Revista Libros
Vivir en un país y particularmente en una ciudad convulsa como Caracas, tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Si adoptamos un tono pesimista saltan a la vista los elementos negativos que pudieran mencionarse; si por el contrario, nos decantamos por aquellos que pudieran resultar positivos, habrán también otros elementos llenos de luz. Cuestión de opinión.
Dentro de aquellos elementos que pudieran ser positivos y reconociendo que estamos dejando por fuera muchísimas cosas, está la influencia del acontecer diario que termina infiltrándose en la literatura, particularmente en la narrativa, y más allá de ver esto como algo “positivo”, lo que pudiera es estar reflejando el nivel de compromiso que los escritores revelan en sus trabajos literarios con la sociedad, aunque lo que ofrezca el texto sea mera ficción.
No sorprende que en nuestra actualidad unos cuantos libros de reciente data, estén pletóricos del acontecer político-social que tanto dilema e incordio causa a tantos. De una manera más separada de esta realidad, están, por ejemplo, los libros El último fantasma de Eduardo Liendo y Cicatriz de Juan Carlos Sosa Azpúrua, en cuanto a ese retrato de lo que hoy día se vive en el país. Está presente, pero la distancia entre el mundo ficcional de ambos libros en comparación con lo real, con lo que nos está tocando vivir, es notable (recomendables los dos libros, por cierto); intuyo también –por algunas referencias– que dentro de esta categoría pudiera estar el libro Días de rojo de la periodista María Elena Lavaud, pero no lo he leído.
Caso contrario se presenta en los libros La distorsión de J. E. Chejín y Ausencias deja la noche de Gonzalo Himiob Santomé. En ambos libros es inevitable pensar en determinados momentos, si la novela no es lo que vivimos día a día, como hecho fáctico, y la realidad es lo que está inmerso en los textos, sobre todo en Ausencias deja la noche, en donde las situaciones allí planteadas pueden enervar al más conspicuo partidario del gobierno, o al más fervoroso opositor.
La historia narrada por Himiob está repleta de situaciones y personajes, que a diario, se ven en los principales titulares de la prensa nacional. Están los que fueron elegidos en las urnas electorales para dirigir el país, así como los estudiantes, esa masa que en algún momento del tiempo estuvo dormida, cuyo despertar, está más que presente en la novela; también existen personajes que muestran sus más oscuras aberraciones en contraposición a otros que son intachables en todo proceder, que, sin embargo, por razones desconocidas –y aquí entra un elemento ficcional importante de la novela– cambiaron rotundamente de la noche a la mañana en perjuicio propio y de los demás.
Este cambio fue el que vivió Egbert Kauf, un reconocido jurista y profesor universitario, una eminencia en materia legal que “recibía ovaciones de pie y reconocimientos mundiales por la densidad y lucidez de su saber”. Un buen día, las fuerzas espirituales, los guardianes ancestrales del Guaraira Repano, decidieron hacerle una broma, una jugarreta tan propia como hacían los mitológicos dioses griegos con cuanto ser humano se les atravesaba: después de una pesada noche, sus conocimientos fueron bloqueados, llegando a vivir en la “tranquilidad de la ceguera”.
En contraposición a ese repentino bloqueo de lucidez, está Carlos Paredes, un estudiante que representa el empuje de todo un colectivo que busca recuperar la justicia y la tranquilidad perdida. Mientras la masa enardecida de estudiantes quemaba en protesta los libros de Kauf, Carlos y un grupo de líderes estudiantiles, buscaban la manera de hacerle llegar un mensaje a todo el país infiltrándose en el Tribunal Supremo de Justicia: y lo lograron, pero esto desató el caos que tanto necesitaba el régimen totalitario para dar rienda suelta a las balas.
A través de Ausencias deja la noche vivimos la realidad de la novela como si fuera la que atestiguamos día a día. Los elementos de ficción, tanto de las situaciones como la de los personajes, rozan constantemente lo cotidiano. Allí están los políticos y los militares; están los estudiantes y las madres abnegadas que dan todo por sus hijos; están los delincuentes que se aprovechan del caos para seguir con sus fechorías y los policías que intentan hacer su trabajo; está ese elemento religioso que va desde José Gregorio Hernández hasta María Lionza, enmarcando el polifacético engranaje espiritual que recorre el país; y también hay muchas y lamentables muertes, pero luego hay vida.
Esta primera novela de Gonzalo Himiob Santomé, nos hace probar el trago amargo de la injusticia y del abuso de poder, pero lo más importante es que cierra con contundencia, con la esperanza como elemento fundamental para alcanzar un objetivo común en pro de la colectividad. La pequeña Sofía, hija del valiente Carlos y de Ana, viene a encarnar esa esperanza. Ella es vida hacia el final de la novela.
Dos palabras se me vinieron a la cabeza al finalizar la lectura: ojalá… amén.