueldad máxima en forma de cámara de gas y la sinrazón incapaz de convertirse en cenizas en sus propios crematorios. Desde luego, no valdrá para nada que yo no lo olvide, pero tampoco es una elección, simplemente se queda ahí, agazapado en una esquina de tu memoria, en concreto, escondido entre la rabia y la incomprensión.

Auschwitz maletas

Fuera de las cifras, de los datos, de vez en cuando, parpadean en mi memoria las personas; porque allí hubo personas por mucho que los nazis se empeñaran en reducirlas a simples mercancías de las que sacar beneficio, a piel, dientes y pelo con los que lucrarse.  Sí, comerciaban con la piel de aquellos a quienes exterminaban… Un silencio es ahora lo más adecuado.

Birkenau Auschwitz

Prefiero las personas a los números. Ya se les arrebató la cualidad de seres humanos allí como para dejar que ahora sean simples cifras.  Me resultó inevitable obviar las historias de muchos de los presos mientras caminas entre las literas donde “maldormían” hacinados peleándose por un resquicio de oxígeno; porque no lo estás leyendo un libro de historia o viendo a través de un documental, sino que estás allí, en persona, en el mismo lugar donde ocurría; porque mi imaginación es demasiado desbordante y mi sentimentalismo peca de débil como para quedarme solo en los datos, en los grandes acontecimientos históricos, de modo que es inevitable formular muchas preguntas aunque luego hubiera preferido no saber las respuestas.

Campo concentración

Entre historia e historia, entre muertos y supervivientes, entre barro y polvo, el nivel de indignación va subiendo de un modo alarmante.  Y los puñetazos de ironía siguen golpeando fuerte al descubrir, por ejemplo, como uno de los lugares más pestilentes y humillantes del campo, el barracón de las letrinas de Birkenau, de madera y sin cimientos, se convertía en el único reducto donde se podía gozar de libertad. Las pocas veces que se vaciaba y limpiaba, el hedor era tan insoportable que los vigilantes cerraban las puertas para esperar fuera. Por esa razón, esas letrinas pasaron a llamarse parlament entre los presos, puesto que solo durante esos momentos podían hablar sin ningún tipo de censura y encontraban literalmente dentro de la mierda unos instantes de libertad. Lo dicho: puñetazo de ironía.

Auschwitz en Cracovia

Son tantas las historias, los detalles, las escenas del holocausto que descubres durante las más de tres horas que dura la visita guiada a los dos campos que resulta imposible escoger cuáles narrar y cuáles no.  Si decides ir entenderás porqué.  Ir o no a Auschwitz es desde luego una decisión muy personal, de modo que no se trata de recomendarlo. Tan solo he dejado algunas impresiones, mínimas pues el aluvión de información con el que se sales es demasiado apabullante y amplio como para ordenarlo, hacer una criba y plasmarlo aquí, si alguien lo consigue, desde luego, lo leeré con atención. Las fechas, cifras y otros datos en este caso, para mí, estaban de más y se pueden encontrar en otras muchas fuentes. Es complicado escribir sobre este lugar, y decidir cómo hacerlo y qué contar más todavía. Por eso, he retrasado tanto estas lineas y sé que si volviera a escribirlas el enfoque y su contenido sería muy diferente pero… esto es lo que surgió acotando muy mucho detalles, sentimientos y la opinión personal.

Tren Birkenau

Datos prácticos: 

Los campos de concentración de Auschwitz y Birkenau se encuentran a unos casi 70 kms de Cracovia, en la localidad de Oswiecim. El nombre de esta localidad polaca traducido al alemán es Auschwitz. Puedes llegar perfectamente por tu cuenta en uno de los autobuses que salen con una frecuencia  desde Cracovia. Paran frente a la estación de trenes Krakow Glowny, en la calle Bosacka,18. El billete de ida y vuelta cuesta 28 zlotys, algo menos de siete euros, y el trayecto dura aproximadamente una hora cuarenta minutos.  Para ir de un campo a otro hay un bus gratuito que enlaza ambos lugares.

Si no vas en un grupo organizado, puedes acceder por tu cuenta pero desde hace tiempo ya no es posible la visita individual por libre, sino que tienes que hacerlo con un guía, lo que por otro lado es más que recomendable. En la web http://www.auschwitz.org.pl/ puedes encontrar información más actualizada y detallada para organizarte. De momento, solo hay una visita al día en español a las 12:30 de la mañana. La entrada más la visita guiada cuesta 40 zlotys, algo menos de 10 euros.

Hay multitud de libros, documentales y películas sobre este lugar. Pero después de la visita, tengo ganas de ver la película documental “El retrato”, de Irek Dobrowolski. Al parecer, cuenta la historia de Wilhem Brasse, el preso que más tiempo sobrevivió en Auschwitz. Hijo de  padre austriaco y madre polaca, estuvo allí encarcelado durante cinco años, cuando la media de supervivencia era de solo tres meses, pero convertirse en el fotógrafo de los nazis le hizo pasar a ser “necesario” dentro del infierno. Murió con 95 años hace unos meses después de haber dejado un legado gráfico impagable.


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