Revista Educación

Ausencia

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Encontré este texto hace un tiempo y me removió las entrañas. Hoy el trabajo me lo ha hecho Roy Galán:

Ausencia

Lo primero que se va de una madre muerta es su cara.

Y lo último su ruido.

Sí, al cabo de unos meses se empieza a difuminar todo aquello que la identificaba para ti, que la hacía tu madre. Sucede que es como si la hubieras dibujado en un trabajo para el colegio y, sin esperar a que se secara, le pasaras sin querer el dorso de la mano por encima, borrón y cuenta vieja. Entonces intentas enfocar la mente cerrando los ojos, pero no, es imposible, se va. Pero encima del dibujo sigue poniendo bien grande “Mami”.

Después de algunos años, sin embargo, sigue quedando el ruido. El repicar de las pulseras al chocar cuando giraba el volante del coche, la lengua mordida, entre dientes, mientras acariciaba a la gata, el sonido del teclado del ordenador de madrugada mientras jugaba al solitario.

No sé si sabes cómo sucede todo. De pronto, un día, te dicen que no la vas a volver a ver más. Y el planeta se convierte ante tus ojos en una pecera que se inunda. La gente camina en el fondo, a paso lento, haciendo lo mismo de siempre. Y tú permaneces inmóvil, como el cable que va a una regleta que ha sido apagada antes de salir de casa. Sí, la gente sigue comprando el pan, quejándose, riendo, besando en la calle, riendo, hablando demasiado alto. Todo está demasiado alto para ti. Y cada muestra de cariño, de vida, te duele. Y cada acto rutinario, sin sentido, te duele. Y cada niño agarrado a una mano para cruzar una acera, te duele.

Sí, se produce un quiebro de velocidad vital que tiene que ver con el tiempo y el espacio. Ese día en el que tu tiempo se queda sin espacio y tu espacio, sin tiempo.

Aterrador y lento.

Aterrador porque a ti sólo te queda tu fantasma, que nadie más ve, del que no puedes presumir, al que no puedes tocar ni te puede arropar. A ti sólo te queda esa angustia inmensa y ese fantasma pequeñito que se va volviendo cada vez más transparente a medida que tú más opaco. Tú, con ese dolor y esa foto llena de arañazos, que tal vez mandes a restaurar para que no se pierda del todo, llena de arañazos pero que ya no duelen porque es papel, ay, fantasmita de papel.

Los seres humanos no tenemos suficiente memoria para preservar las ausencias. Por eso mismo nos pesan tanto. Por eso mismo nos produce verdadero pánico el desaparecer.

Dentro de exactamente nueve años cumpliré los mismo años que tenía mi madre cuando murió. Me lo repito mucho par recordarme lo joven que era, para relativizar aquellas pequeñas decepciones que sufro de cuando en cuando como todos. Lo pienso y quisiera poder preguntarle si sintió que había vivido lo suficiente, si daba su vida más o menos por plena, si, al final del todo, se plegó sobre sí misma con cierta clase de paz.

Sé que la respuesta es no. Ella se quería quedar y se aferró a las amarras con todos los huesos tintineando. Recuerdo el ruido de querer quedarse. Pero no pudo ser.

Yo no pude preguntárselo porque no tenía la edad suficiente para hacer preguntas de adultos.

Tú tal vez todavía tengas algo de suerte. Tal vez tengas a tu madre al lado mientras lees esto. Igual está a una hora de coche- Puede que esperando un mensaje tuyo a un par de miles de kilómetros.

Tú puedes hacerle esa pregunta y muchas otras.

Puedes preguntarle por cómo era de niña, por su receta de los canelones, por si tiene sueños recurrentes en los que sigue viviendo en la casa en la que nació, por si le queda miedo a algo o se le fueron todos por falta de tiempo, por si le queda alguna cosa por hacer.

Puedes hasta discutir con ella, insultarla, cabrearte como solo las madres saben hacerte cabrear, desear que te deje en paz, que no se meta en tu vida, que no sea tan buena, o tan mala, o simplemente tan ella.

Incluso odiarla es hacer ya algo. Puedes hacer algo con tu madre, todavía.

El mundo se divide entre aquellas personas que pueden llamar a su madre y los que no podemos hacerlo.

Tu tal vez estés en el primer grupo.

Aprovéchalo. Llámala para no decir nada, para hablar de comida o del tiempo. Dale las gracias sin que lo espere. También un beso y un abrazo de mi parte.

Porque hay años enteros en los que parece que no pasa nada y un día en el que, sin que te lo esperes, te dicen que ya no está.

Yo tengo una foto en la que toco una mano que no recuerdo haber tocado.

Es maravilloso estar aquí y seguir acariciando a otros aunque no sean ella.

No es un simulacro ni un sustitutivo.

Es una promesa hecha a la piel que nos envuelve.

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