Durante los actuales tiempos de crisis económica nos hemos ido acostumbrando a sentir una serie de conceptos que, si bien ya existían antes, ciertamente han logrado un matiz o carácter nuevo debido al encadenamiento de noticias que los contienen. Así, por ejemplo, nos hemos acostumbrado a oír hablar de burbujas como algo que va más allá de las típicas pompas de jabón o de las burbujas que aparecen en tantas bebidas con gas, ahora resulta que también existen las burbujas económicas. Este concepto es relativamente nuevo en el imaginario colectivo y todos lo podemos asociar fácilmente a una etapa de fiebre especulativa sobre cierto tipo de bien que provoca la subida casi sin control de su precio y que casi siempre acaba de manera brusca, atrapando a multitud de inversores y especuladores que han tenido la mala decisión y la mala suerte de entrar en el juego confiando en unas ganancias seguras.
Otro concepto que vamos sintiendo a menudo es el de austeridad, concepto asociado en estos tiempos a algo que hay que hacer ante una crisis económica como la vivida; por ejemplo, hay que contener el gasto como sea, hay que optimizar los recursos, hay que eliminar procesos redundantes, hay que subir impuestos sobre el consumo, hay que bajar sueldos y, en definitiva, hay que recortar todo lo recortable; se ve que la austeridad es algo así como aquel jarabe o pastilla milagrosa que lo curaba todo que ofrecían aquellos charlatanes que venían estos productos en las ferias. Así, cosas que hasta la crisis eran impensables resulta que ahora se vuelven factibles y esto es un error, pues tan malo puede ser una política excesivamente derrochadora como ahorrativa, cada cosa en su justo término; por ejemplo, si bajamos los sueldos o subimos los impuestos indirectos, aunque a corto plazo conseguimos subir los ingresos del Estado y bajar el gasto público, el consumo bajará, y con él, el PIB.
Una política de austeridad no se puede mantener a largo plazo, puesto que sus efectos entonces pueden ser los contrarios al buscado o simplemente agravar la crisis. El mismo gran economista Keynes, allá por el comienzo del siglo XX, hablaba precisamente de lo contrario, de incrementar el gasto público como medio de sostenimiento del PIB. Es decir, que si el sector privado afloja, entonces el sector público tiene que liderar. Recordemos el comienzo de la actual crisis, cuando se hablaba de “desaceleración”, entonces se emprendieron toda una serie de obras públicas intentando relanzar la construcción sobretodo pública, se intentó llevar una política “Keynesiana“, hasta que se tuvo que parar y empezó la etapa de la austeridad. Seguramente fue un error tratar la crisis así al comienzo, negándola y aumentando tanto el Gasto Público, como seguramente con el tiempo también se demostrará que la austeridad sin control también lo es, tiempo al tiempo.
El último concepto que hemos podido aprender viene de las declaraciones recientes de cierto político de peso defendiendo la austeridad y equiparándola al patriotismo y al sentido común. Respecto al sentido común, ya sabemos todos que es lo menos común de los sentidos, pero personalmente no veo por donde el hecho de bajar sueldos de algunos, no de todos, o de abandonar ciertas políticas sociales como la Ley de la Dependencia, o del incumplimiento sistemático por parte de tantas Administraciones Públicas de la Ley de Morosidad y los plazos de pagos a proveedores que ésta marca sean de sentido común pero lo que no puedo aceptar de ninguna forma es que alguien diga en público que hechos como estos sean “patrióticos”.
Y es que el diccionario de la RAE define redundantemente patriotismo como “amor a la patria” y como “sentimiento y conducta propios del patriota“. Entonces, ¿se podría considerar un comportamiento de patriotas, patriótico, cualquiera de los hechos descritos al párrafo anterior? Personalmente creo que no. Seguramente alguien dirá que el sentido de esta declaración era otro, que se refería al esfuerzo colectivo hacia un buen fin, el fin de la crisis gracias al sacrificio de la sociedad en su conjunto. Puede ser, pero personalmente incluiré tal similitud en la lista virtual de declaraciones desafortunadas a las cuales desgraciadamente últimamente nos tienen tan acostumbrados. Y es que actualmente los tiempos están complicados, abundan los despropósitos y, como dicen por ahí, ¡tela marinera!